El papa Francisco, Javier Cercas y la vida perdurable

El loco de Dios en el fin del mundo - Javier Cercas

Random House, Barcelona, 2025. 

Este nuevo libro de Javier Cercas parte de dos novedades significativas: el cambio de editor, abandona Tusquets por segunda vez, y vuelve a Random House, donde se inicia una Biblioteca Javier Cercas, aunque todavía no sepamos de qué libros se compondrá; y la sorprendente decisión de escribir un libro sobre el papa, aun cuando, como veremos, abarque, en realidad, mucho más. Esta segunda decisión, me parece un difícil reto, al margen de que Cercas lo solvente con pericia y lucidez, pues no suele arredrarse ante las dificultades que presentan las grandes cuestiones de nuestro tiempo.

La salida del libro, además, ha contado con tres circunstancias que le han resultado favorables: la muerte del papa Francisco en mayo, un mes después de la aparición del libro; y, en menor medida, la publicación en enero de su autobiografía, titulada Esperanza, y el estreno de la película Cónclave (excelente, aunque estropeada por el rebuscado final), que de darse en abierto, parece que con resultados modestos, pasó a ser de pago, tras el fallecimiento del pontífice, con la consiguiente multiplicación de la demanda.

Me ha llamado la atención la cantidad de tonterías que se han escrito en la prensa con motivo de la muerte del papa, aunque tampoco han faltado opiniones sensatas, de gentes que saben de lo que hablan, fueran o no católicos practicantes. Si aquellos opinadores se hubieran molestado en leer el libro de Cercas, quizá nos hubiéramos ahorrado muchas de ellas.     

El título resulta intrigante. Si el papa es el loco de Dios, Cercas se presenta como el loco sin Dios, aunque al fin y a la postre, los locos de Dios por excelencia sean las monjas y sacerdotes que han elegido ser misioneros, de los que en el libro tenemos varios ejemplos. Por cierto, el nuevo papa, León XIV, lo fue en el Perú. El fin del mundo, en esta ocasión, es Mongolia. Pasemos del título a la cubierta, en la que se reproduce “la estatua ciclópea de Gengis Kan”, situada junto al Parlamento de la capital, “de una negrura intimidante (…), y recuerda a Darth Vader”, como dice el autor, y como contraste (lo negro y lo blanco, lo gigantesco y lo pequeño), la figura minúscula del Papa, vestido de blanco, que sube de espaldas por la alfombra roja de una escalera en dirección al Kan, como si se prestara a rendirle pleitesía  (pp. 223 y 272).

La siguiente pregunta se refiere a cómo hemos leído el libro. De la respuesta podrá deducirse el género. Yo, al menos, lo he leído como la crónica del encuentro de un reconocido escritor español con el papa; como la historia de un viaje, primero a Roma, a los entresijos del Vaticano, y luego a la capital de Mongolia, adonde se desplaza Cercas en agosto del 2023 siguiendo al pontífice. No lo he leído, en cambio, como una novela, ni creo en ese oxímoron que ahora llaman novela de no ficción; un tipo de narración para el que habría que encontrar un término más adecuado, que genere menos confusión.

En la obra, Cercas nos dice que ha querido “escribir un libro distinto, tan extravagante como fuera posible, una mezcla de crónica y ensayo y biografía y autobiografía” (pp. 62 y 86). Pero lo que tiene de crónica creo que prevalece sobre el resto, aunque no carezca de sus buenas dosis de autobiografía, pues algo nos dice tanto de su madre, como de él mismo. Sin embargo, la segunda parte, titulada “Los soldados de Bergoglio”, podría leerse como un diario que aparece estructurado en siete entradas, con sus correspondientes fechas; división que podría haberse reflejado en el índice.

Pero, además, para Cercas, nos confiesa, “escribir este libro es hacer un peregrinaje” (p. 133). Opina, asimismo, que debe ser un “libro escandaloso”, pues “un libro sobre el papa que no sea un libro escandaloso no es un libro sobre el papa” (p. 224), trabalenguas muy del gusto del autor. Y a este respecto, aprendemos no poco sobre la Mongolia posterior al Gengis Kan de las películas o de una buena serie reciente; sobre las características del país, de su capital, con el escaso número de católicos, aunque Mongolia aparece también como un mirador sobre China, si bien contemplada de reojo, pero con la intención de ser correspondidos.

De thriller, como se lee en la contra, creo que tiene poco, a no ser que estemos ante un thriller metafísico. ¿Se plantea el libro la resolución de un enigma: si existe la vida eterna, si tras la muerte nos encontraremos con los seres queridos? Diría que no hay tal enigma, ni tampoco importa, más allá de lo que intrigaba a la madre de Cercas, o a otros católicos fervientes, como la mía. La preocupación por la vida perdurable (así titulaba Narcís Comadira una notable pieza de teatro, y también ha usado el concepto Almudena Grandes), prefiero esta expresión a la vida eterna, no parece haberse generalizado, ni siquiera entre los católicos practicantes.

El autor, que se declara una y otra vez ateo y anticlerical, con una vez habría sido suficiente, confiesa en el libro que, tras su muerte, espera encontrarse con sus padres en el más allá. En fin, seamos creyentes o no, estaría bien poder abrazar de nuevo a los seres queridos; volver a charlar con los buenos amigos y confiar en que las gentes dañinas, las tóxicas, se estén pudriendo por fin en las calderas de Pedro Botero o, al menos, en los círculos infernales que Woody Allen nos mostró en Desmontando a Harry (1997). Si hay algún secreto, aunque sea imposible de desentrañar, estriba en saber quién es realmente el papa y en cómo funciona el Vaticano, más allá del conocimiento que tienen, o presumen tener, los vaticanistas.

Otra de las características destacables es que se trata de un libro de encargo. Cercas ha contado los detalles, pero si yo fuera uno de los muchos periodistas que lo han entrevistado, me hubiera gustado saber quién financió los viajes y las estancias en Roma y Mongolia; ¿o, acaso, dieron por hecho que los gastos correrían por cuenta de quien fuera a publicarlo? No me parecen preguntas impertinentes, en estos tiempos en que la gente tiene la lengua tan suelta…

El libro, se trata de un encargo que en otras manos (por ejemplo, el novelista meapilas de ABC) hubiera resultado un disparate, se divide en tres partes, a las que se añade un “Epílogo” y una “Nota del autor”; de entre las cuales, la segunda parte, que incluye el viaje a Mongolia, es la más extensa, con diferencia. Además, las partes se organizan en breves capítulos, lo que hace más amena la lectura. La narración se estructura mediante numerosas conversaciones, a través de las que  vamos conociendo los entresijos del funcionamiento del Vaticano y las ideas que ha defendido el papa Francisco.

Así, toda una serie de personas, bien sea en Roma, bien en Ulán Bator, adquieren cierto protagonismo: son sus acompañantes o sus fuentes, o ambas cosas, tales como Lorenzo Fazzini, Paolo Ruffini, Andrea Tornielli, Antonio Spadaro, el cardenal Tolentino, poeta portugués, Salvatore Scolozzi, el padre Ernesto, el rebelde padre Giovanni, la hermana Ana, de Kenia, y la hermana Francesca, de Camerún… A cada uno de ellos, podríamos dedicarle un comentario, sobre el papel que desempeña en esta crónica. Pero Cercas no se limita a escuchar, sino que pregunta lo que no sabe o no entiende, pidiendo que le aclaren conceptos. Así, por ejemplo, nos enteramos de qué es un consistorio (p. 364), o por dónde anda el valor de la fe, uno de los principales motivos del libro.

Si Cercas confiesa que perdió la fe, que abandonó el catolicismo leyendo San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno (a quien se refiere hasta en cuatro ocasiones, a él o a sus libros) y a Nietzsche, pero algo más adelante precisa que “debieron de influir en el abandono de la fe la emigración, el desarraigo, el descrédito de la Iglesia española por su asociación con el franquismo” (pp. 45, 102, 140 y 158). Quizás haya vuelto a recuperarla; o, al menos, a apreciarla, tras sus conversaciones en Mongolia con los misioneros. Permítanme una digresión personal. Cuando yo era un joven escolar, los misioneros visitaban con cierta frecuencia los colegios; unos nos contaban sus experiencias en lugares exóticos, su entrega a los demás, mientras que otros se limitaban a narrarnos truculencias. Ni que decir tiene que lo que relataban los primeros nos producía más impacto que lo que referían los segundos.

Pero leyendo este libro de Cercas, me he preguntado si podría escribirse algo así, vivir la experiencia con sinceridad, sin convertirse en otro individuo diferente, y no me refiero a solo recuperar la fe o volver a la Iglesia. Sea como fuere, para estar escrito por un ateo confeso, por un anticlerical, se trata de un libro ecuánime y valiente, en el que no falta el humor; aunque, a veces, repite demasiado las cosas, e insiste una y otra vez en lo mismo. En una crónica de María Paz López, la excelente corresponsal de La Vanguardia en Berlín, antes lo había sido en Italia, ésta relataba la reunión del papa en el Vaticano con un grupo de cómicos de todo el mundo. Toda una declaración de principios.

Si sobre Soldados de Salamina llegaron a soltarse todo tipo de juicios sesgados, de disparates; éste parece transitar por el mismo camino. El nuestro es un país en el que la gente se atreve a opinar no solo de lo que no sabe, sino también sobre libros que no ha leído, como es el caso de la periodista Marta Nebot. En opinión de esas gentes, hay temas que no pueden tocarse sin quedar uno manchado. A lo que cuenta Cercas se le pueden poner pegas, como a la obra de cualquier otro escritor, pero lo que ha demostrado es que, escriba sobre lo que escriba, siempre lo hace con libertad.    

Marcos Giralt Torrente: parte de una historia, o una novela de retratos

El papa Francisco no ha llevado a cabo revolución alguna en la Iglesia, ni hubiera podido hacerla, pero creo que tampoco es la misma tras su papado. En este libro se cuenta, a veces con detalle, los estertores de la vida de un papa, con sus aciertos, muchos, y desaciertos, bastantes menos. No parece un mal balance, teniendo en cuenta la responsabilidad y trascendencia del cargo que ocupa. Tampoco faltan las críticas a la Iglesia católica como institución, sobre todo al clericalismo y al constantinismo. A los que no somos practicantes, aunque hayamos sido educados en el catolicismo y respetamos y apreciamos su cultura y arte, Juan Pablo II, en ocasiones, llegó a irritarnos; Benedicto XVI nos dejó indiferente; y Francisco nos ha parecido el mejor papa posible, logrando que nos interesáramos por lo que decía y hacía, y por cómo lo hacía. Es mucho.    

A veces, como ocurre en esta ocasión, de los encargos puede salir un buen  libro. Siempre he pensado que Javier Cercas es mejor cronista (Anatomía de un instante, El impostor), además de excelente articulista, que novelista, pues las artes de la novela, su pericia como narrador, funcionan mejor cuando cultiva la crónica. Y este juicio, que conste, no supone rebajarlo en absoluto, pues no creo en la jerarquía de los géneros, sino en sus aciertos. Así, quizá la mayor virtud del libro sea que nos haya permitido entender mejor no solo al papa, sino también los entresijos de la Iglesia, la sala de máquinas del Vaticano. Da vergüenza tener que aclararlo, dada lo tontería imperante, pero a algunos nos siguen interesando las cuestiones que aquí trata Javier Cercas.  

*Fernando Valls es catedrático de Literatura Española y crítico literario. 

Más sobre este tema
stats