25N | DÍA CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA

"Escucharnos es una forma de no sentir culpa": la memoria, un salvavidas para las víctimas de violencia machista

Imagen de archivo de una manifestación feminista.

Crear un archivo histórico en el que las mujeres compartan sus historias de violencia. Un espacio donde las víctimas que nunca antes habían hablado puedan hacer visibles sus heridas, o en el que aquellas que sí lo hicieron expresen las barreras que debieron sortear cuando denunciaron, la violencia institucional sufrida, la revictimización o todo lo contrario: las victorias. Es el propósito que persigue el Instituto de las Mujeres a través de la iniciativa que busca crear un archivo recopilando testimonios de víctimas de violencia de género. Una deuda histórica que tiende la mano a las víctimas, les promete un espacio seguro para poner nombre a la violencia sufrida y abre la puerta a un elemento clave para ellas: la identificación con otras, la certeza de que no están solas y la posibilidad de salir adelante entre todas. 

Así lo percibe Nieves. La suya es una historia de violencia extrema por parte del que había sido su pareja, el padre de sus hijos. "Lo de siempre", dice hoy en conversación con este diario. "Niña con falta de cariño, chico con mucha experiencia y muy encantador, dice que me va a salvar la vida y lo que hace es casi matarme", expresa. Lo hace sin apenas atragantarse, capaz de conjugar con precisión sus vivencias. Al dolor de lo vivido le eclipsa ya la celebración de haberlo dejado atrás, la confianza plena en que es posible salir.

A Nieves el que fuera su marido le decía que su futuro o era con él, o era en el cementerio. Tardó años en ser capaz de dejar atrás la violencia. "Me fui con la nariz rota, el alma destrozada y mis niños del brazo", rememora. Era julio de 2004. 

Casi diez años después, Rosa vio por última vez a su exmarido. Su historia de violencia no es muy distinta, porque a todas, en su diversidad, las atraviesan patrones comunes. "Actualmente tengo una orden en vigor y él está en busca y captura desde el 2013", asiente. Recuerda con total nitidez los detalles de aquella última vez. "Llegó una noche a casa y no podía abrir la puerta porque venía ebrio. Yo estaba embarazada de seis meses. Se abalanzó sobre mí, tuve que estar dieciséis días ingresada en el hospital. Perdí al niño que estaba esperando de las patadas que me dio".

Los golpes que asestó el maltratador de Nadia ocurrieron décadas después. Ella tenía quince años cuando conoció al que sería su primer novio, un chico siete años mayor obsesionado con controlar hasta el extremo todos sus movimientos. El 22,6% de las mujeres españoles, según la Macroencuesta de violencia sobre la mujer, reporta que su pareja ha tratado de impedirle ver a sus amigas o a su familia, el 16,7% asegura que su novio ha insistido en saber dónde están en cada momento y el 15,9% ha sufrido reproches y enfados por hablar con otras personas. Todas las agresiones sufridas por Nadia son en realidad dinámicas habituales dentro de la violencia de control.Tuvo que pasar algo más de un año hasta la primera denuncia. Para entonces, la joven ya había roto con todas sus amistades y las agresiones habían hecho de su cuerpo un lienzo lleno de magulladuras. 

Que las víctimas hablen

Cuando Nieves empezó a sufrir violencia no existía una ley integral. Recuerda haber visto a Ana Orantes por televisión y haber pensado que "la señora estaba loca por volver" con su agresor. "Pero yo había vuelto con mi marido muchas veces", añade enseguida. Identificarse como víctima es un proceso largo y complejo.

Y muchas veces sólo es posible cuando enfrente hay otras que te devuelven la mirada. Fue el caso de Nadia. A ella le hizo abrir los ojos conocer a una de las exparejas de su maltratador. Una joven en la que se reconoció enseguida y que había pasado prácticamente por una situación idéntica a la suya. Ahí empezó el camino, pero todavía quedaría mucho por andar. "Cuando salí de la relación no sentía que fuera una mujer maltratada", clama la joven, "no se me pasaba por la cabeza". 

Tampoco lo sintió así Rosa. "He aguantado mucho. Cuando me vio el médico me dijo que o denunciaba yo, o lo haría él", rememora. "Tenía compañeras de trabajo que ya me lo habían dicho. Me decían que aquello era maltrato, luego fueron los médicos y la psicóloga", añade. Pero pasó mucho tiempo hasta reconocerse como víctima. "Me he sentido más fuerte escuchando a otras mujeres, empatizando con ellas, más que con los profesionales", admite hoy, tras haber encontrado en los grupos de terapia su principal tabla de salvación. "Nos contamos, nos levantamos, nos damos un abrazo y acabamos con mucha fuerza y valor, el que no teníamos antes", narra. Por eso, cree fundamental "conocer a mujeres que hayan pasado por algo similar, porque sientes que no estás sola. Es como una esperanza". 

Algo así describe Nieves. A ella la violencia que sufrió por parte del que fuera su pareja le sirvió para empezar a formular preguntas y buscar respuestas. Entró a participar activamente en la Fundación Ana Bella y después cursó un máster en violencia "para saber ayudar a las mujeres". Dice que lo hizo por egoísmo, porque no se entendía a sí misma. "No era capaz de comprender cómo había podido aguantar tanto y sentía una culpa tremenda. Gracias a hablar con otras mujeres aprendí. Escucharlas es la única manera de no sentir culpa y de saber que se puede ser feliz habiendo sufrido malos tratos". 

Aquellos relatos de violencia a los que accedieron las supervivientes fueron claves. "Incluso aunque no lo verbalices, si lo lees te identificas. Si ves que una mujer ha podido salir, piensas que igual tú también puedes", razona Nieves. Al otro lado del teléfono, aporta además una visión fundamental en torno a la utilidad del relato colectivo de las víctimas: el impacto en el entorno. "Yo salí porque mi hija me dijo que yo podía volver con mi marido, pero que ella no iba a volver con su padre. Eso me ayudó muchísimo".

Y que la sociedad escuche

Es ese uno de los propósitos más valiosos de la confección de un archivo: que el entorno escuche a las víctimas para entender la violencia que recae sobre ellas. En parte, porque es a terceros a quienes las mujeres cuentan sus historias de violencia. Según la citada Macroencuesta, el 50,7% de las mujeres que han sufrido violencia por parte de alguna pareja, contó lo sucedido a una amiga, el 36,2% a su madre y el 25,4% a su hermana. 

Pese a ello, sólo el 0,21% de las denuncias por violencia de género son presentadas directamente por familiares y el 1,79% son atestados policiales con denuncia familiar, de acuerdo a los últimos datos del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), correspondientes al segundo trimestre del año.

Año 2019. El Barómetro del CIS señala que un 6,8% de los encuestados sitúan la violencia de género como un problema preocupante. En un momento de eclosión de las reivindicaciones feministas, la sociedad expresaba su compromiso contra la violencia de género. Aquel fue el año en el que la violencia machista logró captar de forma récord la atención de la población. En los barómetros más recientes, la violencia de género ni siquiera figura como problema. Es decir, menos de un 0,2% lo había mencionado como elemento de peso entre sus preocupaciones principales.

Acercar historias de violencia en primera persona, arrancarlas del ámbito privado para colectivizar el dolor es también una forma de resituar la violencia de género como un problema que atañe a todos.

Hacer memoria

La del Instituto de las Mujeres no es una iniciativa aislada, sino que bebe del trabajo que instituciones y entidades han venido haciendo en las últimas décadas para conceder a las mujeres la voz propia que no siempre han tenido. Se trata de narrar historias de violencia, pero también relatos de emancipación. Murales, exposiciones, esculturas y documentales emergen desde hace años fuera y dentro de las fronteras, habitualmente de la mano de organizaciones feministas, pero cada vez más también con la implicación directa de la administración. Una manera de sembrar memoria colectiva que contribuya a la reparación tras siglos de abuso y silencio.

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El colectivo feminista vasco Mugarik Gabe comenzó hace años una investigación sobre el funcionamiento de la justicia ordinaria en los casos de violencia de género y llegó, tras una interlocución directa con las víctimas, a la conclusión de que enterrar la violencia machista bajo la caducidad de un titular contribuía muy poco a la tarea de reparación. A partir de entonces, la organización se volcó en promocionar iniciativas de memoria estrictamente feministas y crear nuevos espacios capaces de abonar esa memoria. La fundación Ana Bella reúne a supervivientes de la violencia para hacer de sus vivencias un relato en el que otras puedan mirarse. Y hablar por primera vez del Patronato de Protección a la Mujer le sirvió a Consuelo García del Cid para encontrar a las muchas compañeras que habían permanecido en silencio durante décadas.

Pero si hay una iniciativa que ha ido ganando terreno en lo que hacer memoria feminista se refiere, es la que nace de la tenacidad de la escritora feminista Cristina Fallarás. Primero, a través de la concesión de un espacio, en sus redes sociales, dedicado exclusivamente a las víctimas. Más tarde, compilando todos sus testimonios en un libro. Y ahora, con la construcción de una red social específicamente pensada para que sean las propias víctimas quienes tomen la palabra.

La memoria feminista ha sido capaz de conseguir que los nombres de Ana Orantes, Nagore Laffage o Diana Quer no le resulten ajenos a nadie. Pero hacer memoria es también dar voz a las mujeres anónimas expulsadas del debate público. A aquellas que no pudieron abortar en los setenta y a las madres que han visto cómo un juez les separaba de sus hijos. También a quienes han salido adelante. Nadia, Rosa y Nieves dan charlas allí donde las quieren escuchar. Creen que si compartir sus experiencias es útil para una sola mujer, habrá merecido la pena. Nadia, la más joven, tiene la certeza de que es así cada vez que alguna adolescente le pide, al terminar de exponer su historia ante una clase repleta, quedarse un momento para hablar a solas.

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