ISRAEL EN EUROVISIÓN

Moroccanoil o por qué Israel será el gran ganador de Eurovisión, quede como quede

El logo de Moroccanoil junto al de Eurovisión, en la web de compra de entradas para la edición de 2020.

Eurovisión siempre ha sido algo más que un concurso de canciones. Desde su origen en 1956 como un experimento de cooperación televisiva paneuropea, el certamen se ha convertido en un espejo de las tensiones, alianzas y fracturas del continente. En los últimos años, ese espejo refleja de manera insistente la presencia de Israel: no solo como participante habitual, a pesar de no ser un país europeo, sino también como actor incrustado en la maquinaria financiera del festival. 

Mientras el rechazo a la masacre israelí en Gaza se extiende en España —RTVE ya ha anunciado su intención de retirarse del festival si participa Israel—, el país gobernado por Benjamin Netanyahu ha consolidado su visibilidad en el escenario europeo gracias al patrocinio de Moroccanoil, la empresa israelí de cosmética que desde 2020 figura como patrocinador principal del evento.

Las críticas no se limitan a la elección de un socio comercial. Se centran en el modo en que Israel emplea Eurovisión como escaparate internacional en un momento de descrédito global ante sus crímenes de guerra, una estrategia que recuerda a otros episodios de lavados estatales de imagen a través de la cultura y el deporte. El más reciente, la presencia en la Vuelta Ciclista a España del equipo Israel Premier Tech, propiedad del amigo personal de Netanyahu y autoproclamado “embajador de Israel”, Sylvan Adams. 

La postura de la UER

La polémica ha llegado al corazón de la propia Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del certamen. La UER siempre se ha mostrado reacia a limitar o interrumpir la participación de Israel ante las quejas de otros participantes, entre ellos España, y los pocos toques de atención que ha enviado han sido leves e inconcluyentes, lo que siempre se ha leído como una complicidad o al menos complacencia ante la masacre que comete en Gaza. 

El pasado mayo, The Guardian introdujo un enfoque interesante al debate. Como recordaba el diario británico, la misión de la UER es salvaguardar la radiodifusión de servicio público frente a las injerencias políticas. Y esto incluye a la televisión pública israelí, KAN, sometida a las presiones del Gobierno israelí. Esta emisora sustituyó en 2017 a la antigua IBA, percibida por Netanyahu como hostil a su Ejecutivo. Pero la guerra de Netanyahu contra la televisión pública y su independencia no terminó ahí. 

Desde 2023, el Ministerio de Comunicaciones amenaza recurrentemente con recortes de fondos y privatizaciones a dicha cadena pública, siempre con el objetivo de ganar control e influencia sobre su división de noticias. El pasado julio, tras su asamblea general, la UER expresó su apoyo a la cadena pública israelí KAN “ante las presiones del Gobierno”. 

En este contexto, no debe perderse de vista la lucha de la cadena pública por su independencia política ni, por tanto, la responsabilidad de la UER para respaldarla. Pero es indudable que el rol de una empresa israelí como principal patrocinadora del concurso —la cifra que aporta a la UER no se conoce, pero su visibilidad en el concurso es omnipresente– juega un papel en la negativa de la organización a discutir una posible expulsión de Israel.

En cualquier caso, el resultado de la presencia, musical y comercial, de Israel, es un festival atravesado por las tensiones. Por un lado, los organizadores recalcan que sin ingresos comerciales sería difícil sostener el espectáculo: en 2024, la televisión sueca SVT reconoció que organizar Eurovisión les había reportado unas pérdidas de unos nueve millones de euros, ya que el coste total no había sido cubierto por los patrocinadores ni por las aportaciones de los participantes. Pero, por otro lado, el precio de esa sostenibilidad financiera se mide también en términos de legitimidad, y es ahí donde estalla el debate sobre Moroccanoil. 

Moroccanoil e Israel

Moroccanoil se presenta como una marca de éxito global, con más de 500 empleados y presencia en más de cuarenta países. La narrativa oficial de su nacimiento se ha repetido hasta la saciedad en los medios de comunicación, incluso españoles: la fundadora empezó a vender aceite de argán como tratamiento capilar milagroso cuando lo descubrió en un salón de belleza en Tel Aviv. Esa anécdota se convirtió en mito fundacional y en motor de marketing editorial. Desde entonces, la compañía ha construido una narrativa en la que Marruecos funciona como reclamo exótico mientras la producción central se ubica en Israel

Moroccanoil Israel Ltd., con sede en Rishon LeZion, Israel, figura como la entidad matriz de filiales internacionales como la británica. Desde una planta situada en el norte del país, a dos horas de Jerusalén, la marca produce alrededor de 150.000 botellas diarias para exportación global. 

Organizaciones marroquíes han denunciado la apropiación del nombre “Moroccanoil” como una forma de evitar los boicots a productos israelíes y aprovechar el marketing de un producto tradicional marroquí. En Marruecos, el argán es más que un cultivo, es patrimonio cultural de la humanidad reconocido por la UNESCO y una fuente clave de ingresos para cooperativas de mujeres amazigh

La exportación de semillas a Israel y los experimentos para cultivar una “supercepa” de argán en el desierto del Negev son una amenaza a esa tradición y un caso flagrante de apropiación cultural en el que la empresa israelí obtiene beneficios millonarios a costa de invisibilizar a las productoras locales de argán en Marruecos. 

EasyJet y Royal Caribbean: la otra cara del patrocinio

Las sombras comerciales no acaban en la cosmética. Entre los grandes partners globales de Eurovisión figuran también dos gigantes del transporte aéreo y marítimo: la aerolínea low cost EasyJet y la naviera Royal Caribbean. Ambas encajan en un patrón de greenwashing similar: vender innovación y conciencia ecológicas mientras mantienen prácticas de negocio altamente contaminantes. 

En el caso de EasyJet, la compañía anunció en 2019 un programa pionero de compensación de emisiones de CO2, pero lo abandonó en 2022 para “centrarse en combustibles sostenibles y aviones más eficientes”. Ese mismo año abrieron doce nuevas rutas en el Reino Unido para vuelos domésticos cortos, provocando la queja de varios grupos ambientales. Además, los anuncios de la marca, con reclamos como “emisiones cero”, han sido denunciados ante la Autoridad de Normas Publicitarias del Reino Unido

por exagerar beneficios ambientales y minimizar la huella real de sus vuelos. 

Royal Caribbean, por su parte, recibió en octubre de 2024 una multa de 473.685 dólares de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos por irregularidades en la notificación de gestión de residuos peligrosos. En el año 2000 ya tuvo que pagar una sanción millonaria por verter aguas tóxicas al mar

El lanzamiento de su mastodonte Icon of the Seas, con motores de gas natural licuado (LNG), fue presentado como una revolución verde y “la primera piedra en el camino a las emisiones cero”, pero expertos ambientales advierten de que las fugas de metano del LNG en el transporte marino pueden tener un impacto climático hasta un 80% más grave que los combustibles fósiles tradicionales.

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