Resistir en la ciudad de Gaza para no desaparecer del mapa frente a la trampa de desplazarse al sur
¿Cómo llamaríamos a una ruta de evacuación plagada de explosiones? ¿Qué nombre le ponemos a una “zona humanitaria” bombardeada repetidamente desde el aire? En Gaza, las órdenes de evacuación dadas por Israel no son caminos hacia la seguridad, sino toboganes entre los escombros, el hambre y el cielo, donde merodean los drones.
A mediados de septiembre, Israel volvió a obligar a los civiles a abandonar la ciudad de Gaza bajo el fuego, concediéndoles “ventanas” de tiempo para huir mientras avanzaban los tanques, insistiendo en que el sur era más seguro, al tiempo que bombardeaba los mismos lugares a los que se invitaba a la gente a dirigirse.
Eso no es protección, es presión. Es un desplazamiento bajo el fuego.
Dos años después del inicio de esta catástrofe, las cifras en sí mismas parecen obscenas: han sido asesinados más de 65.000 palestinos y créanme que el número real es mucho mayor. A ellos se suman decenas de personas más en los últimos días, a medida que se intensifican los bombardeos en toda la Franja de Gaza.
Zonas “seguras” que no lo son
En la ciudad de Gaza permanecen cientos de miles de personas. Muchas se niegan a marcharse porque han comprendido que el sur no es más que un espejismo. No hay refugio alguno cuando arden las tiendas de campaña y la ayuda disminuye de manera alarmante. Algunos se quedan porque marcharse de nuevo significaría desaparecer en un exilio permanente. Otros porque no hay combustible, ni autobuses, ni piernas lo suficientemente fuertes para caminar entre los muertos.
La hambruna forzada, anunciada, ya no es “inminente”. Ahora tiene una fecha y una geografía. Las agencias de las Naciones Unidas y el IPC han reconocido el estado de hambruna en algunas partes del norte de la Franja de Gaza y advierten de que podría extenderse hacia el sur. El cierre por parte de Israel del paso de Zikim, el 12 de septiembre, cortó la única vía de abastecimiento que quedaba en el norte, y la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) señaló que el combustible y los alimentos podrían agotarse en pocos días.
La hambruna no es un daño colateral, sino la consecuencia previsible de la restricción de la ayuda humanitaria, unida a las órdenes de desplazamiento.
¿Qué hay de los lugares designados como “seguros”? Al-Mawasi, oficialmente calificada como zona humanitaria, ha sido bombardeada en varias ocasiones desde 2024, con ataques que han causado numerosas víctimas en campamentos de tiendas de campaña superpoblados. Las tiendas de los trabajadores humanitarios han sido destruidas y familias enteras han sido reducidas a cenizas. Los supervivientes cuentan que fueron atacados precisamente en los lugares donde se les había pedido que se instalaran. Calificarlos de santuarios es un engaño lingüístico.
Una zona solo se convierte en “humanitaria” cuando las personas que se encuentran en ella están protegidas. Las zonas “seguras” de Gaza han quedado enlutadas con demasiada frecuencia.
El derecho internacional ya se ha pronunciado. El Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), en el caso “Sudáfrica contra Israel”, dictó varias órdenes provisionales en 2024 y 2025, imponiendo medidas vinculantes destinadas a prevenir los actos contemplados en la Convención sobre el Genocidio y a garantizar el acceso humanitario.
Al mismo tiempo, el Tribunal Penal Internacional (TPI) dictó órdenes de detención contra el primer ministro israelí y el exministro de Defensa por presuntos crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, en particular el uso del hambre como método de guerra; órdenes que Israel rechaza, pero que siguen en vigor.
No se trata de notas al pie de página, sino de andamiajes de responsabilidades que dejan claro que el mundo está observando, aunque sea tarde, aunque los mecanismos funcionen lentamente.
El término ‘evacuación’ sugiere una opción. En Gaza, la opción es un mito
Sobre el terreno, la arquitectura humanitaria se derrumba. La UNRWA (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo) y la OCHA informan de un desierto en el que el 97 % de los edificios escolares están dañados y donde las entregas de ayuda no llegan a los cientos de miles de personas que la necesitan, colapsándose cada vez que nuevas órdenes de evacuación redibujan el mapa como un juego cruel.
No se puede “desactivar” un objetivo móvil. No se puede evacuar un hospital que no tiene combustible, ni ambulancias estando las carreteras bajo las bombas. No se puede obligar a las familias a huir a barrios ya declarados inhabitables y luego pretender haber minimizado los daños.
El término “evacuación” sugiere una opción. En Gaza, la opción es un mito. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos advirtió hace varios meses que la ampliación de las órdenes de evacuación creaba las condiciones para un traslado forzoso, lo que constituye un crimen de guerra, especialmente cuando esas órdenes canalizan a los civiles hacia lugares que carecen de refugios, agua o protección contra los ataques.
Quedarse por lucidez
Por eso, el secretario general de la ONU considera ahora que esta guerra es “intolerable desde el punto de vista moral, político y jurídico”. Por eso, múltiples mecanismos de la ONU y expertos independientes afirman que Gaza es escenario de una campaña de hambruna a cielo abierto. La ley es la que mide los resultados, no los eslóganes.
Si el resultado es que los civiles pasan hambre y son bombardeados allí donde se les dice que permanezcan, esa política no es protección, es un castigo.
Escuchemos a las propias personas: muchos de los que siguen en la ciudad de Gaza lo hacen no solo por valentía, sino también por lucidez. Saben que el sur es un encierro, una franja de tierra donde la densidad supera las 30.000 personas por kilómetro cuadrado, bajo tiendas de campaña que se inundan, arden y se derrumban.
Han visto cómo se cerraban brutalmente las “ventanas” para un paso seguro mientras continuaban los ataques antes, durante y después. Han visto bombardear hospitales, destruir escuelas y rechazar convoyes de ayuda humanitaria en los controles. Su negativa a marcharse no es terquedad. Es una negativa a participar en su propia desaparición.
La solución no es otro corredor que termine en un cráter. Es el respeto de las normas: levantar el asedio y abrir flujos de ayuda sostenidos a todas las provincias
Así que, digámoslo sin eufemismos: Gaza está siendo vaciada de su población de forma deliberada y a base de hambre. El andamiaje de las órdenes de evacuación, los corredores y las zonas se derrumba ante los hechos. Si bombardeas la carretera y matas de hambre al refugio, no estás evacuando a los civiles, estás orquestando su desaparición. En los anales de la historia, eso no es un “error”. Es una opción política.
La solución no es otro corredor que termine en un cráter. Es el respeto de las normas: levantar el asedio, abrir flujos de ayuda sostenidos a todas las provincias, incluidas las del norte, proteger los hospitales y las escuelas, poner fin a los ataques contra los refugios y abandonar cualquier plan que condicione la seguridad a un desplazamiento forzoso hacia el sur.
Aplicar íntegramente las medidas del TIJ. Respetar los mandatos del TPI y la prohibición universal del hambre. Cualquier otra cosa sería una continuación del crimen, escrita con la lentitud de los anuncios burocráticos y las necrológicas diarias.
En Gaza, las familias dudan entre dos muertes: la repentina, que viene del cielo, o la lenta, causada por el hambre. Muchos optan por quedarse, enterrar sus nombres donde sus abuelos plantaron limoneros y olivos, e insisten en que una casa no es una tienda de campaña que desmontas cuando te lo piden.
Llámenlo desconfianza. Llámenlo dignidad. Llámenlo el último derecho humano: el derecho a no ser borrado del mapa y a que no te digan que es por tu bien.
Caja negra
Traducido del inglés por Géraldine Delacroix con la ayuda de DeepL.
Nour Elassy es periodista, escritora y poeta.
Refugiada en Francia desde el 11 de julio de 2025, cursa un máster en Ciencias Políticas en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París y continúa para Mediapart la serie de crónicas que comenzó desde Gaza.
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Traducción de Miguel López