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¿Quién mató a Roland Barthes?

El filósofo Roland Barthes.

¿Quién mató a Roland Barthes? Cualquiera en su sano juicio y con un mínimo conocimiento de la vida del filósofo y crítico francés respondería "nadie" y miraría con extrañeza al encuestador. El autor de Mitologías murió, cierto, en condiciones poco habituales, al ser atropellado por la camioneta de una lavandería al cruzar la calle en la primavera de 1980. Pero el accidente sucedió a la salida de un almuerzo con François Mitterand, que sería elegido poco después presidente de la República Francesa. Y al novelista Laurent Binet le basta ese curioso detalle para moldear la historia en La séptima función del lenguaje (Seix Barral), su primera novela desde HHhH, que ganó el premio Goncourt en 2011HHhH

Si entonces apostó por la novela histórica —sobre Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga, y la conspiración preparada para asesinarle—, ahora se dirige directamente a la ucronía, una especie de novela histórica alternativa. A partir de hechos y personajes reales —el propio Barthes, su entorno, y las circunstancias de su muerte— imagina algo que nunca sucedió: que el accidente del filósofo no fuera tal, sino que se tratara de un complot. Esto convierte a La séptima función del lenguaje en una novela negra en la que un comisario de policía y su ayudante tratan de esclarecer el suceso interrogando a la intelectualidad francesa de la época, de Gilles Deleuze a Michel Foucault. Este juego con la verdad le ha resultado muy liberador, en comparación con su anterior novela, muy atada a la realidad histórica: "HHhH me exigió 10 años de estudio, pero no inventé nada. Aquí, a veces esta libertad me sobrecogió, pero otras veces me sentía borracho, eufórico".

Lingüística, espías y asesinatos

"La vida de los filósofos siempre han sido bastante ricas e interesantes, mira Sócrates", argumenta el autor en su visita promocional a Madrid. Defiende que, además de "materia" le han dado "espíritu" a la novela. Esa "séptima función del lenguaje" sería una que viene a completar el esquema desarrollado por el lingüista Roman Jakobson, en el que figuraban seis funciones según la comunicación estuviera dedicada a expresar el ánimo del emisor, apelar al receptor, describir el contexto, etcétera. La función que da nombre a la novela sería la performativa, presente en aquellos mensajes que con su propia enunciación cambian la realidad, como por ejemplo el "yo os declaro marido y mujer" formulado por un sacerdote en el altar. 

Si "decir es hacer", defiende Binet, si la palabra modela nuestros actos como han defendido Judith Butler o Jacques Derrida, esta novela funciona como "una metáfora sobre el poder del lenguaje". Pero también es verdad que toda esta teoría es filtrada por Binet para dar lugar a una trama mucho menos seria: Barthes guardaba un manuscrito que, como un encantamiento, podría someter a naciones enteras a través del lenguaje, y que Gobiernos y personajes misteriosos buscan desesperadamente, incapaces de transformar la realidad social por los cauces habituales. 

Porque en la novela hay mucho personaje ilustre, pero muy poca solemnidad. Binet defiende que el 80% de las citas del libro han sido extraídas de las obras, discuros y artículos de prensa reales de los protagonistas —lo he le ha exigido una investigación de tres años—, pero el tono ácido de Binet transforman el libro en una sátira de 440 páginas. "La novela es un género profano que debe desacralizar", defiende. Y cómo: Sartre figura en la novela acodado a la barra del café Flore, muy afectado por la ceguera; Barthes formula discursos incomprensibles en su lecho de muerte; el polémico filósofo Bernard-Henri Levy se pasea con su sempiterna camisa blanca tratando de llamar siempre la atención; Foucault declama sobre el biopoder en una sauna gay mientras un joven le hace una felación. 

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Admiración o reverencia

Una idea que no impide que parte de la crítica francesa haya censurado lo que considera una "falta de respeto" hacia los autores retratados, integrantes casi todos de la french theory y moldeadores de la crítica, el análisis lingüístico y la filosofía del siglo XXI.  "Quién iba a pensar que en el siglo XX la cuestión de la blasfemia seguiría presente...", se lamenta Binet, "Por otra parte, es curiosa la idea que la gente tiene de la falta de respeto. No veo en qué una felación es sucia o insultante. ¡En esa escena, Foucault es imperial, domina todo!".  No oculta su desagrado por el escritor Philippe Sollers, que sale mal parado en la novela y del que dice que "se ha burlado de tanta gente [de Derrida y Althusser, entre otros] que difícilmente puede quejarse ahora". Pero Binet asegura que otros le han felicitado. "[La escritora] Hélène Cixous me envió una nota muy emocionante dándome las gracias. Y quiero creer que a Foucault no le habría molestado mi libro. Admiro a estos autores, pero admirarlos no quiere decir reverenciarlos".

Irónicamente, otra parte de la crítica se ha alegrado mucho de esa "falta de respeto". Aquellos autores más cercanos a la derecha se han mostrado muy satisfechos de lo que han interpretado como un ataque a un grupo de intelectuales que consideran entronizados y cuyas opiniones políticas de izquierdas creen muy censurables. Este "malentendido" no es tal, defiende Binet: "El proceso de desacralización ha beneficiado a cierta gente, incluso a gente que no comparte mis opiniones". Y cita a Kundera, que defendía la novela como el territorio de la ambigüedad: "Una novela es equívoca, es lo contrario de una demostración". "Hay límites a la interpretación, claro, pero si ciertos lectores utilicen mis libros para saldar cuentas (no solo ideológicas, porque algunas son personales), no tengo nada que decirles", replica, divertido.

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