Cultura

'Cowboys' en la Guerra Civil

Asier Etxeandía en 'Sordo', una película de Alfonso Cortés-Cavanillas.

Asier Etxeandia camina por el páramo. Viste un abrigo largo de cuero muy gastado y un sombrero de ala ancha. Lleva una escopeta de dos cañones y barba de varios días. Le persiguen los malos, a caballo. Sí, es un western, pero no un western cualquiera. No sucede en el Lejano Oeste americano, sino en el Valle de Arán, y no estamos en el siglo XIX, sino en 1944. Sordo, película de Alfonso Cortés-Cavanillas, llega el 13 de septiembre a los cines desafiando el conocido tópico de otra película sobre la Guerra Civil. Esta adaptación del cómic del mismo nombre toma caminos cinematográficos poco transitados para acercarse a la contienda y sus consecuencias. O más bien al contrario: llega al western a través de un periodo histórico inusitado. 

Porque Cortés-Cavanillas no se proponía hacer una película sobre la Guerra Civil, sino una que se inscribiera en la línea de El bueno, el feo y el malo, Centauros del desierto o Solo ante el peligro. "Siempre he querido hacer un western en España", cuenta, en la terraza de la productora, La Caña Brothers, "sin necesidad de hacer un spaghetti ni de irme a Almería. El western es una narrativa, y esa narrativa te vale para cualquier momento". Descartamos entonces a Sergio Leone y al desierto de Tabernas y nos fijamos en la Operación Reconquista, la acción militar antifranquista que pretendía invadir el país desde el Valle de Arán y propiciar así la participación aliada y la reapertura del conflicto. La cosa, huelga decirlo, no salió bien, y esa historia de batalla en campo abierto, maquis (forajidos) y militares fascistas (villanos), un relato de supervivencia, valor y fracaso, va que ni pintada a la épica de los cowboys.  

Antes de ser una película, Sordo fue un cómic dibujado por Rayco Pulido y guionizado por David Muñoz. Ellos imaginaban ya a Anselmo, el maqui que protagoniza la historia, un antiguo maestro de escuela que se embarca en las operaciones de sabotaje previas a la invasión. Cuando trata de volar un puente con sus compañeros, algo sale mal y la explosión le revienta los tímpanos. Ahí está el sordo del título y ahí está Etxeandía. Cortés-Cavanillas leyó esta novela gráfica un par de años después de que se editara, allá por 2010 (Astiberri ha publicado una versión revisada recientemente). "Entonces estábamos montando La Caña Brothers", recuerda, "y pensé: 'esta es  la película que quiero hacer'. Pero había que prepararse". Lo hizo con Los días no vividos, una película de ficción especulativa que dibujaba el fin del mundo en Madrid, firmada con un presupuesto muy limitado y estrenada en 2012. Cinco años más tarde, el director, formado en la televisión, se sentía listo.

"Quería una iconografía de westernwestern que pudiésemos usar y que no echase al espectador", dice. Que el público no se extrañe ante el aire de cowboy cada vez más acentuado que va tomando el personaje de Etxeandía, que acepte la aparición de una patrulla de militares a caballo y de una francotiradora rusa huida de los bolcheviques, fácilmente identificable como villana por el parque que cubre uno de sus ojos. "El momento histórico nos iba bien", argumenta el director, "porque, por ejemplo, puedes poner a la gente a caballo, es real, así se perseguía a los maquis". Los guerrilleros antifranquistas, dice, podían perfectamente vestir con prendas americanas, regaladas o robadas a los soldados estadounidenses con quienes habían combatido en la resistencia francesa. En palabras de Cortés-Cavanillas, "hay una parte icónica que era fácil de llevar". 

Fácil de llevar, pero no tan fácil de producir. La película ha contado con un presupuesto de 1,6 millones de euros, una cantidad media en el cine español pero baja para una película de acción que ha contado, además, con un largo rodaje en exteriores, en el Alto Campoo, en Cantabria. Hasta allí se desplazó el equipo en otoño de 2017, durante unas seis semanas. En el elenco, intérpretes como Hugo Silva, Aitor Luna, Marián Álvarez o Imanol Arias. La edición de sonido ha sido especialmente relevante en una historia como esta, que el cine podía explotar con más intensidad y éxito que el cómic: después del accidente en el que Anselmo pierde el oído, la cinta abraza y abandona su sordera, alternando entre el silencio y el estruendo. La música tiene, de la misma forma, un peso primordial. Compuesta por Carlos M. Jara, oscila entre la épica del western, los solitarios silbidos del cowboy... y la copla española. "Yo quería, en la música y en general, salirme un poco del camino marcado", reivindica el director. "Carlos y yo somos muy fans de Morricone, de hecho fuimos a verlo a Roma hace poco, y sabíamos que era una de nuestras referencias. Pero jugar con esas líneas finas es lo divertido y lo interesante, aunque sea arriesgado".

Épica del wéstern

Pero, por mucho que sirviera al género, lo cierto es que La Caña Brothers estaba produciendo una película sobre la Guerra Civil, o más bien sobre la posguerra civil. El cineasta se pone serio por un momento: "Es importante contar la historia bien, olvidarla no es bueno porque no está tan lejos: esto es el año 1944, no el 744, hay gente que vio aquello y está viva hoy. Y podemos jugarlo con libertad. Con respeto, dándole su peso, sin manipular… pero con libertad". Tener libertad creativa significaba, en este caso, alejarse de los códigos realistas y abrazar sin miedo un género popular —y muy popular, de hecho, durante la posguerra—. Hacer una película ambientada en la Guerra Civil, sí, pero épica y de acción.

"Ha habido un tiempo en el que se han hecho muchas películas sobre esta época, y entiendo que haya esa sensación de repetición... Pero ahora por ejemplo sale Amenábar [con Mientras dure la guerra, que se estrena en San Sebastián]... No creo que esté todo contado. Y hay que quitarse clichés", defiende el director. En realidad, David Muñoz, guionista del cómic había participado en un experimento que se proponía objetivos similares: fue el responsable del libreto de El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro, una historia con códigos de terror y fantasía que sucede en un orfanato republicano en pleno 1939. Y Cortés-Cavanillas menciona otro filme que sirve de ejemplo, aunque en un aspecto diferente: "Cuando Álex de la Iglesia hace Acción Mutante, eso no se veía", dice, sobre esta ópera prima estrenada en 1993, una ciencia-ficción patria y gamberra. "Quisiera que la gente sintiera lo que yo sentí al ver Acción Mutante. Puede gustarte o no, pero que al menos sientas que viste algo diferente".

 

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