De Gaulle la construyó y Macron la ¿destruyó?: la V República vive sus horas más críticas
Argel, mayo de 1958. Francia arde en el caos. El imperio se desmorona, la política nacional está atascada en un incesante goteo de gobiernos a cada cual más breve y la credibilidad internacional francesa está por los suelos después de las torturas llevadas a cabo en la guerra de Argelia. La explosión del país parece inminente. Y llega precisamente por el norte de África. Unos militares destinados en el conflicto, de tendencia derechista, deciden actuar. Francia está sin Gobierno de nuevo y el Ejército, prácticamente sin control en Argelia; el contexto propicio para un golpe de Estado. Tan solo falta un motivo, y este llega cuando Pierre Pflimlin, partidario de la negociación en la guerra, es nombrado primer ministro. Es entonces cuando el Ejército dice basta, se subleva en Argel y pide a un salvador que restructure el país y les saque del caos. Ese salvador tiene nombre y apellidos: el general Charles de Gaulle.
Unas pocas líneas pueden resumir los convulsos meses que llevaron a Francia a pasar de la IV a la V República, en la que aún se mantiene. Sin embargo, se necesitarían páginas para explicar todos los cambios que trajo esa sublevación militar a la política francesa. De Gaulle, héroe de la resistencia frente a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, aceptó las demandas de los militares, pero no sin condiciones. Hasta ese momento, la figura del presidente en la IV República había sido un mero símbolo sin demasiada capacidad de gobierno, recayendo ésta en el primer ministro. Pero con De Gaulle, las cosas iban a cambiar.
El héroe de la resistencia pidió poderes casi monárquicos en la presidencia que suponían, de facto, un cambio de régimen. Para situaciones extraordinarias, como la que vivía el país, debía haber un hombre que tuviera el poder suficiente para llevar a cabo soluciones extraordinarias. Y así se hizo: De Gaulle obtenía el mando pleno de Francia para construir un nuevo sistema hecho a su imagen y semejanza. Lo que antaño fue una figura simbólica, en ese momento se convirtió en la piedra angular de todo un régimen pensado para ser llevado con mano de hierro por un hombre que aglutinara buena parte del poder del Estado. El desgobierno parlamentario del anterior modelo era cosa del pasado.
Más de 65 años después, ese sistema que De Gaulle ideó se tambalea. La V República francesa, que antaño parecía fuerte basada en la confianza en el poder presidencial, ha llegado a un punto donde, en algunos aspectos, recuerda demasiado a la IV. Con la vuelta de Sébastien Lecornu a Martignon después de que él mismo dimitiera y dijera que no se veía capaz de volver a formar un Ejecutivo, Emmanuel Macron ha realizado su sexto nombramiento de un primer ministro en menos de tres años. Unos números que, además, están aderezados con el esperpento del último gobierno del propio Lecornu, que consiguió el prácticamente inigualable récord de no llegar siquiera al día de duración.
Muchos achacan este desastre al propio presidente, al que la pasada semana una encuesta le colocaba con una aprobación de tan solo el 14%, unos números tan bajos que hay que ir a buscar a la presidencia de François Hollande para encontrar precedentes. Sin embargo, la responsabilidad no solo es de Macron, sino que está compartida con un régimen superado por los acontecimientos y la cambiante sociedad francesa. “La culpa está en ambas partes, el sistema de la V República es muy presidencialista y no está hecho para cohabitar. La costumbre era que el presidente gobernara con la fuerza más votada, algo que Macron se ha saltado por hacer una especie de cordón sanitario a La Francia Insumisa, creando una crisis de la que no puede salir”, defiende María-Eugenia Sanin, economista de la Université Paris-Est Créteil.
Una República para otro tiempo
La raíz de todo ello hay que buscarla, sin embargo, en el pasado, en aquel mundo en el que De Gaulle creó la V República. De una forma parecida a aquella con la que Stefan Zweig evoca la Europa de su juventud en su obra magna, El mundo de ayer, esa Francia de los 60 y 70 parece un recuerdo perdido y lejano, encapsulado en el tiempo y que nunca más va a volver. Como la Viena de Zweig, que vivía feliz a finales del XIX ajena a los acontecimientos traumáticos que vendrían en el XX, la Francia de De Gaulle que encarna la V República poco tiene que ver con la de Macron. Es un mundo que, al igual que el del escritor austriaco, ya no existe.
En ese momento, a diferencia del actual, el país galo tenía partidos grandes y fuertes y, sobre todo, no tenía a una extrema derecha que aporreaba las puertas del Elíseo. “La V República fue útil en su momento para parar la sangría de gobiernos de la IV y conseguir liderazgos fuertes y estables. Sin embargo, ahora todo es muy diferente. Entonces, existían dos grandes partidos moderados que representaban a la izquierda y a la derecha. Sí, había cohabitación, pero siempre entre dos bloques estables y donde las formaciones eran capaces de encontrar consensos y acuerdos de Estado”, asegura Marc Sanjaume, profesor del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universitat Pompeu Fabra.
Unos pilares que, en el largo plazo, se han demostrado tremendamente débiles. En 2017, esa estructura colapsó y el juego de dos bloques de antaño se rompió. “Macron es responsable de desguazar el sistema de partidos tradicional –con su movimiento En Marcha– para fagocitar el espacio del centro derecha y el centro izquierda. Por otro lado, su hiper-presidencialismo, asociado con una élite parisina completamente desconectada del resto del país, ha agravado las fracturas políticas que tensan la nación. El centralismo francés se edificó sobre una idea de uniformidad que ya no existe”, afirma Carme Colomina, investigadora sénior del CIDOB.
A la vez que eso sucedía, la extrema derecha comenzaba a subir aupada por la polarización y el descontento. Un clima social que se hace irrespirable para el sistema y que la V República no es capaz de gestionar. “Francia es, desde hace tiempo, un país descontento y en crisis; marcado por un gasto público disparado, unas previsiones de crecimiento a la baja (del 0,5% en 2025) y la prima de riesgo al alza. La pérdida de poder adquisitivo es la primera preocupación de los franceses. Y, en el horizonte inmediato, se plantean medidas de austeridad, recortes y subidas de impuestos a las rentas más altas”, continúa Colomina.
Y de ese descontento es gran responsable también el presidente, al cual Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III, le coloca como el gran desestabilizador del sistema: “Gobierna como si tuviera mayoría absoluta cuando es un presidente que ha tenido un gran voto prestado de la izquierda en las elecciones por ser el ‘mal menor’ contra Le Pen. Sabiendo esto, ha dado la espalda a esos votantes progresistas que le apoyaron, sobre todo cuando en 2024 buena parte de sus diputados del bloque central fueron elegidos gracias a la izquierda. Y pese a eso, ha evitado llegar a acuerdos con la izquierda y a nombrar un primer ministro de ese lado por su cerrazón y dogmatismo, más allá de que la V República haya demostrado que tiene problemas, como los tiene todo sistema, en contextos de cohabitación”.
Una figura intocable
Aun con todo, pese a lo que está pasando y su impopularidad, la V República le sigue dando a Macron todo el poder presidencial y, al resto de fuerzas, pocas cartas para responderle. Esto se debe a que, a diferencia de en otros lugares, los procedimientos de destitución de un presidente en Francia son casi imposibles. Desde la aprobación del proceso de censura, nunca se ha conseguido expulsar a un jefe de Estado del Elíseo, pese a que sí ha habido repetidos intentos de hacerlo con otros dirigentes, como el propio Macron u Hollande.
El problema es que el sistema para destituir a un presidente está construido para que el fracaso sea el resultado más probable. Para empezar, se necesita que una de las Cámaras (Asamblea Nacional o Senado) presente una propuesta para reunir a la Haute Cour (el órgano para destituir al presidente), firmado por 1/10 de sus miembros. De ahí pasa a la mesa de la Cámara, que puede desecharla si no cumple los requisitos (en el caso francés “incumplir sus funciones de forma manifiestamente incompatible con el ejercicio de su mandato”). Si lo hace, pasa a la Comisión de Leyes, que puede ignorarlo y cortar el proceso, o rechazarlo en un plazo de 13 días. En el caso de aceptarse debería ser votado en la Asamblea, en el Senado y en la Haute Cour y aprobarse por 2/3 de los votos, con 15 días de margen en el caso de las Cámaras y un mes en la Haute Cour.
Un verdadero laberinto que da la seguridad al presidente de que, haga lo que haga, es muy difícil que sea destituido. “Si lo pensamos, los contrapesos del jefe de Estado francés son mucho menores que en otros lugares donde también existe un sistema presidencial. En EEUU, por ejemplo, aunque nos parezca que no, el mandatario tiene al Congreso y al Senado, que son ajenos a su figura, y luego todos los Estados, que también cuentan con poder. En Francia, el fusible del presidente es el primer ministro, pero al no ser una moción de censura constructiva y sin poder controlar a quién vuelva a nombrar el presidente, el mecanismo queda desvirtuado en momentos como el actual, cuando se ha usado tantas veces”, afirma Sanjaume.
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Además, el presidente tiene otra opción para hacer valer su criterio por encima del Parlamento: el artículo 49.3, con el que, por ejemplo, sacó adelante la reforma de las pensiones. Este recurso da al presidente la posibilidad de aprobar una legislación sin tener que pasar por el Parlamento a cambio de someter al Gobierno a una moción de censura. En el caso de que esta saliera adelante, el Ejecutivo dimitiría y se paralizaría la legislación. “Usar esta ley sin tener mayoría genera este descontento y este bloqueo. Un sistema más parlamentario funcionaría mejor en una sociedad tan dividida”, defiende Sanin.
Entonces… con este panorama, ¿es factible pensar en un cambio de sistema? ¿En una VI República? “El problema no creo que esté tanto en la figura del presidente y en esa ‘monarquía presidencial’, sino en la propia figura de Macron. Su forma de actuar está llevando al sistema a una deslegitimación que sí puede tener consecuencias. Políticos como Mélenchon han hablado de reformar el sistema, sobre todo en el apartado electoral, para ir a un sistema menos mayoritario, pero aún con todo, quien realmente está tensando todo es Macron”, comenta Fernández Vázquez.
Igualmente, Sanjaume tampoco ve probable un cambio de régimen a corto plazo: “Pese a que podamos encontrar semejanzas, siempre que se ha cambiado de República en Francia ha sido por un conflicto externo y masivo; en la IV fue Argelia y en la III fue el régimen de Vichy y la invasión nazi. Ahora eso no existe, y tampoco el consenso ni la intención de llegar a acuerdos que podría haber en ese momento. Justo al contrario, Francia está en un proceso de ebullición ideológica donde, si no son capaces de ponerse de acuerdo para unos presupuestos, es imposible que lo hagan para una Constitución nueva”, zanja.