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Macron se rinde a las evidencias tras atacar a la libertad de prensa

Emmanuel Macron.

Ellen Salvi (Mediapart)

Al principio, existió voluntad. La de Emmanuel Macron de no “ceder ni un centímetro ante Mediapart”, en palabras de personas de su entorno. El jefe de Estado lo había hecho saber públicamente hasta el día antes de la salida de François de Rugy: en ningún caso iba a tomar una decisión por las “revelaciones” revelacionesde Mediapart [socio editorial de infoLibre]. “Si no, esto se convierte en la República de la delación. Basta con que yo saque una fotografía, diga cosas sobre vosotros, sobre cualquiera de vosotros, para que esto se convierta en Los diez negritos”, declaraba el 15 de julio, en el transcurso de una visita a Serbia.

Uno podría sorprenderse con la forma de presentar las cosas; como si lo que estuviese en juego en este caso fuera un pulso infantil con Mediapart. Pero los comentarios del presidente de la República dicen mucho sobre cómo ve el trabajo periodístico. Al enfrentar las “revelaciones” de la prensa a los “hechos” que pretendía poner sobre la mesa mediante investigaciones internas, el jefe de Estado también daba la impresión de olvidar que los “hechos” no adquieran la condición de tal hasta que no son oficialmente validados como tal por el poder.

El periodismo consiste precisamente en buscar realidades ocultas tras las verdades conocidas. Pero a Emmanuel Macron no le importa esta definición, él que considera, como declaró ante los parlamentarios de La República en Marcha (LREM) en pleno escándalo Benalla, que “tenemos una prensa que ya no busca la verdad”. Este es el punto álgido de las  falsedades pronunciadas por el Gobierno desde el comienzo del quinquenio. En el caso Rugy, que ha supuesto la dimisión de su número dos por los gastos fastuosos en que incurrió a cargo del erario público, como en todos los que han llevado a otros ministros a dejar el Gobierno desde 2017, lo primero que se ha señalado con el dedo es el trabajo periodístico.

Luego, el Ejecutivo esgrimió su segundo argumento, el que se supone que tiene autoridad, la ley. “¿Infringió [Rugy ] alguna ley? La respuesta es no. Así que sigue teniendo mi confianza”, se lamentaba el presidente en Le Parisien, el día después de nuestras revelaciones sobre las fastuosas cenas organizadas en el Hôtel de Lassay. “La postura oficial era, no entramos en cuestiones morales, hablamos de legalidad”, resume un diputado del LREM. Esta postura no es nueva, ya que desde el comienzo del quinquenio, el Ejecutivo se ha estado escondiendo detrás del derecho para evitar hacer política. Pero sigue siendo cuestionable, sobre todo porque proviene de un Ejecutivo que asume que quiere estar “a gusto” con los fiscales que nombra.

“La regla que he establecido para formar parte del Gobierno es que una vez se es acusado, se debe dejar el cargo, pero hasta que se produce la acusación formal, se puede permanecer”, decía el primer ministro Édouard Philippe en junio de 2017 sobre Richard Ferrand y François Bayrou. En ese momento, Alexandre Benalla seguía siendo un desconocido y el caso que lleva su nombre no había traumatizado a cientos de diputados del LREM que, esta vez, no se han movilizado para defender a François de Rugy. Esta regla se encuentra políticamente sesgada, ya que elimina de facto las cuestiones éticas, escritas a fuego en la “carta de valores” del partido en la Presidencia y contra las que los macronistas ya no pueden escapar después de la crisis de los chalecos amarillos.

Off the record, muchos de ellos lo reconocían desde nuestras primeras revelaciones: “Después de los chalecos amarillos, es lo peor que nos puede pasar. Las imágenes son terribles, da la impresión de que estamos ante el regreso de la monarquía, el rey y el ágape”, nos dijo un político tras la publicación de las fotos de langostas y grandes vinos. Durante una semana, los sondeos alimentaron cada vez más estas preocupaciones; las imágenes habían dejado huella de tal manera que era difícil imaginar que se fueran a olvidar. “Va a convertirse en la broma del verano”, suspiraba un alto funcionario del partido.

Contrariamente a lo que han dicho muchos políticos y redactores en los últimos días, la lista de ministros implicados en algún caso y que dimitieron antes de ser condenados es larga: Kader Arif, Thomas Thévenoud, Jérôme Cahuzac, Georges Tron, Michèle Alliot-Marie, Alain Joyandet, Christian Blanc, Hervé Gaymard, Pierre Bédier, Renaud Donnedieu de Vabres, Dominique Strauss-Kahn, Michel Roussin, Gérard Longuet, Alain Carignon, Bernard Tapie... En cada una de las ocasiones, la política superó las normas que los gobernantes se habían impuesto.

En los pasillos de la Asamblea Nacional y en los gabinetes ministeriales, todos sabían perfectamente que con François de Rugy, la macronie se enfrentaba al mismo problema. Un problema que, según algunos, podría haberse resuelto rápidamente, ya que el ahora exministro no parecía ser una parte esencial del sistema de gobierno. Por supuesto, fue el número dos y el único ministro de Estado, “pero no podemos decir que realmente haya dejado huella", confió un parlamentario del LREM unos días antes de su dimisión.

“Me importa una mierda Rugy. ¡Nos está hundiendo a todos!”. Esta cita de un ministro, publicada por Paris-Match, refleja la opinión de muchos macronistas. “No cae bien, no tiene amigos ni red”, añadía un miembro de la mayoría. “A esta soledad se añade una catastrófica línea de defensa... Desde el momento en que aparecía algo que podía no ser legal, necesariamente cambiaría”. Este algo surgió el lunes por la noche, pocas horas después de la declaración de Emmanuel Macron sobre la “República de delación”, cuando Mediapart remitió nuevas preguntas al gabinete del ministro de la Transición Ecológica sobre sus gastos profesionales como diputado.

Si bien la falta es grave, el riesgo penal es bajo. Y sin embargo, esta nueva información, que se suma a la dada a conocer durante una semana, precipitó la salida de François de Rugy. “El presidente de la República ha aceptado la dimisión de François de Rugy. Se trata de una decisión personal, que él respeta para poder defenderse plenamente”, afirmaba el Elíseo pocas horas después de su salida.

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En la práctica, y aún con vistas a este famoso pulso con la prensa, Emmanuel Macron probablemente habría preferido esperar a los resultados de la misión confiada a Édouard Philippe para “arrojar toda la claridad” sobre los gastos número dos del Gobierno que deberían hacerse públicos a finales de julio. Pero al final el Ejecutivo aceptó de inmediato la renuncia de Rugy. Oficialmente, para que “pueda defenderse plenamente”. Extraoficialmente, para introducir un poco de aire fresco.

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