'Soberanía Comunicacional en la Transición Ecosocial'

Damian Loreti, Rosa Cabecinhas, Claudia Magallanes, Omar Rincón, Inés Binder, Fernando Tucho, Eloísa Nos, Manuel Vicente, Pepe Madariaga, Madalena Oliveira y Lidia Peralta

El libro Soberanía Comunicacional en la Transición Ecosocial reúne voces relevantes de la Península Ibérica, Latinoamérica y Abya Yala, que dialogan sobre la necesidad de construir nuevos imaginarios sociales a través de la comunicación para salir de la crisis ecosistémica y construir soberanía desde narrativas que abonen esperanzas. 

En los diálogos participan Damian Loreti, Rosa Cabecinhas, Claudia Magallanes, Omar Rincón, Inés Binder, Fernando Tucho, Eloísa Nos, Manuel Vicente, Pepe Madariaga, Madalena Oliveira y Lidia Peralta. El libro (segundo de la serie Diálogos de las dos orillas) forma parte del proyecto IMRESCOM financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. 

Editado por CIESPAL y el Laboratorio de Comunicación y Cultura de la Universidad de Málaga, el libro será presentado este martes 18 de noviembre a las 19 horas en el Ateneo Maliciosa –librería Traficantes de Sueños (Peñuelas 12, Madrid)– con la presencia de Alicia Puleo, Fernando Valladares, Asunción Bernárdez, Susana de Andrés, Lidia Peralta y Manuel Chaparro.

infoLibre publica un extracto del ensayo, que ya está disponible en librerías.

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Prólogo: La coherencia de ser disruptivo

Por Manuel Chaparro

Conocer es respirar y latir. Y supone un metabolismo con el cosmos

Rivera Cusicanqui, 2018

Pareciera que todo está escrito, que todo cuanto había que decir está dicho y por más que repitamos las sencillas ideas que conducen a una vida en armonía, de nada sirve. El ser humano, obligado a repetirse, como recuerda el personaje de Tancredi en la novela de Tomasi: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. En realidad es el eslogan del modelo ecocida de vida llevado al extremo en el último siglo, con afán de perpetuarse para seguir beneficiando a una minoría dominante. La sociedad desarrollista desconsidera cualquier alternativa, no porque no sea plausible, sino porque a sus artífices les va bien. Usan todos los medios para convencer de que en realidad todo el mundo puede alcanzar el “éxito social” que implica tener más a toda costa: “¿Por qué no lo intentas?” En este juego somos números y algoritmos sujetos a la seducción de las tecnologías y las conectividades virtuales, despersonalizadas y alienadoras. Habitamos un universo virtual desconectado de la realidad, de espaldas a la naturaleza y los problemas que se derivan de nuestros comportamientos. la vida se desplazó a Matrix, y ya nadie se extraña, no causa sorpresa, lo artificial se volvió natural. 

La aceptación de esta realidad desencarnada, nos advierte de la importancia de desdigitalizar la vida y vincularse nuevamente a la realidad a las redes sociales de toda la vida, a las que ponen piel, no a las virtuales que atomizan y mantienen aislada a personas que dejan de ser parte de la ciudadanía. Recuperar el ecosistema comunicacional implica recuperar-generar soberanía.

La soberanía de la comunicación apela tanto a las narrativas que se construyen como a las cautelas frente a la tecnofilia y la tecnofobia. Es evidente que las tecnologías digitales de la comunicación tal como se usan hoy prescinden de los cuerpos y de la realidad misma, generan la pandemia antisocial que acerca al humano al transhumanismo, a estar presente y abducido por “la nube”, esa mina de datos robados. Habitar un planeta virtual es perder la conexión con la tierra, vivir sin raíz, vivir en hidroponía, en aislamiento, emparedado en la máquina. 

No entienden que el Yo sin el Tú no existe, como decía Martin Buber: “el Yo y el Tú están aquí, no solamente en relación, sino en leal intercambio” (1984, 80). El Yo-Tú es la fuente de diálogo, lo decía el filósofo anarquista, judío de origen austríaco, que defendió el diálogo entre palestinos y hebreos y la idea de “una tierra para dos pueblos”. Dialogar, la palabra que desconoce las armas que empuña Netanyahu y sus socios. Al fin; una Tierra para todos los pueblos. La comunicación no es sino diálogo.

La impresión de cierto fracaso puede desactivar cualquier empeño por transformar, conducir a callar, pasar y hasta a dejar de escuchar, porque ningún esfuerzo parece merecer la pena frente a gigantes que convierten los sueños justos en quimeras y homologan al activismo divergente a la categoría de Sísifo. “No mires arriba”, dice la película de Adam McKey en su metáfora sobre la catástrofe que pondrá fin a la existencia de vida en la Tierra, mientras una mayoría de medios de información, manipuladores e ignorantes, no quieren escuchar; no quieren que se escuche, banalizan y ríen.

Las preguntas de la humanidad siguen siendo las mismas desde siempre y nunca se terminan de responder. Preguntamos por nuestro destino, por el sentido de estar, sobre la vida, el universo, su existencia... Los problemas, reiterados: guerras, hambre, pandemias, desigualdad, sociedades empobrecidas… Todas las respuestas se han confiado al progreso desarrollista, ese que parece alumbrar con intensidad tan cegadora al capitalismo y hace invisible el triunfo de la desigualdad. 

El sentido del progreso tal como lo define la modernidad no existe. La línea de tiempo del progreso no avanza, el tiempo pasa, pero no es lineal. Los “avances” mejoran la vida, pero no todas. No siempre se aplican pensando en el bien común, entre otras cosas porque patentado el invento se patenta el derecho a la vida, se patenta la maximización del beneficio por una cada vez más exigua minoría. Frente a esta realidad se sabe que las sociedades felices, vivencialmente armónicas, se fundamentan en equilibrios ecosistémicos y en la réplica aprendida del conocimiento de la naturaleza como aliada. Nuestra vida temporal es circular, nacer y volver a ser simiente y lo que verdaderamente importa es el transcurrir del ciclo. En esa lógica puede existir una vida satisfactoria, armónica, de escucha y sentir en comunalidad como expresa Escobar. Estamos llamados a habitar un Pluriverso de saberes y ecosistemas de vida en co-soberanía con la naturaleza.

Ajena a toda disputa, la Tierra mantiene, todavía, los ciclos anuales que se reflejan en los desplazamientos migratorios de millones de animales de todas las especies, aves, mamíferos, insectos; en la siembra, la floración, recolectar, cosechar, descansar-contemplar; para volver a empezar, mientras el planeta gira en ciclo constantes. Solo el “homo desarrollo” desafía inútil y peligrosamente el destino de la casa Gaia en nombre del progreso. Seguramente hace miles de años el primer primate homínido, ya entendió los ciclos de la vida y el respeto por la naturaleza. ¿Progreso? La aspiración no era dominar la naturaleza, sino entenderla para habitarla, usar sin destruir. 

Amartya Sen (2000) afirmaba que el ser humano solo necesitaba para ser feliz una sana relación de pareja, un techo que acoja, salud, sentirse parte de una familia (un grupo estable) y tener garantizado un medio de subsistencia. En realidad, no más de lo que requieren otros seres vivos con los que comparte un planeta construido en delicados equilibrios, un puzle tridimensional gigantesco en el que toda pieza encaja y la ausencia de una pone todo en riesgo. La paradoja de Easterlin (1974) viene a dar la razón a Sen, una vez cubiertas las necesidades básicas, un mayor consumo no comporta felicidad. 

De alguna manera son certezas que se perciben y, sin embargo, el modelo de vida impuesto en el proceso civilizatorio por el enriquecido Norte Global va en la dirección contraria. Ese Norte Global ocupa el espacio geográfico de las élites y clases enriquecidas allí donde se encuentren, un concepto que debe ser ampliable más allá de la geografía de algunos países con índices económicos satisfactorios en términos de mercado y donde las clases medias perciben un deterioro constante del llamado estado de bienestar. Las élites económicas, que también habitan en los países del Sur Global, son igualmente responsables de la inequidad producida, de una huella ecológica insoportable que condena a humanos y naturaleza por igual. Esa minoría enriquecida que acapara riqueza y recursos, representa el 1%, pero genera un impacto desmedido en el medio ambiente, contaminan tanto como los 5.000 millones de personas más empobrecidas.

Qué mueve entonces a seguir redoblando argumentos y esfuerzos en la búsqueda de soluciones al modelo de destrucción impuesto. Las oportunidades existen, como demostró el fotógrafo Sebastiao Salgado reforestando con más de dos millones de árboles de especies autóctonas y cientos de plantas nativas 60.000 hectáreas de tierra árida arrasada por la sobrexpotación. Como la gran muralla verde en África promovida por la líder Wangari Maatahai, 47 millones de árboles a lo largo de 8.000 km para frenar el desierto. Convivir con la naturaleza, habitarla sin destruirla es posible, hay miles de modelos heredados e iniciativas de recuperación que están funcionando. Son miles de millones las gentes conscientes de este planeta que plantean y construyen alternativas cada día. Falta permitir o asaltar para hacer voz la palabra e inspirar más réplicas de los modelos posibles que empíricamente demuestran su eficacia.

La necesidad de verbalizar para seguir incidiendo en modelos de transición es apremiante. Verbalizar es parte esencial en la comunicación, porque aquello que no se dice no se escucha y lo que se escucha y no se dice no habita. Se habita el territorio, pero también el tiempo, el tiempo que toca vivir y en el que toca pronunciarse, no esconderse, no resistir desde la trinchera, sino salir a poner el cuerpo y el alma a campo abierto. Habitamos el tiempo con los otros tiempos pasados que son parte de nuestra herencia, y de ellos aprendemos para transitar.

La necesidad hoy es seguir verbalizando, construir narrativas y ocupar espacios en torno a la Transición Ecosocial (TE). Una narrativa decolonial que enfrente el proceso de recuperación de la raíz, de los verdaderos significados de las epistemes que nutrieron vida. Desde el sentir de Rivera Cusicanqui, una propuesta de reconstitución de la episteme es necesaria para romper con las ideas progreso y desarrollo, “para cruzar la frontera hacia un horizonte muy ajeno a las habituales lecturas lineales y positivistas de la historia” (2018, 11).

La colonización de imaginarios ha sido incentivada por los medios de información, generadores de una opinión pública condicionada por intereses privados, y la publicidad comercial que propicia un consumo banal, ansioso y depredador. La TE comporta entender los derechos humanos y de la naturaleza como sujeto de derecho, considerar los derechos individuales desde el respeto de los derechos colectivos y comunitarios. La TE exige una narrativa que tienda a dar visibilidad y oportunidades a una mirada propositiva y optimista de garantizar la vida en el planeta, de atender con urgencia los desafíos derivados de la crisis ecosistémica que afecta por igual a la naturaleza y los humanos como conjunto simbiótico.

La narrativa para una TE debe ser entendida como un proceso decolonial de saberes impuestos, adquiridos y propagados por el racionalismo dogmático, la cultura capitalista y el desarrollo como concepto económico. La TE en comunicación implica transmitir la necesidad de desaprender para recuperar la conexión con la naturaleza desde una mirada biofílica y bioeconómica, la consideración de equidad entre seres humanos sin distinción de etnias, ni género; de justicia social y ética como consideración universal. La decolonialidad implica desaprender los imaginarios construidos por un sistema educativo y de comunicación determinista, enfocado al éxito y la competencia frente a la cooperación y el conocimiento enfocado a las habilidades sociales, la sobrevivencia en armonía y el reconocimiento multiepistémico.

En este tránsito es imprescindible reinvindicar el accionar de los medios de información al servicio del bien común tanto en sus discursos como en su apropiación por la ciudadanía. Esta idea fundamenta su lógica en la propiedad colectiva de las tecnologías que utilizan. La patente no puede limitar el uso ni ponerse al servicio del capital, como tampoco el espacio radioeléctrico y las infraestructuras estar condicionados a peajes cuando son dominio público vital para garantizar la comunicación de la ciudadanía y su articulación en redes.

Usar las tecnologías de la comunicación para transmitir la TE exige tener soberanía y rescatarlas del secuestro impuesto por el capital. La neutralidad tecnológica de la herramienta se pervierte ante la falta de regulación que pueda garantizar su disponibilidad sin privilegios de propiedad, sin estar al servicio de colonialismos ideológicos que construyen consensos inexistentes. 

Los consensos actuales son dictados por las corporaciones tecnológicas, bancarias e industriales y vendidos al mundo por las naciones que están a su servicio. Esta situación ya se daba antes de la llegada de Trump a la presidencia de EE.UU. pero la diferencia es que ahora no necesitan ni siquiera del disimulo, el consenso se impone desde la anti-ley del fuerte. Las llamadas Big Tech: Google, Apple, Meta, Amazon, Microsoft, Google, Neflix, Nvidia, X, Tesla…, son la principal amenaza a democracias ya de por sí pendientes de una seria revisión desde el siglo pasado. Democracias que han permitido el gobierno de los oligarcas y los déspotas que los apoyan.

Verbalizar desde la reflexión, desde el diálogo y las experiencias, es el propósito de estas breves páginas que reúnen el conversatorio, en torno a CIESPAL y el proyecto “Índice de Responsabilidad Mediática para la Comunicación de la Transición Ecosocial” (IMRESCom), del Laboratorio de Comunicación y Cultura de Andalucía de la Universidad de Málaga (labcomandalucia.uma.es). Conversar como provocación para buscar y reforzar nexos entre las dos orillas del Atlántico, entre la Península Ibérica, América Latina y Abya Yala. Entre los euro y euroamericanos y las culturas originarias que son referentes culturales epistémicos imprescindibles en la búsqueda de soluciones a los desafíos que afectan como nunca antes en la historia la vida del planeta.

Comunicar es un ejercicio revolucionario, el tiempo de escucha y diálogo no se dedica a la guerra, sino al encuentro. Solo la escucha del disenso puede llevar a reconocer la diversidad y radicar consensos, solo la verbalización de pensamiento disruptivo puede hoy suscitar coherencia. Si la respuesta al sistema infiere estar a favor de modificar el modelo ecocida construido por la sociedad del desarrollo, seamos antisistemas en el único sentido crítico del término, el constructivo. Antisistemas han sido y son las organizaciones de derechos humanos, los movimientos feministas y ecofeministas, el movimiento campesino, la comunidad LGTBI, los pueblos originarios… los actores sociales que buscan oportunidades para otra vida más allá del capitalismo. Articulemos, hagamos red desde el pensamiento disruptivo que catalice consciencias.

Referencias:

-Buber, Martin (1984) Yo y TÚ. Nueva Visión.

-Sen, Amartya (2000). Desarrollo y libertad, Planeta.

-Escobar, Arturo (2019). Autonomía y diseño. La realización de lo comunal. Universidad del Cauca.

-Escobar, Arturo y Chaparro, Manuel (2020). Divergencias, alternativas y transiciones de los modelos y las comunicaciones para el Buen Vivir.  Revista Latinoamericana de Comunicación Chasqui, 144, 19-36.

-De Andrés, Susana y Chaparro, Manuel (2022). Comunicación Radical. Despatriarcalizar, decolonizar y ecologizar la cultura mediática. Gedisa

-Hui, Y. (2020). Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad. Caja Negra.

'Las huellas de la Transición'

-Kothari, Ashish; Salleh, Ariel; Escobar, Arturo; Demaria, Federico; Acosta, Alberto (2019) (coords.).Pluriverso. Un diccionario del posdesarrollo. Icaria.

-Ribera Cusicanqui, Silvia (2018). Un mundo ch’ixi es posible. Tinta Limón.

-Wallerstein, Immanuel (2008). Historias y dilemas de los movimientos antisistémicos. Desde Abajo.

Damian Loreti, Rosa Cabecinhas, Claudia Magallanes, Omar Rincón, Inés Binder, Fernando Tucho, Eloísa Nos, Manuel Vicente, Pepe Madariaga, Madalena Oliveira y Lidia Peralta

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