Cómo la derecha israelí aprovechó el 7 de octubre para relanzar su proyecto de borrar a los palestinos
En la antigua ciudad árabe de Jerusalén Este, un gran cartel en la fachada de una casa ocupada por colonos israelíes dice Make Gaza Jewish Again (Hagamos que Gaza vuelva a ser judía), en una especie de homenaje al eslogan Maga (Make America Great Again, Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande) de Donald Trump.
Para los palestinos que pasan por allí o viven en la deseada ciudad vieja, sede de los lugares sagrados para las tres religiones monoteístas, el Muro de las Lamentaciones para los judíos, el Santo Sepulcro para los cristianos y la Explanada de las Mezquitas para los musulmanes, la alusión es clara: se trata de recolonizar la Franja de Gaza. Borrar de un plumazo la mancha, o incluso el error, de la retirada de los asentamientos judíos de la Franja de Gaza en agosto de 2005, y a los palestinos del enclave costero.
La corriente del sionismo religioso israelí nunca aceptó la decisión unilateral de Ariel Sharon, tomada sin coordinación con la Autoridad Palestina. Sharon, entonces primer ministro del Estado hebreo, decidió desmantelar Gush Katif, un bloque de dieciséis colonias habitadas por unas 9.000 personas, que dividía la Franja de Gaza en dos desde 1967 y terminar con la ocupación terrestre del territorio palestino por el ejército israelí.
El objetivo de Sharon era deshacerse de un peso demográfico considerable, el de la población palestina de la Franja de Gaza, y separarla definitivamente de Cisjordania, con el fin de impedir la creación de un Estado palestino.
“Esa retirada es quizás uno de los mayores traumas del movimiento de colonos y de la derecha”, analiza para Mediapart Nitzan Perelman-Becker, doctora en sociología política por la Universidad Paris-Cité e ingeniera de estudios del CNRS. “Eso dio lugar a la creación de una nueva derecha muy homogénea y muy fuerte, que decidió ocupar la ‘democracia’ israelí desde dentro para tomar el máximo poder posible e impedir cualquier nuevo repliegue”.
La investigadora recuerda que en marzo de 2023, siete meses antes del 7 de octubre, la Knesset aprobó la derogación de la ley de retirada de 2005 relativa a cuatro colonias de Cisjordania, lo que condujo al reasentamiento de una de ellas, Homesh. “En esa ocasión”, continúa, “Orit Strook [ministra de Misiones Nacionales de Israel y habitante de los asentamientos de Hebrón, ndr] dejó muy claro que esto era solo el principio y que el siguiente paso era Gaza. ‘Habrá muchos muertos, será complicado, pero nos reasentaremos en Gaza’, fue en esencia su discurso”.
“El 7 de octubre brindó así una oportunidad, al menos a la derecha nacionalista, para poner en marcha un proyecto mucho más antiguo”, afirma.
Una expulsión planificada en varias ocasiones
Ese proyecto había madurado lo suficiente en la opinión pública israelí, a lo largo de décadas, como para contar con el consentimiento de una amplia mayoría. Es una de las conclusiones a las que llegaron los historiadores Tamir Sorek y Shay Hazkani en su investigación realizada durante el primer trimestre de 2025 para la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos). Su trabajo reveló que el 82 % de los encuestados estaba a favor de la expulsión de los habitantes de Gaza y el 56 % de la expulsión de los palestinos ciudadanos de Israel.
El mismo estudio también revelaba un fuerte aumento en la opinión pública de las referencias bíblicas utilizadas por los sionistas religiosos, pero también por Benjamín Netanyahu. El 93 % de los encuestados consideraba que era de actualidad el mandamiento de erradicar la memoria de Amalek, líder de un pueblo enemigo de los hebreos.
“Algunos ven en el impacto y la angustia que se apoderaron de la opinión pública israelí tras el 7 de octubre la única explicación a esta radicalización. Pero parece que la masacre no ha hecho más que liberar los demonios alimentados durante décadas por los medios de comunicación y los sistemas jurídico y educativo”, analizan ambos historiadores. “El sionismo, además de ser un movimiento nacional, es también un movimiento de inmigrantes-colonos que buscan desplazar a la población local. Las sociedades de colonos-inmigrantes siempre se enfrentan a una resistencia violenta y ciega por parte de los grupos autóctonos. El deseo de una seguridad absoluta y permanente puede llevar a la aspiración de eliminar a la población que se resiste.”
Hoy en día, en Jerusalén, pueden verse carteles con el lema: Sin Nakba, no hay victoria
Los historiadores, especialmente los israelíes, pero no solo ellos, han demostrado ampliamente que el deseo de borrar a los palestinos y al movimiento nacional palestino es tan antiguo como el de establecer un hogar judío.
“Hasta la Segunda Guerra Mundial, los responsables sionistas no dudaban en compararse con la colonización británica en África negra, con la necesidad de sofocar las protestas indígenas”, declaraba a Mediapart, en noviembre de 2023, Henry Laurens, profesor del Collège de France, autor de la obra en cinco volúmenes La cuestion palestina (edit. Fayard) y de Cuestion judía, problema árabe (2024, edit. Fayard). “Palestina funciona como un juego de suma cero, el progreso de uno se produce en detrimento del otro. La constitución del Estado judío implicaba un ‘traslado’ de la población árabe al exterior, término educado para referirse a la ‘expulsión’. La confiscación de las tierras propiedad de los árabes es la consecuencia lógica. Las regiones donde tuvieron lugar las atrocidades del 7 de octubre de 2023 estaban pobladas por árabes que fueron expulsados en 1948-1950.”
Esa expulsión, o traslado, fue planeada por los más altos dirigentes sionistas, con David Ben Gurión a la cabeza. “En junio de 1938, Ben Gurión declaró en una reunión de la Agencia Judía: ‘Estoy a favor del traslado obligatorio. No veo nada inmoral en ello’. En 1937, ya había escrito en su diario que el sionismo podría, en el futuro, tomar el control por etapas de toda la Palestina bajo mandato, desde el Jordán hasta el mar Mediterráneo”, analiza el historiador británico de origen palestino Nur Masalha, investigador del St Mary’s College.
El proyecto se aprobó oficialmente en marzo de 1948 con el plan Dalet, también llamado D, plan director de la Haganá, que se convertiría en el ejército israelí, para la conquista militar de Palestina. “El plan D”, afirma el historiador Ilan Pappé en La Guerra de 1948 en Palestina. Los orígenes del conflicto árabe-israelí (2000, edit. La Fabrique), puede considerarse en muchos aspectos como una estrategia de expulsión. Ese plan no se concibió de improviso: la expulsión se consideraba uno de los muchos medios de represalia tras los ataques árabes contra los convoyes y los asentamientos judíos; es más, se percibía como uno de los mejores medios para garantizar el dominio judío en las regiones tomadas por el ejército israelí.
Este historiador habla de “limpieza étnica” en relación con lo que los palestinos denominan la Nakba, que supuso la expulsión de 800.000 de ellos de sus tierras, pueblos y ciudades en los meses anteriores y posteriores a la proclamación del Estado de Israel, lo que pone de manifiesto la intención del desplazamiento forzoso. Hoy en día, en Jerusalén, se pueden ver carteles con el lema “Sin Nakba, no hay victoria”, lo que demuestra que el proyecto de expulsión ha vuelto con fuerza.
Una opinión preparada para la limpieza étnica
La colonización, a través de la aplicación del precepto “tomar la mayor parte posible de Palestina con el menor número posible de palestinos”, según la expresión de Ilan Pappé, esta vez en La limpieza étnica de Palestina (2008, edit. Fayard), ha contribuido a la desaparición del pueblo palestino del territorio de la Palestina histórica, es decir, desde el Mediterráneo hasta el río Jordán.
El plan Allon, elaborado tras la guerra de 1967 y la ocupación de Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza, recomendaba la creación de enclaves palestinos y anexiones parciales en los territorios recién ocupados.
Ni siquiera los acuerdos de Oslo de 1993 revirtieron estas conquistas territoriales: al dividir los territorios palestinos ocupados (con la excepción de Jerusalén Este, anexionada por Israel en 1967) en zonas A, B y C, el Estado hebreo, su ejército y sus colonos mantuvieron el control sobre la mayor parte de Cisjordania, quedando la zona C bajo el control total de Israel.
Periódicamente han surgido planes que abogaban por el traslado de toda la población palestina o parte de ella y la limpieza étnica: el plan Sharon en 1978, que el líder de la derecha declaró vigente hasta la década de 2000 y durante la segunda Intifada (2000-2005), el plan Lieberman (2004), el “plan decisivo” de Smotrich (2017), que ofrece tres opciones a los palestinos: aceptar la dominación israelí, el exilio o la lucha, y por lo tanto la muerte. Ninguno de ellos ha sido respaldado oficialmente por el Estado hebreo, pero demuestran que la musiquita de fondo de “terminar el trabajo comenzado en 1948”, según una expresión que se oye a menudo, nunca ha cesado.
Esa musiquita ya es ahora una banda de música desde la masacre del 7 de octubre cometida en la Franja de Gaza por Hamás y otras facciones palestinas. La opinión pública israelí estaba preparada para ello desde hacía mucho tiempo, y aún más en los últimos años, con la aprobación de leyes que penalizan hablar de la Nakba (2015), bloquean el acceso a los archivos (2016), definen a Israel como el Estado-nación del pueblo judío (2018) y rechazan la posibilidad de crear un Estado palestino (2024).
En la actualidad, una amplia mayoría de la opinión pública israelí apoya la guerra genocida y se muestra indiferente ante la brutal violencia cometida en Cisjordania por el ejército y los colonos israelíes.
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Traducción de Miguel López