De la Doctrina Monroe a la Doctrina Rubio: EEUU convierte América en su campo de batalla contra China
Hubo un momento de la historia en la que Marco Rubio, actual secretario de Estado de los Estados Unidos, era conocido, por las partes más ultras de su partido, como el “Obama republicano”. Un apelativo que le colocó el senador por Texas Ted Cruz, allá por la década pasada, tras acusarle de ser demasiado tibio con respecto a la reforma migratoria impulsada por el presidente demócrata. Entonces, Rubio pronunció un potente discurso en el que incluso llegó a derramar alguna lágrima, recordando la historia de su familia, unos exiliados cubanos que llegaron a EEUU sin papeles, y cómo esa reforma iba a ayudar a miles de familias migrantes como la suya. La legislación fue aprobada en el Senado, cámara en la que Rubio ocupaba un escaño por Florida, por un consenso entre los dos principales partidos que ahora parecería ciencia ficción.
Mucho ha cambiado desde ese momento en la política estadounidense. En un mundo aún sin Trump, Rubio era la gran esperanza para “salvar”, tal y como predecía de forma fallida la revista Time, al Partido Republicano, con una mezcla de carisma, juventud y una buena dosis de pensamiento conservador tradicional. Sin embargo, la aparición fulgurante del magnate acabó con su sueño de lograr la candidatura republicana en 2016 y, pese a dejar de lado momentáneamente sus aspiraciones presidenciales, Rubio no ha dejado de acumular cargos. Tanto es así que, ahora, el antaño crítico de Trump (llegó a decir del presidente que era la persona más “vulgar” en aspirar a la Casa Blanca), es su brazo ejecutor en política exterior. Y si en algo no ha cambiado el exsenador es en su dureza contra el lugar que vio nacer a toda su familia: América Latina, y en particular contra aquellos gobiernos con una línea menos afín a Estados Unidos.
Rubio ha llegado a decir que Lula da Silva, presidente de Brasil, era “amigo” del Partido Comunista Chino; de Gustavo Petro, mandatario colombiano, que era un "simpatizante terrorista que quiere ser la versión colombiana de Hugo Chávez", y del expresidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, que había entregado su país a los cárteles de la droga. Pero si con alguien Rubio ha sido duro, a lo largo de toda su carrera política, es con tres países que considera el particular ‘eje del mal’ de América Latina: Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Contra este último y su presidente, Nicolás Maduro, han venido las medidas más agresivas de las últimas semanas. La tensión escaló tras la destrucción de varios barcos venezolanos que supuestamente estaban traficando droga en el Caribe por parte de fuerzas militares estadounidenses. Unas acciones que no tienen precedentes en la historia reciente de la relación de EEUU con América Latina. “Llama la atención que se haya optado por usar la capacidad militar para actuar contra un problema que hasta la fecha se había combatido por otras vías”, afirma Sergio Castaño, profesor de Relaciones Internacionales en la UNIR.
La geopolítica también se juega en América Latina
Venezuela, por su parte, no se ha quedado de brazos cruzados y el pasado jueves aprobaba un “tratado de asociación estratégica” con Rusia que, pese a tener un alto componente simbólico y no tanto práctico, también manda un mensaje a EEUU. De hecho, son esos lazos que tanto Venezuela como otros países de América Latina tienen con el país gobernado por Vladimir Putin y, sobre todo, con China, los que han hecho a EEUU girar su cabeza hacia esa parte del mundo. “Tanto Rusia como China llevan años incrementando su presencia a través de inversiones, acuerdos comerciales y políticos, complementados con una intensa actividad cultural y mediática que ha llevado a muchos ciudadanos de diferentes países inclinarse hacia sus propuestas”, continúa Castaño.
Ejemplos de esa estrategia basada en la influencia económica son la construcción por parte de una empresa china del metro de Bogotá o el ser capaz de convertirse en el principal socio comercial de Brasil. Además, América Latina es una zona que no solo atrae a las grandes potencias desde el punto de vista geopolítico, sino también debido a una guerra que se ha recrudecido en los últimos años: la de los recursos naturales. “Latinoamérica es muy atractiva por las reservas energéticas que posee, con importantes cantidades de petróleo en México, Venezuela o Brasil, así como gas, y minerales estratégicos como el litio”, recuerda Castaño.
Aun con todo, esas condiciones han estado siempre ahí pero ¿por qué ahora EEUU está siendo tan agresivo? La pregunta se puede responder con un nombre propio: Donald Trump. “Su política internacional es imprevisible y cambiante, y con todo lo que está sucediendo en Europa y en Oriente Medio, Trump se quiere centrar en un lugar que le resulta más cercano, manejable y menos complicado, como es América Latina, y donde puede competir con China en mejores condiciones que en Asia Pacífico”, comenta Mariano Aguirre, investigador sénior no residente de CIDOB y asesor de cuestiones de seguridad latinoamericana de la fundación Friedrich Ebert.
El experto explica que, para comprender lo que está pasando en América Latina, es fundamental abrir el foco y entender la mirada de Trump sobre la geopolítica. “El presidente estadounidense tiene una concepción del mundo propia de la Guerra Fría. Para él las grandes potencias tienen áreas de influencia que van más allá de sus propias fronteras y de su soberanía. Así, él entiende que Latinoamérica es parte de la suya y cree que puede dirigir e influir en sus designios por derecho propio”, comenta Aguirre. Una percepción con mucha historia en EEUU, y que ya fue enunciada en el siglo XIX en la llamada Doctrina Monroe y su famoso resumen: “América para los americanos”.
Sin embargo, Carlos Malamud, investigador principal para América Latina del Real Instituto ElCano, no cree que la Administración Trump esté centrando más su política exterior en esa parte del mundo. Más bien, opina, hay en su agenda principal algunos temas como inmigración o narcotráfico, en los que ciertos países de Latinoamérica tienen una gran importancia. “Si asumimos que sí que existe ese gran interés por parte de Trump en América Latina y que eso va de la mano con el objetivo de evitar que caiga en manos de China, podemos decir que se está produciendo el efecto contrario. El ejemplo claro es Brasil, cuya política está inclinando a Lula aún más a China o a la Unión Europea, con el acuerdo de Mercosur”, explica Malamud.
La política de Trump con respecto al país más poblado de Sudamérica no ha podido ser más agresiva, incluso rozando la injerencia extranjera directa, al menos en cuanto a la política. Es cierto que las tensiones no han alcanzado las cotas de militarización de Venezuela, pero está claro que la escalada retórica tras la condena de Jair Bolsonaro por parte del Supremo brasileño por el golpe de Estado que dio contra Lula tras perder las elecciones de 2022 ha sido otro de los momentos de los que hay pocos precedentes en la historia reciente.
En este punto de la historia, vuelve a aparecer nuestro protagonista, Marco Rubio, que en redes sociales reaccionó a la condena calificándola de “caza de brujas”, poniendo así en duda el sistema judicial de un país democrático como es Brasil. “Continúa la persecución política liderada por Alexandre de Moraes, sancionado por violar los derechos humanos, después de que él y otros miembros de la Corte Suprema de Brasil decidieran encarcelar injustamente a Bolsonaro”, escribió Rubio, además de lanzar una amenaza: “Estados Unidos responderá en consecuencia”.
Rubio fija la mirada en el Despacho Oval
Con declaraciones como esta, y con la política que ha llevado hasta este momento, el secretario de Estado está claramente marcando un perfil propio de cara al futuro donde América Latina cumple un rol esencial. “Ha impulsado acuerdos para deportaciones masivas, endurecido sanciones contra Cuba, Venezuela y Nicaragua y promovido alianzas económicas con países aliados como Ecuador, donde incluso su visita redujo el riesgo país por la señal de respaldo político y financiero de EEUU”, comenta Castaño. Aun con ello, Malamud matiza que todo ello no puede hacernos olvidar que ya durante la primera Administración Trump había existido una política agresiva contra América Latina, y que Rubio ha sido en muchos casos continuador de la misma.
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Quizás el más polémico de esos acercamientos impulsados por el secretario de Estado ha sido a El Salvador. El país regido con mano de hierro por Nayib Bukele ha sido uno de los principales socios de EEUU en materia migratoria, firmando un acuerdo para recibir a muchos de los migrantes deportados por Trump, algunos de forma errónea e ilegal, y poniendo al servicio de los estadounidenses su megaprisión CECOT. El propio Rubio obsequió a Bukele en febrero con una visita, exhibiendo complicidad y legitimando internacionalmente las medidas antidemocráticas impuestas por el presidente salvadoreño.
Esa política más intervencionista abanderada por Rubio en América Latina choca, en muchos casos, con una parte sustancial de los trumpistas más acérrimos, defensores de un repliegue internacional por parte de EEUU. En esa tensión está navegando el secretario de Estado, tratando de marcar perfil propio pero evitando quemarse al hacer enfadar a esa parte fundamental de la base de apoyos de los republicanos: “La propuesta de Marcos Rubio se basa en un aislacionismo selectivo, en el que EEUU pueda involucrarse sólo en aquellos asuntos que considera prioritarios”, señala Castaño. Y no es casualidad que lo aplique especialmente en Latinoamérica, no solo por una cuestión de cercanía de su origen sino también por interés electoral.
Si, como parece, el objetivo de Rubio es tratar de ser, en 2028, el candidato republicano a la Casa Blanca, su estrategia tiene que comenzar por ganarse a un electorado que estos últimos años, y sobre todo en la era Trump, ha cobrado cada vez más importancia en el Partido Republicano: los latinos. A favor de Rubio juega su origen y el respaldo que le da Florida, uno de los bastiones trumpistas en los últimos años. Ahora, con un contendiente como previsiblemente será el vicepresidente, JD Vance, afirma Aguirre, esos votos serán fundamentales, y para ello sabe que ser duro con Maduro y marcar ese perfil propio de equilibrista en política exterior puede lograr lo que el “Obama republicano” no logró en 2016: cumplir su particular sueño americano y aspirar a la Casa Blanca.