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'Incluso la verdad'

Portada de 'Incluso la verdad', el libro de Joaquín Sabina y Benjamín Prado.

Joaquín Sabina

Ya está en las librerías Incluso la verdad, el libro de Joaquín Sabina y el poeta Benjamín Prado en el que explican "la historia secreta de Lo niego todo", es decir, cómo escribieron las letras del último disco del cantautor. infoLibre publica un fragmento del libro editado por Planeta.

Leningrado

Me doctoré en tus labios de ocación,en una sórdida pensión de Leningrado,sin pasaporte y fuera de la ley,pero borracho como un rey desheredado.Cincuenta rublos era un Potosíy tu desnudo un maniquí de grana y oro,nos dieron llaves de la suite nupcialque era un cuartucho de hospital sin inodoro.Nos quedaba para un vodka con limóny un tostón del menchevique de la esquina.Cuando agonizó el palique ¡qué ansiedad!te empecé a desabrochar la gabardina.No era fácil en la Unión Soviéticair por condones a recepción.A años luz de la rutinaanidó una golondrina en mi balcón.No sé que nos pasó ni cómo fueque nos cruzáramos aquella noche loca.Balbuceamos cursiladas todo a cieny rodamos descosiéndonos la boca.Nos matábamos de ganas de vivirsobreactuando el vodevil de la bohemia.No dormir era más dulce que soñary envejecer con dignidad una blasfemia.Tú con tu boina, yo con barba, viva el Che,recién conversos a la fe del hombre nuevo,no había caído el muro de Berlínni reventado el polvorín de Sarajevo.Porque la revolución tenía un talónde Aquiles al portadory flotando entre las ruinasenviudó una golondrina en mi balcón.Ayer salías morena de un café,ya casi medio siglo que no te veía.Eras rubia si no recuerdo maldije y, mintiendo, estás más guapa todavía.Me aceptaste una cerveza sin alcohol,se nos había muerto el sol en los tejados.Funerales y con nada que decirvi en tus pupilas un añil mal dibujado.No sé por qué sigo escribiendo esta canciónpero me sangra el corazón cuando lo hurgo.Supe que te casaste con un juezy Leningrado es otra vez San Petersburgo.

 

Una de las cosas que más me ha gustado hacer a lo largo de estos treinta o cuarenta años de escribir canciones, aunque lo practicaba mucho más antes que ahora, es contar una historia al viejo estilo de las novelas, es decir, con planteamiento, nudo y desenlace. Generalmente era una historia de amor, pero muy adornada de paisaje y anecdotario, como Qué demasiao o Pacto entre caballeros. Es algo que cada vez me sale menos, pero que siempre me gusta intentar. Por otra parte, hacía mucho que le daba vueltas en la cabeza a un verso, y Leningrado es otra vez San Petersburgo, porque me parecía que con esas pocas palabras se podría resumir bastante bien lo que ocurrió con el comunismo y en la Unión Soviética. Cuando llegó el momento de ponerse a hacer la canción, me planteé algunas preguntas y me recordé que no debía olvidar que mi generación tomó aquella frase del mundo de los negocios que dice «soy abogado, como todo el mundo» y cambió ese oficio por «comunista». Yo, desde luego, con diecisiete o dieciocho años y en Granada, lo era, comunista, o al menos creía que lo era.

Lo que no me ocurrió en persona fue lo que sí les pasó a varios de mis amigos, que lograban ir invitados a alguno de esos Congresos de la Juventud, donde se reunía a gente de medio mundo, tantas personas amantes de las revoluciones y las banderas rojas que en ocasiones había que alojar a muchas de ellas en los hospitales, unas veces en Moscú y otras en Leningrado. Algunos regresaban muy entusiasmados y otros empezaban a rumiar una cierta decepción. Yo les tenía envidia a todos, porque a mí no me invitaron nunca, pero me he vengado poniéndome como protagonista de esta canción en la que, de algún modo, se resume lo que les pasó de verdad a esos otros que nunca fui yo.

La copla, que es bastante anterior a las sesiones de Rota en las que se escribió y compuso Lo niego todo, me salió bien complicada, lo que planteaba dos problemas, uno de los demás y otro mío: el primero, que sospeché que a lo mejor habría quienes no la entenderían del todo y tal vez se quedarían sólo en la aventura de los dos estudiantes que se enamoran en Leningrado y se reencuentran muchísimos años después, cuando ya nada es lo que era y casi nadie cree ya en lo que creía por entonces; y de hecho, para hacerla un poco más contemporánea, le fui añadiendo lugares reconocibles: Sarajevo, el Muro de Berlín… El segundo escollo era que, con un texto como ése, sin duda de los más complicados que he hecho, muy enrevesado desde el punto de vista de la métrica y el ritmo, no veía la forma de meterle mano. Y la solución vino, tal y como cuenta Jaime Asúa, el día en que después de haber estado en el velatorio de nuestro amigo Manolo Tena en la SGAE, eso que se llama «la capilla ardiente», un nombre que siempre me ha intrigado, subimos a casa a tomar unos güisquis. Entonces le di Leningrado, sabiendo que era una mala jugada que le iba a hacer mucho bien, porque, de los dos, Jaime era quien más afectado tenía que estar con la muerte de su antigua otra mitad en el grupo Alarma, y seguro que buscarle una melodía a aquel laberinto, siendo como es él tan minucioso, tan perseverante y tan dado a emplearse a fondo sin reservar nada para el día siguiente ni la próxima vez, lo iba a mantener ocupado e iba a llevar su cabeza a otra parte.

Le salió una canción oscura y fantástica, que había atrapado justo lo que los dos soñamos en voz alta cuando hablamos de qué hacer con ella, algo que pudiese recordar el sonido del Berlín de Lou Reed; y luego la fue haciendo un poco más accesible, sin llegar a dulcificarla. Bastante después, cuando la oyó Leiva, pensó que una canción como ésa, de amor pero también sobre el fracaso del paraíso del comunismo, era complicada y no podíamos estar seguros de que fuese a encajar en el repertorio, pero también me dijo que merecía la pena aceptar el reto. Y además creímos que era tan distinta de las demás del disco que, por esa misma razón, le iba a venir muy bien. Él añadió alguna cosa a la partitura original, no demasiadas, algún rasgo de familia que la emparentara con las once restantes, algún riff de guitarra, alguna pequeña variación melódica... Y Jaime estuvo en el estudio, para añadirle su toque personal. Me gusta todo, lo que era y en lo que se ha convertido. Pero si quieren que sea sincero, tengo que decir que yo siempre tendré en la cabeza un sonido, el que imaginé que tendría cantada por Lou Reed en aquel disco, Berlín.

Lágrimas de mármol

El tren de ayer se aleja, el tiempo pasa,la vida alrededor ya no es tan mía,desde el observatorio de mi casala fiesta se resfría.Los pocos que me quieren no me dejanperderme solo por si disparato,no pido compasión para mis quejasque tocan a rebato.Acabaré como una puta viejahablando con mis gatos.Superviviente, sí, ¡maldita sea!Nunca me cansaré de celebrarlo.Antes de que destruya la marealas huellas de mis lágrimas de mármol.Si me tocó bailar con la más feaviví para cantarlo.Dejé de hacerle selfis a mi ombligocuando el ictus lanzó su globo sonda,me duele más la muerte de un amigoque la que a mí me ronda.Con la imaginación, cuando se atreve,sigo mordiendo manzanas amargaspero el futuro es cada vez más brevey la resaca larga.Superviviente, sí, ¡maldita sea!Nunca me cansaré de celebrarlo.Antes de que destruya la marealas huellas de mis lágrimas de mármol.Si me tocó bailar con la más feaviví para cantarlo.

La obligación de un tipo que se dedica a escribir canciones y a vivir razonablemente bien de eso es hablar de lo que realmente le preocupa y le interesa. El problema viene cuando estás en un momento en el cual lo que te preocupa es el proceso de deterioro que se sufre al envejecer, porque no conozco a nadie, con la excepción deslumbrante de Leonard Cohen, capaz de hacer canciones pop con ese tema y lograr del modo en que él lo hizo que un público en el que dudo que haya una sola persona con ganas de que le hablen de eso, las coree, las disfrute, se emocione con ellas. Me pareció que tirar por ese camino me iba a poner ante un tour de force que no estaba convencido de poder afrontar, y ésa es una de las razones de que no lo hiciera solo y buscase aliados. Pero incluso pidiendo refuerzos, era algo complicado de resolver, puede que una temeridad, y de hecho ni siquiera me había atrevido a hablarle al Benja de Lágrimas de mármol, que sin duda es donde cristaliza esa idea de un modo más claro, por miedo a que desertara.

Benjamín Prado no abandona Rota en agosto "llame quien llame"

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Mucha culpa de que esta canción exista la tiene Leiva, a quien sí le enseñé unos versos que tenía apuntados en uno de mis cuadernos y de los que se quedó prendado: Los pocos que me quieren no me dejan / perderme solo por si disparato, / no tengo dirección para mis quejas / que tocan a rebato. / Acabaré como una puta vieja / hablando con mis gatos. Primero se los leí, después quiso leerlos él mismo. «Aquí hay una cancionaca, tío. Es más, ya la estoy oyendo», afirmó. Su reacción me animó tanto que al rato se la puse delante al Benja. Él se quedó con otros versos, concretamente con la rima entre «ronda» y «globo sonda», que me jaleó como en los días grandes: Dejé de hacerle selfies a mi ombligo, / cuando el ictus lanzó su globo sonda, / me duele más la muerte de un amigo / que la que a mí me ronda. A este tipo no es fácil venderle nada y aún es más difícil que no quiera subirse a un tren que le pase al lado y, una vez dentro, llevárselo a otra parte; pero esa vez me dijo: «Ni lo dudes, en esa mina hay oro, tiene que ir en el disco, hazla ya y no cuentes conmigo, a eso tienes que plantarle cara tú solo». Era exactamente lo que yo pensaba. No estoy seguro de que fuese lo que pensaba él: puede decir lo que quiera, pero me juego algo a que se moría de ganas de meter la cuchara en esa canción.

A pesar de todo, estoy convencido de que Lágrimas de mármol no se habría grabado nunca si Leiva no hubiese tenido el enorme talento de convertir algo tirando a fúnebre en un tema masticable y hasta con un riff que se puede bailar, en una balada rock con un estribillo hecho para que lo cante a voces un público en el cual tal vez haya mucha gente que ya no crea que la obligación de un músico es morir joven y dejar un cadáver bonito, cosa que le pasó a muchos y entre ellos a algunos de los mejores, sino ser capaz de llegar hasta el borde, mirar lo que hay abajo y vivir para contárselo a personas que, a menudo, lo pueden entender porque están en el mismo caso. Esa idea me ayudó a la hora de convencerme de seguir adelante con Lágrimas de mármol; y ahora, ver en lo que se ha convertido me da ganas de tocarla en directo.

La canción habla de algunas cosas que pueden entenderse como fragmentos de un autorretrato, y dos de ellas son la imagen de mi casa como un observatorio y la mención al ictus que tuve hace unos años. Lo primero es una consecuencia de lo segundo, porque desde que vivo a la defensiva, tratando de no pasarme de la raya y de poner tierra de por medio entre mis debilidades y yo, es verdad que paso en mi salón el tiempo que antes pasaba en los bares y que mirar la ciudad desde mis balcones es el único modo que tengo de tomarles el pulso a las calles que tanto amo. Digamos que unas veces utilizo los cristales de las ventanas como microscopio, cuando veo pasar a las gitanitas de Churumbelas, a los personajes de ¿Qué estoy haciendo aquí? o a los de Las noches de domingo acaban mal, y otras los empleo como espejo y cuento lo que veo en él: yo, a mis casi sesenta y diez, ese hombre del que hablan Quien más, quien menos, Sin pena ni gloria o Por delicadeza. La suma de las dos cosas, lo que veo a lo lejos y lo que veo en mí, hace que Lo niego todo sea el disco más confesional que he hecho jamás. Y esta canción lo explica como ninguna.

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