50 años: el principio del fin de la dictadura

El mito de las presas de Franco y otras obras que transformaron sin miramientos el paisaje

El pantano de Sau, a 22 de junio de 2024, en Vilanova de Sau, Barcelona.

La atribución de las presas a la ingeniería franquista es probablemente el mito más popular de la dictadura, y al mismo tiempo el más desmentido. Son el ejemplo de algunas de las obras faraónicas que transformaron radicalmente el paisaje español entre 1939 y 1975, a las que se suman la expansión del regadío, la minería, las carreteras o los trasvases. Muchas de esas obras públicas sentaron las bases de la economía actual, pero otras fracasaron por su mala planificación. En lo que coinciden los expertos es en que el desarrollismo se hizo sin miramientos. Desplazando pueblos, destrozando el patrimonio natural, castigando a los territorios opositores y distribuyendo la riqueza entre los grandes empresarios de la época.

La historia de los embalses franquistas es el mejor resumen de la política de infraestructuras de esa generación. Las presas eran imprescindibles para llevar a España a la modernidad y garantizar el crecimiento de las ciudades y el desarrollo de la agricultura y la industria, pero los planos fueron dibujados durante la República, su construcción se realizó de la manera más salvaje posible y buena parte de ellas se repartieron entre las compañías eléctricas afines al dictador.

Jesús Contreras, experto hidráulico de la Asociación de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, subraya que entre 1940 y 1975 se multiplicó por diez la capacidad de embalse en España: de 4.000 hm³ se pasó a 42.000 hm³, fruto de la construcción de más de 600 presas. Pero añade que la cabeza que las ideó fue Manuel Lorenzo Pardo, ingeniero estrella de la dictadura de Primo de Rivera, que fue también mantenido por Indalecio Prieto, ministro de Obras Públicas durante la II República.

"Franco confió el desarrollo hidráulico al Plan Nacional de Obras Públicas de 1933, que era al 100% de la República. Se dejó guiar por sus ingenieros y desde luego le venía muy bien inaugurar pantanos", señala el experto. 

Lorenzo Pardo identificó que las tierras de Levante eran muy fértiles y no solo diseñó embalses, también los grandes canales y trasvases que perduran hoy, como el trasvase Tajo-Segura. Pero esa planificación se unió a los poderes absolutistas del dictador y su desarrollo supuso la desaparición de pueblos enteros y el empleo de presos republicanos como mano de obra barata. Por ejemplo, el Canal del Bajo Guadalquivir, construido para impulsar el regadío en el norte de Andalucía, se apodó el Canal de los Presos.

"A punto de finalizar el conflicto, en las cárceles franquistas había casi 50.000 presos. Una cifra que, terminadas las hostilidades abiertas, había aumentado hasta casi 85.000. Una ingente masa humana, formada principalmente por trabajadores, que se convertirían en pieza fundamental para atemperar el desolador panorama laboral del país", resume el historiador José Luis Gutiérrez Molina en Trabajo esclavo y obras hidráulicas: extremeños en el Canal de los Presos.

De igual manera, docenas de pueblos quedaron anegados y su población fue forzada a marcharse con unas indemnizaciones irrisorias para construir embalses o canales. Por ejemplo, el desaparecido Vegamián (León) o Sant Romà de Sau (Barcelona), que puede verse en la fotografía de este artículo y que resurge cuando baja el nivel del agua del Pantano de Sau. 

La expansión de los embalses en España era imprescindible para el desarrollo del país porque la escasez de lluvia, las altas temperaturas y la orografía de la península dificultan enormemente el almacenamiento natural del agua. Según Jesús Contreras, sin intervención hidráulica, en España solo se podría aprovechar el 8% del agua que precipita, frente al 40% de Alemania, donde los ríos corren a menor velocidad y la evaporación es menor. Sin embargo, los canales, azudes y presas incrementaron el aprovechamiento en España hasta el 40%.

Pero esos megaproyectos también iban destinados a catapultar grandes empresas hidroeléctricas como Iberduero e Hidroeléctrica Española, fusionadas en 1992 para fundar Iberdrola. Una investigación publicada el año pasado y liderada por Mar Rubio Varas, catedrática de Historia e Instituciones Económicas en la Universidad Pública de Navarra, concluyó que "mientras los discursos oficiales del franquismo ensalzaban el papel del regadío como motor de desarrollo, la capacidad relativa de almacenamiento destinada exclusivamente a riego se redujo a la mitad: del 13% en 1950 al 6% en 1970. En el mismo período, el agua reservada para generación eléctrica aumentó del 29,5% al 37%". El resto de usos eran supuestamente mixtos, pero la generación eléctrica era siempre la prioridad.

Otro de los mitos de estas presas es que trasladaban la idea de la fuerza económica del régimen, pero era evidentemente un espejismo. No solo porque se valiesen de presos o de poblaciones rurales empobrecidas, sino porque a menudo las obras las financiaban empresarios, tanto de compañías energéticas como grandes terratenientes, otros de los grandes beneficiados. El regadío vivió una expansión histórica esos años: si en 1940 había 1,3 millones de hectáreas regables en España, en 1975 ya eran 2,8 millones.

A esto se suma que los embalses y azudes son infraestructuras con un impacto ambiental extremadamente alto porque cortan el paso de los peces –como el salmón o la anguila– y transforman el hábitat de los mamíferos y aves que viven en una zona, cambiando el ecosistema para siempre. Por supuesto, la valoración de estos riesgos fue entonces mínima o inexistente.

El auge de las minas

La minería es otro sector muy agresivo con el paisaje que vivió un boom sin precedentes durante el franquismo. Aprovechando la ingente demanda de minerales durante la II Guerra Mundial y los altos precios de los metales, la dictadura aprovechó para incrementar la producción y relanzar la economía devastada con la exportación de carbón, wolframio (un endurecedor del acero) o mercurio, materias primas muy ligadas a la industria bélica. Ángel Hernández Sobrino, geólogo y experto en las minas de Almadén (Ciudad Real), las mayores minas de mercurio del mundo, recuerda la disputa que hubo en los primeros años del franquismo entre la Alemania nazi e Inglaterra por hacerse con aquellos recursos.

Al igual que en la construcción de presas, la explosión minera se hizo sin ninguna consideración ambiental, y para garantizar la mano de obra se recurrió a los presos de la guerra. "No los consideraría esclavos porque ellos mismos se proponían para trabajar", matiza Hernández. "Las condiciones de trabajo eran similares a las del resto de mineros y a cambio obtenían una pequeña paga que enviaban a sus familias y un día de trabajo reducía entre dos y cinco días su pena de cárcel", añade.

La minería creció con fuerza durante los años 40 y 50, pero a finales de los 60, según el experto, comenzó su decadencia debido a que el valor de los metales y los minerales cayó en los mercados internacionales. También aparecieron competidores muy potentes con las grandes explotaciones de Canadá, Australia y Estados Unidos, que eran más rentables al tratarse de minas a cielo abierto.

Nuevos bosques que aparecen en la dictadura

Si se habla de las grandes transformaciones paisajísticas del franquismo, hay que destacar las famosas repoblaciones de bosques, un proyecto que comenzó ya a finales del siglo XIX, pero que la dictadura llevó a su máximo apogeo. El objetivo era recuperar zonas rurales que a lo largo de la historia se talaron para desarrollar la agricultura y la ganadería, y que corrían el riesgo de desaparecer por la degradación de la tierra.

La herencia de plomo del franquismo o cómo la violencia policial siguió viva durante la Transición

La herencia de plomo del franquismo o cómo la violencia policial siguió viva durante la Transición

Si una región propensa a la escorrentía del agua o a la sequía se tala y pierde la vegetación que agarra el suelo, las capas superficiales de la tierra terminan erosionándose y pueden pasar cientos de años hasta que vuelvan a ser fértiles. Para evitar que eso ocurriera, entre 1920 y 1930 se llevaron a cabo amplias repoblaciones arbóreas en Sierra Morena, Cuenca, Galicia y otros lugares, del orden 500.000 hectáreas de terreno. Pero entre 1940 y 1980, bajo la dictadura, se repobló ocho veces más: unos 4.000.000 de hectáreas.

Marta Corella, ingeniera forestal y especialista en Desarrollo Rural, destaca que este trabajo de la dictadura fue en general positivo, pese a que "la cantidad y la rapidez de ejecución se impusieron en términos generales a la búsqueda de calidad y diversidad, generando algunos problemas diferentes a la deforestación, pero no por ello poco importantes", como refleja este análisis del Ministerio de Agricultura.

"No podemos valorar las decisiones de aquel momento con el conocimiento actual. Pero en todo caso, hay muchas repoblaciones que no sabes que lo son si no te lo dicen, como Sierra Morena o Guadarrama", afirma Corella. "Hubo cosas que no se hicieron bien, pero si hoy disfrutamos de los bosques fue en parte gracias a esas repoblaciones", añade.

Más sobre este tema
stats