De Navagero a Gabino-A Carriedo: sonetos fechos al ‘Rafaélico’ modo
Sonetos todos - Rafael Ballesteros
Sonámbulos Ediciones (Granada, 2025)
Sonámbulos Ediciones publica en un solo volumen los sonetos escritos por Rafael Ballesteros de 1969 a 2003, además de poemas no incluidos en los libros publicados durante esos años, lo que convierte esta publicación en la edición definitiva de la obra del autor malagueño.
Desde su creación en Sicilia en el siglo XIII y su introducción en la literatura española a mediados del XV, hasta los años sesenta del pasado siglo, el soneto ha gozado de una salud dispar en la poesía hispana: según el momento y las corrientes imperantes, salud de hierro, de ir tirando o de supervivencia, pero nunca ha recibido la extremaunción.
La formación, la dedicación lectora y el entusiasmo por los clásicos de nuestros Siglos de Oro suponen el punto de partida de la poesía de Ballesteros, lo que despertó su vocación de escribir.
Pertenecen a su «prehistoria poética» [J. Neira] los catorce sonetos de la serie Esta mano que alargo (1967), que el autor no tiene en consideración. Sin embargo, aunque todavía no sonaba su voz más personal, la relevancia de este conjunto radica, a mi juicio, en que representa la primera muestra de la apuesta por la heterodoxia literaria de Rafael Ballesteros. Y coincido con F. Ruiz Noguera en que estos textos «ya ponen de relieve un dominio y un control expresivo».
Rafael Ballesteros conoció a Gabino-Alejandro Carriedo «entre 1967 y 1968» —aventura el malagueño— y la relación con el palentino determinará, a partir de entonces, la escritura de sus sonetos. Había nacido el rafaélico modo, pues establecen no solo unos lazos estrechos de amistad, sino también una productiva interrelación literaria. Y la suma poética de talento, lucidez, experimentalismo y rehumanización que abanderaba Carriedo se convierte en su modelo a emular.
Pero ¿hubo alguna vez sonetos genuinamente postistas y Ballesteros se acogió a sus moldes? ¿O existió el postismo y el autor de Las contracifras lo amalgamó con la tradición clásica a la hora de componer sus sonetos? Pienso que, aun cuando hubo sonetos postistas, no abundaron —Ory fue su mayor y mejor exponente— ni fueron las joyas de la corona del movimiento. Fue Rafael Ballesteros quien los elevó a la categoría de obras maestras postpostistas, mediante la aleación brillante entre clasicismo y postismo.
El otro gran descubrimiento para Ballesteros fue Fernando Pessoa, sobre todo por su concepción del soneto como un desafío: el de superarse bajo sus reglas, el de dar lo mejor de sí poéticamente ajustándose a un molde rígido, en cierto modo midiéndose con él.
Con tales convicciones y fundamentos estéticos, los primeros sonetos al rafaélico modo ven la luz en 1969, con el título Las contracifras. Escritos entre julio de 1967 y marzo de 1968, se publican dentro de la colección El Bardo.
Ya el propio título se alejaba de la convencionalidad: una obra a la contra. Contra lo establecido, contra lo indiscutido, contra lo inamovible. Y lo que ofrecen a sus lectores los sonetos de Rafael Ballesteros no lo ha ofrecido ni ofrece ningún otro autor: juego poético de alta calidad con significación.
Resulta admirable que en tan brevísimo de tiempo un poeta pasase de joven principiante a autor maduro, a poeta con voz propia. El conocimiento de Carriedo y Pessoa fue la pista de despegue poético de Rafael Ballesteros, que logró aquello que Ezra Pound consideraba esencial de un poeta: «construirnos su mundo».
Y en 2019, habiendo pasado la friolera de ¡cincuenta años! desde la publicación de Las contracifras, ve la luz un nuevo libro de sonetos de Rafael Ballesteros: Contramesura, compuesto entre junio 2012 y 2017. Fue un regreso «con el cargado bagaje de experiencias vitales y de conocimientos técnico-poéticos, pero sin olvidar los puntales sobre los que se basaba aquel primer poemario: el apego a los modos barrocos y la influencia del postismo» [A. López-Pasarín].
Lo sentencioso, equilibrado y superado muchas veces por el humor e incluso el absurdo, la ironía y lección de barroca vanitas, la sátira religiosa, el fustigamiento de la deslealtad política y la conforman el admirable universo literario de Contramesura.
En 2022 ve la luz Perseverancia, volumen que acoge un trío de nuevos libros de Rafael Ballesteros. En uno de ellos, Estados sombríos del corazón, figuraban tres sonetos, a los que se han añadido diez más, hasta ahora inéditos, pertenecientes a esta serie.
Habiendo hallado Ballesteros el resorte literario para escribirlo en la espléndida novela Solenoide, del rumano Mircea Cartarescu, la temática de los sonetos de Estados sombríos del corazón se distribuye entre la tristeza y la nostalgia, que son mayoría, y una única aproximación al pánico, la desesperación y la amargura.
Pienso —con otros críticos— que la clave de bóveda que sustenta toda la fábrica literaria de Ballesteros se llama indagación. Su centro de gravedad está situado en el permanente análisis y escrutinio de sí mismo y de todo lo que atañe a la existencia humana: el amor y la muerte, las relaciones interpersonales y las conductas, la política y la religión, la creación literaria en verso y prosa, la sátira social…
Y al sugestivo cóctel de tradición e innovación, debe añadirse un ingrediente más: la emoción: emoción que, teñida de máscaras, espolea su creación literaria; emoción que, enfoscada tras los versos, respira a través de ellos.
La crítica se ha ocupado ampliamente en desgranar las fórmulas estilísticas, las figuras retóricas, los recursos fónicos, las técnicas, en suma, los procedimientos de que se vale el autor para perturbar —encaja a la perfección el verbo— la lengua común y convertirla en estilo poético propio.
No obstante lo anterior, la desatención crítica, en términos absolutos, que padece la obra de Rafael Ballesteros es una evidencia que no necesita demostración: precisa tan solo asomarse someramente al corpus bibliográfico de la crítica literaria española desde mediados de los años sesenta del XX hasta hoy. A mi vez, pienso que, en el conjunto de la obra de Rafael Ballesteros, a los sonetos se les ha prestado también una atención ligeramente tangencial, eclipsados por títulos como Turpa, Numeraria, Testamenta y, desde luego, el proyecto ciclópeo de Jacinto.
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En mi opinión, los sonetos —únicos e intransferibles de este autor—concentran las esencias de la poesía de Rafael Ballesteros, amén de desarrollar su faceta postista como en ningunas otras composiciones. Aplicando su método de abordar contenidos serios mediante lo lúdico y lo experimental, el autor de Sapienciales retuerce el cuello al pato cojo de lo trillado, pero su nuevo plumaje es engañoso, porque, al margen de su vistosidad para quien sepa apreciarla, ahonda en las aristas más punzantes de la realidad.
En definitiva —y a despecho de la poco aplicada aplicación ChatGPT—, he aquí una inteligencia natural de la poesía. Un postpostista de postín.
*Javier La Beira es filólogo, escritor y director de la Biblioteca de Centro Cultural Generación del 27.