Nando Cruz, periodista musical: "Nos bombardean con que solo vale la pena lo que genera mucho dinero"
Los conciertos de la estufa en Arrabal de Portillo (Valladolid), Reggaeboa Festival en Balboa (convertido por obra y gracia de la música en algo así como la capital jamaicana de El Bierzo), La Benéfica de Piloña (espaciu cultural impulsado entre otros por Rodrigo Cuevas en este concejo asturiano con Infiesto como núcleo principal), la Asociación Bellota Rock en Valdencín (Cáceres) o The Rincón Pío Sound en Don Benito (Badajoz).
Valgan estas como ejemplos de iniciativas culturales imposibles, casi milagrosas, pero que funcionan desde hace (algunas muchos) años al margen de los circuitos comerciales, los grandes titulares y las mareantes cifras de negocio de la música en vivo. Propuestas que hacen de la cultura un elemento dinamizador, de cohesión social e incluso contra la despoblación partiendo de la necesidad personal y el emprendimiento 'por los motivos correctos'.
Después de Macrofestivales. El agujero negro de la música (Ediciones Península, 2023), el periodista musical Nando Cruz (Barcelona, 1968) nos muestra el reverso de la moneda en Microfestivales y otros escenarios posibles (Sílex, 2025). Una constatación de que en un contexto en el que aparentemente el tamaño es lo único que importa, en España hay también multitud de espacios y colectivos que impulsan citas a escala humana donde la música preserva su protagonismo y capacidad de generar comunidad.
¿Qué son los microfestivales?
En realidad es algo que ha existido en toda la historia de la humanidad. A veces lo entendemos como alternativa, pero los macrofestivales han aparecido en los últimos 30 años, y los microfestivales son en realidad la forma que tenemos los humanos de reunirnos alrededor de la música a una escala mucho más razonable, a menudo impulsados por gente que quiere principalmente hacer las cosas que nadie está haciendo, porque alguien las tiene que hacer. También se trata de aprovechar estos eventos musicales para de algún modo mejorar la vida de las personas que viven allí, enriquecerlas y generar espacios de encuentro a los que todos de algún modo podemos sentir que pertenecemos. Porque en los macrofestivales muchas veces tú estás allí como consumidor, entras, pagas, consumes y te vas, pero no generas este vínculo.
¿Son pequeños milagros que nacen por los motivos correctos, por así decirlo, no movidos por el negocio y la especulación?
Yo insisto en que muchos de estos proyectos de los que hablo en el libro nacen muy explícitamente por el deseo de que sus vecinos y vecinas tengan momentos en los que disfrutar un poco más a través de la música. Se hacen para mejorar la vida de la gente y, bueno, esta no es la razón por la que se organizan muchos macroeventos donde principalmente lo que hay es el deseo de lucro de unas pocas personas. En estos otros proyectos participan colectivos más grandes o más pequeños, pero digamos que no es el deseo o el capricho de uno solo, sino el deseo de gente que se asocia, que se reúne, que coopera y que quiere que todos vivamos un poco mejor gracias a la cultura.
Mucha gestión cultural es más imaginativa fuera de las grandes ciudades
¿Cómo ha llegado a conocer estas propuestas ajenas a los grandes medios?
Los músicos son los mejores informadores, pues ellos son los que saben el ambiente en el que se meten, lo bien o mal que los tratan, la reacción que tiene el público, el interés que ellos perciben...
Son los primeros que perciben la escala más humana y lógica de estas iniciativas.
Es que tenemos la percepción equivocada de que los sitios más grandes son donde se paga mejor y donde se trata mejor, pero no es así. Yo he hablado con montones de músicos que te explican que estuvieron en tal festival y en el camerino no había ni sillas y tenían que sentarse en el suelo. Todos los músicos quieren cobrar y cobrar bien, pero el trato, el trato humano, que es algo como de cajón, no está tan garantizado, y estos espacios pequeños es más fácil.
Esta es otra manera de funcionar igual de exitosa y menos depredadora para la música
En Microfestivales queda claro que hay un circuito de locales autogestionados, de todo tipo y condición, que están al margen de las salas comerciales. ¿Estamos tan bombardeados siempre desde el mismo lado que ni nos enteramos de lo que pasa a nuestro alrededor?
No las conocemos. Con este libro quería, primero, demostrar que estos sitios existen, que aunque hay cosas como milagrosas, es posible porque hay espacios de esos que llevan diez, veinte, treinta o cuarenta años funcionando, pero no somos conscientes de que existen porque, efectivamente, nos bombardean con esta dictadura del éxito, de que solo vale la pena lo que trae mucha gente, lo que genera mucho dinero. Encima, este modelo tan macro insiste en esa idea de 'esto es lo que hay y no hay alternativa, si quieres ver buenos conciertos tienes que venir a estos sitios grandes, si quieres conseguir público tienes que venir a tocar a estos sitios grandes', pero no es verdad. Hay alternativas y las hay de todos los colores por todo el país. Por eso, otro objetivo que yo tenía con este libro era que gente que está montando cosas sea consciente de que a su alrededor puede haber otra gente haciendo lo mismo, porque a veces todos estos circuitos aguantan muchos años porque cooperan entre ellos.
Hay mucho que aprender de las cosas que están pasando fuera de los presuntos centros de la cultura
Son lugares casi contraculturales por la reivindicación de lo colectivo, de la cooperación, que es lo contrario a la competición individualista del capitalismo que te dice que lo vas a conseguir solo tú solo.
Es que nos enseñan desde que nacemos, y esto no es una cosa de la cultura ni de los festivales, que has de competir para ser el mejor y, bueno, esta es una manera de funcionar que le va muy bien al mejor, por supuesto. Pero a los que no son tan mejores los acaba aniquilando y muchos de estos proyectos funcionan justamente al revés, entendiendo que lo que les va a ayudar es la cooperación. Es el caso de The Rincón Pío Sound de Don Benito, pero también el del Bellota Rock en Valdencín (Cáceres), un festival en cuanto nace lo primero que quiere es aliarse con otros que programan prácticamente el mismo tipo de música en su misma provincia y ese público puede ser el de todos ellos a la vez. Los festivales grandes quieren público para ellos y robárselo a los otros sitios, pero esta gente monta una federación y cada vez son más consistentes y están consiguiendo que más artistas vayan a tocar a Extremadura. Esta es otra manera de funcionar igual de exitosa y menos depredadora o menos cancerígena para la música.
Los políticos que trabajan en los departamentos de cultura deberían entenderla como algo que tiene otros valores y otras potencialidades más allá de generar dinero
Otra idea que recorre las historias de este libro es cómo el dinero público no aparece nunca para ayudar estas iniciativas, pero sí para luego sacar pecho con las cifras de asistencia de los macrofestivales a los que sí apoyan.
Desde hace unos veinte años hasta hoy, las administraciones públicas han descubierto que los festivales no solo son molestias, sino también generadores de turismo y de impacto económico. Y, claro, muchos de estos proyectos pequeños, aunque puedan atraer público de fuera del municipio donde se celebran, no nacen con esa intención, sino con la de atender o servir las necesidades musicales y culturales de la gente de allí, con lo cual el turismo no entra en la ecuación. Y como en España las administraciones ven la cultura solo como una máquina de generar dinero, pues claro, ponen ese dinero en los eventos que puedan traer más público porque son los que generarán más impacto económico. Pero esta es una visión muy triste de la cultura.
En otros aspectos de la vida también, pero en cultura creo que el tamaño macro, la escala macro, es problemática por definición
¿Los políticos no valoran la cultura como merece?
Los políticos que trabajan en los departamentos de cultura deberían entenderla como algo que tiene otros valores y otras potencialidades más allá de generar dinero, como cohesionar las poblaciones, visibilizar músicas, despertar la curiosidad, fomentar el espíritu crítico... cosas que al parecer los políticos no acaban de percibir. Si todo ese dinero público que se está repartiendo en muy pocos eventos grandes, se hubiese repartido en muchos eventos pequeños, haría más sostenibles muchos de estos encuentros, y haría que la gente que está tocando allí cobrase un poco mejor, pero el reparto del dinero público en cultura en este país es bastante desigual y discutible.
El dinero público invertido en cultura puede tener un rendimiento estupendo y perfectamente cultural
Uno de los capítulos cuenta la historia de La Benéfica de Piloña (Asturias), más popular que otras iniciativas por contar con Rodrigo Cuevas. Pero tampoco él ni sus socios contaron con apoyo público, a pesar de ser ahora un referente en la zona.
Tampoco quería hacer un libro en el que se pudiera leer que la autogestión es la única vía de funcionamiento, porque eso es como aceptar la derrota, es como decir 'bueno, pues no podemos contar con el dinero público'. Porque, oye, estamos pagando nuestros impuestos, ese dinero público es nuestro, debemos poder utilizarlo. Por eso, quería poner algún ejemplo en el que el dinero público hubiese conseguido algún ejemplo de festival valioso, y el caso del Periferias de Huesca para mí es ejemplar, porque el hecho de tener una persona muy preparada en un puesto clave de la cultura de una ciudad, redimensiona toda su actividad cultural. Huesca podría ser otra de esas ciudades que tiene un macrofestival de tres días en verano pero, en cambio, durante muchos años ha sido una ciudad con mucha actividad cultural, con un festival insólito como Periferias, el más imaginativo que ha habido en este país, en una ciudad que no ha buscado el impacto turístico. De hecho, sigue siendo una de las capitales de España con menos turismo, pero para mí ese festival es el ejemplo de que el dinero público invertido en cultura puede tener un rendimiento estupendo y perfectamente cultural.
En España las administraciones ven la cultura solo como una máquina de generar dinero, por eso lo ponen en los eventos que puedan traer más público
Es muy interesante el paralelismo entre la red ferroviaria española y el mapa festivalero. No todo puede pasar en las grandes ciudades a alta velocidad mientras nos olvidamos de esas periferias donde, aún sin medios, terminan surgiendo propuestas más 'reales', por así decirlo.
Ya hace tiempo me parecía que los festivales eran como las paradas grandes del AVE en las que solo paran los grandes artistas para tocar para gente que tiene pasta para pagarse el AVE. Pero haber nacido en un pueblo de Galicia no significa que no tengas derecho a la cultura, igual que tienes derecho a la educación y a la sanidad. Y, justamente, esta concentración de los eventos musicales en pocas ciudades es como si vives en Galicia y te tienes que ir a operar de amígdalas a 600 kilómetros. No tiene sentido, todos tenemos derecho a la cultura y eso es algo en lo que podría meter mano la administración pública financiando o repartiendo mejor el dinero que tiene para apoyar eventos culturales. También pasa que en esas periferias es donde se están gestando los proyectos más ingeniosos, por lo que creo que algo que se puede intuir de este libro es que muchas políticas culturales, o mucha gestión cultural, es más imaginativa fuera de las grandes ciudades, porque es donde hay menos restricciones legislativas y puedes hacer cosas más bestias, pero también donde la gente desarrolla más la imaginación y hace sostenibles proyectos que a nadie se le ha ocurrido impulsar en las grandes capitales. Hay mucho que aprender de las cosas que están pasando fuera de los presuntos centros de la cultura.
Igual es demasiado simple plantearlo así pero, ¿lo macro es el problema y lo micro la solución?
Festivales, un modelo ya en manos de fondos de inversión orientado más al turismo y menos a la música
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En otros aspectos de la vida también, pero en cultura la escala macro es problemática por definición. Si te meten en un sitio con 20.000 o 30.000 personas, no vas a poder disfrutar de esa actuación igual que si hubiera solo 300. Vas a estar más lejos, a lo mejor te van a tener que poner una pantalla, a lo mejor lo oyes mal... creo que la escala humana, digamos, es lo deseable en todos los aspectos de la vida, y en la música y en la cultura también. Por eso, yo pienso en eventos que suelen ser micro por su propia definición, porque tienen la intención de generar algo de proximidad y, sobre todo, de generar esta sensación de que eres partícipe de eso que está pasando. Ese es un sentimiento muy difícil de cuantificar, pero muy gratificante cuando te metes en uno de esos espacios y sientes que te gustaría volver, que puedes encontrar gente con la que llevarte bien. Muchas veces, el macrofestival es justo lo contrario, un sitio donde eres solo un consumidor, estás ahí como completamente alienado.
Una pregunta clásica para terminar. ¿Estallará la burbuja de los grandes festivales? Y un bis que son dos en una: ¿La industria de la música en vivo se está cargando la música en vivo a base de tantas cifras de récord?
¿Cómo saberlo? Yo sí que sé que en 2005-2006 se empezaba a hablar de burbuja de festivales, y ya han pasado veinte años. Sí creo, por un lado, que el día que descubramos la cantidad de festivales y macrofestivales que están en números rojos, al borde de la quiebra, empantanados, igual tenemos una percepción más real de qué está pasando con todo este negocio, pues no creo que todos estos festivales que se están celebrando sean sostenibles económicamente. Pero, por otro lado, hay festivales que están agotando las entradas, por lo que hay público que sigue queriendo ir a estos espacios. Es evidente que hay mucha gente que va a los festivales porque es un espacio en el que hay que estar, pero que no acuden principalmente atraídos por la música y que esto en sí genera incomodidad para la gente a la que sí que le interesa la música, que es también un perfil apasionado y cada vez más desinteresado de todo esto. Que eso signifique que va a explotar la burbuja no me atrevo a decirlo porque los fondos de inversión siguen comprando festivales en España y las entradas cada vez se ponen a la venta antes y se acaban antes, así que hay algo ahí que yo no acabo de entender. Creo que los indicadores los percibimos todos, pero en qué desembocan todavía no lo veo tan claro, entre otras cosas, porque no tenemos toda la información y los que nos dicen que se agotan las entradas o que han acudido tantos miles de espectadores son los que organizan eso, con todos sus intereses.