Trump quiere dinamitar la investigación médica y científica rodeándose de negacionistas

En cruel coincidencia, el 20 de enero es festivo en Estados Unidos, un día dedicado a la memoria de Martin Luther King. Ese fue el mismo día de la investidura del presidente Donald Trump. Con un gesto y una mirada marcial, firmó de inmediato una serie de decretos que han caído como una losa para las fuerzas progresistas y pro-ciencia en Estados Unidos: en concreto, la retirada del acuerdo climático de París y la suspensión de todas las políticas federales DEIA (Diversity, Equity, Inclusion and Accesibility).
“Al día siguiente, en dos horas, se disolvieron todos los grupos de reflexión dedicados a la justicia medioambiental, los derechos LGTBIQA+, la cuestión racial en la investigación científica e incluso la igualdad de género”, informa una fuente del Instituto Nacional de la Salud (NIH), el mayor centro de investigación médica del mundo. “Toda investigación sobre discriminación está ahora prohibida, al igual que la investigación sobre justicia medioambiental”, afirma esta fuente, que pidió el anonimato.
De repente, el ambiente en el NIH se enfrió: “A partir de ahora, nos tenemos prohibido expresar cualquier opinión política por escrito. Hablamos de los 'tiempos inciertos' que atravesamos”. Pero, verbalmente, los investigadores de los grupos disueltos expresan su consternación: “Están pensando en utilizar otros términos para eludir la normativa y continuar su reflexión colectiva y sus investigaciones”.
El temor a la discriminación interna en el NIH lo expresa sobre todo entre “las personas LGTBIQA+ y no blancas”. “Se preguntan si siguen siendo bienvenidos”, ha podido observar ya la fuente del NIH.
Un “depredador”
Para quienes no estén de acuerdo con este nuevo rumbo en la investigación médica decretado por el presidente Trump, la administración ofrece una salida. El 28 de enero, la Oficina de Gestión de Empleados Federales publicó un escueto mensaje estableciendo el procedimiento para dimitir. Un proceso rápido: basta con enviar un correo electrónico con la palabra “dimisión” en el asunto. Luego solo hay que “pulsar en enviar”, sin más. La oferta es más que tentadora, porque los funcionarios federales siguen gozando de un estatuto protegido que les da derecho a mantener su salario durante ocho meses. Y no hay ninguna garantía de que conserven su actual puesto de trabajo.
Todo ello facilita la tarea a Elon Musk. Como responsable de un departamento de eficiencia gubernamental, su hoja de ruta consiste en reducir considerablemente el número de funcionarios federales, con el fin de quedarse sólo con los más “flexibles”, “eficientes”, “leales” o “dignos de confianza”, según detalla, entre otros, la Oficina para la Gestión de los Funcionarios (OPM). Esta lealtad por parte de la Administración federal la exige el “presidente Trump”, continúa el mensaje a los funcionarios.
La amenaza que pende sobre la investigación médica, y en general sobre la cultura científica, quedó más clara el miércoles 29 de enero, cuando Robert F. Kennedy Jr. compareció ante el Senado, encargado de dar luz verde, o no, a su nombramiento para dirigir el departamento de Salud y Servicios Humanos (HSS), el poderoso ministerio de Sanidad.
Durante su comparecencia, Robert F. Kennedy Jr. prometió constantemente una “transparencia radical” en las distintas agencias federales que podrían depender de él: el Instituto Nacional de Salud, pero también la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, la agencia responsable de la salud pública y el control de medicamentos).
“La investigación es transparente por definición. No somos gente rara ni retorcida. Lo que realmente intentan es socavar nuestra credibilidad”, afirma la fuente del NIH a Mediapart.
Me gusta mucho su eslogan ‘Make America Healthy Again’, apruebo firmemente la idea
Robert F. Kennedy Jr. es una de las personalidades más controvertidas del casting iconoclasta de Donald Trump. De los muchos hijos de Robert F. Kennedy –ex Fiscal General de Estados Unidos (1961-1964)– éste ha sido una figura antivacunas y se ha convertido en el renegado de la emblemática dinastía demócrata.
Su prima Caroline Kennedy, en una carta enviada a los senadores antes de su comparecencia, le ha descrito como un “depredador” similar a los halcones que domestica y alimenta con “pollitos” pasados por batidora, según reveló la CNN, sin que nadie lo haya desmentido. La hija de John F. Kennedy le acusó sobre todo de explotar “la desesperación de los padres de niños enfermos, vacunando a sus propios hijos mientras disuadía hipócritamente a otros padres de vacunar a los suyos”.
Durante su comparecencia, fue objeto de un aluvión de preguntas de los demócratas sobre su postura antivacunas. Se trata de un tema de gran importancia en Estados Unidos, donde una serie de encuestas, recogidas en un estudio del Instituto Nacional de Salud, muestran que una gran mayoría de americanos creen estar mal informados sobre los efectos secundarios de la vacuna contra el covid (54%), o “totalmente de acuerdo” en que podrían ser víctimas (64%).
Una promesa vacía
El punto de ataque más pertinente de los senadores demócratas se refirió a los muy holgados ingresos percibidos por Robert F. Kennedy Jr. en su cruzada para denunciar los efectos secundarios de las vacunas. El senador demócrata Ron Wyden le recordó, sin ser desmentido, que había recibido 5 millones de dólares en concepto de derechos de autor por sus diversos libros sobre las vacunas.
Uno de esos libros, por ejemplo, se titula directamente Vaccine villains (Los malos de las vacunas). En ellos ha alimentado una serie de teorías conspirativas sobre las vacunas, sugiriendo un vínculo entre vacunar a los niños y el autismo (que ha sido ampliamente refutado), y la epidemia de enfermedades crónicas que afectan a los jóvenes, en particular la diabetes.
La senadora demócrata Elizabeth Warren también le cuestionó con el argumento de que tendría un conflicto de intereses si dirigiera el departamento de Salud. En su declaración de intereses, afirma que sigue recibiendo un porcentaje cada vez que remite a una familia al bufete de abogados Wisner Baum, que ha demandado al laboratorio Merck por los supuestos efectos secundarios de la vacuna Gardasil contra el virus del papiloma. Sin embargo, existe un consenso científico sobre la eficacia y seguridad de esa vacuna.
El punto débil de Robert F. Kennedy Jr. reside en la cuestión del seguro médico, una compleja estructura que combina seguros públicos –Medicare para las personas mayores y Medicaid para los más pobres– y seguros privados inasequibles y que ofrecen poca protección. En varias ocasiones, devolvió la pelota a los senadores con un temeroso “trabajaré con vosotros en esto”.
“Me gusta mucho su eslogan ‘Make America Healthy Again’, apoyo firmemente la idea” : así comenzó amablemente su discurso el senador socialista por Vermont, Bernie Sanders. Después acribilló a Robert F. Kennedy Jr. a preguntas que no fue capaz de responder: “¿Cree que Estados Unidos debería unirse a todos los países del mundo que garantizan el acceso a la sanidad universal, que es un derecho humano? ¿Sí o no?”; “La industria farmacéutica obtiene 100.000 millones de dólares de beneficios, paga a sus consejeros delegados una cantidad demencial y nos vende medicamentos diez veces más caros que en otros lugares. ¿Cree que en Estados Unidos no deberíamos pagar más por nuestros medicamentos que en otros países ricos? ¿Sí o no?”
La promesa de Trump de “Make America Healthy Again” parecía, por tanto, vacía. Robert F. Kennedy Jr. describió una nación debilitada por una explosión de enfermedades crónicas –diabetes, enfermedades autoinmunes, cánceres, en particular infantiles– hasta tal punto que “la seguridad nacional, económica y militar” están amenazadas: “el 60% de nuestros hijos no podrían alistarse en el ejército”, porque están “enfermando por comer alimentos ultraprocesados”. No se trata de “prohibir lo que come mi jefe” (a Donald Trump le encantan las hamburguesas y las patatas fritas), pero sí quiere “informar a la gente sobre las consecuencias de esta comida para la salud”. En varias ocasiones ha dicho que “los americanos deben responsabilizarse de su propia salud”.
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Los senadores republicanos han apoyado firmemente esta visión de la salud. El New York Times cree que el aspirante al departamento de Salud y Servicios Humanos ha ganado suficientes puntos con los miembros del Grand Old Party, que antes se mostraban escépticos, para ser confirmado en este cargo.
Traducción de Miguel López