INCENDIOS

La alerta no fue suficiente: Galicia lucha contra incendios incontrolables pese a años de advertencias

Bomberos forestales en la lucha contra el incendio en Aguasmestas, una parroquia del municipio de Quiroga, en la provincia de Lugo.

Miguel Pardo (Praza.gal)

La ola de incendios que asola Galicia este verano, la peor del siglo y la de mayor impacto que se recuerda, reproduce las condiciones y las graves consecuencias que las voces expertas llevan advirtiendo años.

Las características de un incendio incontrolable, las zonas más expuestas, el peligro creciente en los núcleos de población, las consecuencias de la despoblación rural y un monte descuidado o la intensa influencia del cambio climático en la voracidad de las llamas son factores clave. Los mismos factores sobre los que numerosos estudios e investigaciones científicas llevan tiempo llamando la atención. También las propias administraciones, que aprueban cada poco informes respaldados por estos expertos donde advierten sobre estos nuevos, virulentos e inabarcables fuegos, que son muchos menos pero mucho más grandes. Llevan tiempo aquí y son cada vez más frecuentes. Volvieron este verano. Y estábamos más que avisados. 

Juan Picos, subdirector de la Escola de Enxeñaría Forestal de Pontevedra, coordinador del proyecto europeo Firepoctep y uno de los mayores expertos en el monte gallego y en incendios, lo tiene claro. "Era previsible, claro", afirma quien lleva años participando en análisis, comisiones y estudios sobre el peligro de nuevos fuegos. "Suponíamos que iba a pasar, pero no podíamos saber ni cuándo ni dónde. La cuestión era si nos podíamos adelantar a eventos de tal magnitud y evitar los daños mayores. Tras los incendios de 2006, se aprendió algo y se pusieron en marcha las medidas adecuadas, al igual que tras la ola de 2017, pero vamos muy despacio. Seguimos llegando tarde", reflexiona. 

Picos asegura que la destructiva ola de incendios de este verano le resulta "sorprendente" porque lo que tantas veces había imaginado ocurrió "ante sus ojos". Sin embargo, aclara que no le desconcierta ya que muchos expertos coincidieron en que lo ocurrido "era un escenario probable". Sobre las opciones para el futuro, insiste en lo expresado tantas veces: "Hay que intentar desactivar al máximo posible las consecuencias que olas así pueden tener y reducir los momentos en que los dispositivos de extinción se quedan sin la capacidad de extinción", explica. 

Suponíamos que iba a pasar, pero no podíamos saber ni cuándo ni dónde

Juan Picos — Subdirector de la Escola de Enxeñaría Forestal de Pontevedra

La clave de la virulencia de los incendios que han asolado Galicia en las últimas semanas reside, según Picos, en que las "condiciones favorables" para su propagación —sequía, baja humedad, calor intenso, viento...— se han mantenido "durante mucho tiempo". Como ya había ocurrido en Portugal hace años. 

Fueron los graves incendios de 2017 —los de junio en Portugal que causaron la catástrofe de Pedrógão Grande y los de otoño que devastaron el país vecino y Galicia en un fin de semana— los que sirvieron de advertencia para lo que estaba por venir. La virulencia y las graves consecuencias de aquellos fuegos, con cientos de muertos y núcleos de población afectados y miles de hectáreas devastadas, revelaron un tipo de incendio cada vez más incontrolable y peligroso. Con características de las que ahora, ocho años después, vuelven a advertir quienes se enfrentaron a las llamas en Ourense este verano

Porque este tipo de incendios ya están arraigados en Galicia, impulsados ​​por el impacto de la crisis climática. Como ocurrió en la ola de 2022, que provocó los dos fuegos más grandes registrados en la historia hasta agosto de este año, las condiciones extremas de calor y sequía junto con la alta acumulación (por el abandono) de maleza que actúa como combustible vegetal y acelerador del fuego fueron las principales causas de la destrucción. Esto se debe a incendios que nunca habían sido tan grandes: no se habían superado las 10.000 hectáreas hasta hace tres años y este verano ya hay cuatro con una superficie superior. 

Como relataban en 2022 los vecinos de O Courel o Valdeorras, que advertían de fuegos que avanzaban por las montañas como "nunca habían visto en su vida", ahora son los del Macizo Central o de las mismas zonas quienes hablan de un tipo de incendio "voraz, virulento y muy rápido". Y repiten la misma frase: "Como nunca se había visto". Los bomberos que entonces advirtieron de llamas incontrolables, hoy hablan de las mayores a las que se han enfrentado en su carrera profesional. 

Este es el fuego que ahora afronta el noroeste de la península. Incendios que pueden llegar a provocar nubes de convección que alteran las condiciones meteorológicas previstas, cambian la dirección del viento y propagan las llamas de forma caótica, incluso en otros fuegos a decenas de kilómetros de distancia. Hasta pueden formar tormentas de fuego —cada vez más probables en el país, según advierte la investigación científica— o saltar embalses, creando focos secundarios con el traslado de cenizas a una distancia de dos kilómetros. Esta multiplicación de focos casi simultánea hace que se atribuya a la mano del hombre lo que, en muchas ocasiones, ya no se debe a ella.  

La excepcionalidad es tal que provoca que la virulencia y la potencia de las llamas puedan crear una nube que evite grandes catástrofes a pocos kilómetros de distancia. Esto fue lo que ocurrió con los incendios de octubre de 2017 en Portugal, cuando una enorme nube de convección originada en el norte de Portugal amainó y cambió la dirección del viento que avivaba el incendio en Galicia.

Más cerca de casa, más rápido y más errático

Hace apenas unos años, una tesis también de la Universidad de Santiago (USC) profundizó en las características de estos nuevos incendios derivados del cambio climático: más frecuentes, rápidos y erráticos. Una investigación que constató el aumento significativo en la velocidad de propagación del fuego debido a la reducción de la humedad de los combustibles asociada al aumento de la temperatura. Y la influencia de esta situación en el origen de estos procesos convectivos: pirocúmulos que aceleran las llamas de forma impredecible e incontrolable.

Todas estas circunstancias también provocan que las llamas lleguen cada vez con más frecuencias a casas y núcleos de población, provocando que los recursos se tengan que centrar en salvar vidas e inmuebles, lo que dificulta aún más las labores de extinción. Así lo confirma otra investigación de la Universidad de Santiago (USC) que corrobora que los incendios se inician cada vez más cerca de las viviendas.

Ante la llegada de este tipo de incendio forestal, el informe técnico encargado por la Assembleia de la República en Portugal sobre Pedrogão en 2017 ya concluyó que la política antiincendios debía modificarse debido al cambio climático. La propia Xunta reclamó lo mismo poco después en la comisión parlamentaria que analizó la ola de incendios de ese mismo año en Galicia. 

"Hay que llevar a cabo actuaciones estructurales en el territorio en condiciones más extremas", declaró el entonces director general de Gestión Forestal, Tomás Fernández-Couto. Años después, y tras los graves incendios de 2022, el ya presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, alertó del "carácter anómalo" del fuego, mientras que el que era conselleiro de Medio Rural, José González, habló de incendios con un "comportamiento nunca visto" que provoca que "queden fuera de la capacidad de extinción", tal y como advirtieron los expertos que colaboraron en los análisis promovidos en los Parlamentos gallego y portugués. 

Los análisis encargados por los Parlamentos portugués y gallego tras los incendios de 2017 coincidieron en la necesidad de cambiar la política de prevención de incendios debido al cambio climático

En aquel momento, un informe del Eixo Atlántico advertía de la peligrosidad de este nuevo "tipo de incendio del futuro" y que afectaría precisamente a la zona geográfica que abarca Galicia, las provincias limítrofes de Castilla y León y Asturias, y la parte más septentrional de Portugal. Justo las zonas más afectadas por la ola de este verano. Estas zonas también llevan tiempo señaladas como las más propensas a sufrir fuegos virulentos con unas características comunes que los hacen más peligrosos e incontrolables: similitudes climatológicas en la masa arbórea, en la política forestal y en la intensa despoblación rural. Las temporadas de sequía y la reducción drástica de la humedad completan la bomba que suele explotar. 

No hace falta remontarse tanto en el tiempo para encontrar análisis que abordan en detalle las causas de estas oleadas de incendios tan destructivas. Aprobado el pasado mayo por el Consello da Xunta, el Plan de prevención y defensa contra los incendios forestales de Galicia (Pladiga) incluye un apartado dedicado a analizarlas junto con su contexto político, social y económico. El trabajo, dependiente de la Consellería de Medio Rural, apunta diversos factores que subyacen al "complejo" problema de los fuegos, desde políticas forestales perjudiciales hasta la estructura de la propiedad de la tierra en nuestro país.

Y, al igual que en otros documentos y estudios anteriores, ni siquiera menciona la tesis de las "tramas" o el supuesto "terrorismo" que a menudo suele resucitar en los argumentos oficiales tras épocas más virulentas como la de este año. Incluso Feijóo volvió a lanzar este verano una tesis que ni la policía, ni la Fiscalía, ni la propia Administración autonómica respaldan.

El Pladiga resalta que "las principales causas" del fuego "en cuanto a la superficie afectada" están "en gran medida determinadas por circunstancias estructurales como la dispersión poblacional, la gestión forestal, la orografía y la sociología", así como por "el abandono de zonas rurales". Empezando por "el régimen de propiedad de la tierra, con más de dos tercios de las suelos forestales" en "montes de titularidad privada muy fragmentados y heterogéneos".

"Zona de guerra"

A este hecho, indica el documento elaborado por Medio Rural que recibió luz verde del Gobierno gallego en pleno, "se suma la herencia del resultado de una política de (re)forestación que, en ocasiones, no se ajusta a sus propias necesidades" en cuanto a "especies arbóreas, distancia y gestión". "Todo ello —agrega— acompañado por una regeneración de estrato vegetal muy abundante y vigorosa" debido a la meteorología y otras condiciones del territorio gallego, "convirtiendo este manto en combustible con un alto grado de ignición y propagación" que "favorece" situaciones "complejas" como la "reproducción" de los incendios, la "multiplicidad de focos" o el "rápido avance de las llamas".

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Un escenario apocalíptico que no solo ha ocurrido ya en Galicia o el norte de Portugal, sino que fue advertido por expertos e informes encargados por las administraciones, que alertaron que episodios de este tipo podrían volverse más habituales en los próximos años debido al cambio climático. Transcurrieron cinco años entre 2017 y 2022. Entre 2022 y 2025, solo tres. 

Solo en estos tres años fatídicos, alrededor de 210.000 hectáreas han ardido en Galicia, lo que equivale a casi la mitad de la provincia de Pontevedra. Aldeas enteras han sido arrasadas. En 2022, en A Veiga de Cascallá, en Rubiá, los vecinos definieron la devastación causada por las llamas como "un escenario de guerra". En 2025, en San Vicente de Leira, en Vilamartín de Valdeorras, la reflexión fue la misma: "Es una zona de guerra" .

Un conflicto contra las llamas, el abandono y los efectos del cambio climático. Batallas de las que se llevaba advirtiendo desde hacía tiempo. 

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