Los libros

Celebración de la experiencia

Todas las lluvias son la misma tormenta, de Javier Bozalongo.

Alejandro Pedregosa

Todas las lluvias son la misma tormentaJavier BozalongoAmargordMadrid2017Todas las lluvias son la misma tormenta

Lo primero que cumple decir de este libro es que viene de ganar el XXVIII premio de poesía Blas de Otero y que, con pocos meses en las librerías, se ha destapado como un serio aspirante al Premio de la Crítica de Andalucía, donde es finalista. Lo segundo que cabe decir (después de leerlo) es que uno entiende perfectamente tanto los argumentos del premio como los de la nominación.

Digo que el poemario es una "celebración de la experiencia" no tanto por la corriente estética de la que Bozalongo participa sino también y sobre todo por lo que tiene de revisión vital y ajuste de cuentas con uno mismo. Ya en el título se advierte esa suerte de sentencia, esa deriva natural hacia el resumen de quien, como decía Cervantes, "viaja mucho y lee mucho". Solo quien ha estado sin paraguas debajo de numerosos aguaceros puede saber que todas las lluvias son la misma tormenta.

El libro se divide en dos apartados muy bien definidos en temática y versificación. "Temporal" se llama la primera parte y está construida con poemas que nacen de la sobriedad para alcanzar la hondura reflexiva y, no pocas veces, la emoción más sutil, aquella que rehúye la pompa y el barroquismo. Lean los siguientes versos: "Quien dibuja una casa sin ventanas/ teme a la libertad como a sí mismo./ Quien abre una ventana en una cárcel/ no puede ser culpable de amar tanto la vida". Se entiende aquí lo que les decía de la sutileza y la emoción.

Hay en esta primera parte un ligero poso de desesperanza por aquellas ilusiones que el tiempo ha ido modelando hasta dejar irreconocibles. No es abatimiento sino más bien la constatación de una verdad antigua que ya cantaban los clásicos y que Bozalongo renueva aquí desde su particular óptica de observador pausado y contemporáneo: "De lo que fuimos/ –tal vez sólo un instante/ con vocación de eternidad–/ son testigos ahora/ unos cuantos relojes detenidos". Así nos dice en un magnífico poema cuyo título juega con Lope: "Quien lo probó lo sabe".

Es importante decir que ese punto de rigor existencialista lo reserva el poeta exclusivamente para sí, para el hombre experimentado que mira la vida con cierto distanciamiento; a los jóvenes sin embargo, cuyo pulso viene latiendo con fuerza e ilusión, les anuncia los placeres del futuro, la obligación de vivir y ser feliz por encima de fracasos y accidentes. "Más allá de la lluvia te esperan los abrazos",le dice a Paula (tal vez la hija) en un hermoso poema que recuerda por el tono y el fondo el eterno canto que José Agustín Goytisolo dedicó a Julia.

No quiero pasar a la segunda parte sin hablar del poema titulado "Silencio". Se trata de un poema construido en torno a dos voces que se van intercalando con astucia (la voz del pensamiento y la voz narrativa) para confluir en un sorprendente final que le estalla al lector entre las manos. Es un poema que permite una tripe lectura: la íntima, la narrativa y la que surge de la conjunción de ambas. Tampoco hay que dejar pasar la ironía del asunto: un poema, repleto de voces y ecos, cuyo título es "Silencio". Tiene su lógica. Quién lo lea lo entenderá.

La segunda parte del poemario es un cuaderno de viajes donde el poeta abandona la introspección inicial y se convierte en un espectador sensible y agudo de cuanto le rodea. Los versos dejan aquí de ser un veredicto sobre lo experimentado para convertirse en puro asombro. Yo soñé ser avión/ y poderme volar a cualquier parte, se nos anuncia en el primer poema. A partir de ahí Venecia, Dublín, Berlín o Buenos Aires van diseñando el mapa sentimental donde el poeta encuentra las certezas que lo mantienen esperanzado por seguir hacia delante. Se entiende así que esta segunda parte se titule "El resto de mi vida".

Hay lugar aquí para la denuncia social ("Un viaje a China") y para la nostalgia de una época que ya fue en la memoria del poeta y que sin embargo se repite hoy en otras latitudes ("Playa de la libertad"), pues el tiempo, como sucede con la lluvia y la tormenta, siempre es el mismo. El viaje termina donde se inició, en Granada y en sus luces. Se trata nuevamente de una defensa del optimismo para anunciar a Lucía (tal vez la hija) que siempre existe una salida y un camino iluminado.

La luz del sur

La luz del sur

Dicen algunos críticos que basta un buen poema para justificar la existencia de todo un libro. No es el caso de Todas las lluvias… (plagado de destellos) pero si jugáramos a hacerles caso sería el poema dedicado a la ciudad de Nueva York el elegido. "NYC" (que así se llama) es el resumen donde se concentran las mejores bondades de este libro. Estamos ante un paseo lúcido y delicado por el imaginario neoyorquino donde a menudo se cuela la ironía para socavar la realidad y poner las cosas en su sitio: "¿Lleva algo que no le pertenezca?", nos suelen preguntar en la aduana, "pues claro que sí", contesta Bozalongo, "conmigo va también lo ajeno/ lo visto, lo aprendido, lo soñado". Y es ahí, en lo visto, lo aprendido y lo soñado, donde se funda el título de esta reseña: celebración de la experiencia. Porque aunque todas las lluvias sean la misma tormenta no todo el mundo sabe sacarle jugo poético a los chaparrones de la vida. Javier Bozalongo sí. Celebrémoslo.

*Alejandro Pedregosa es escritor.Alejandro Pedregosa

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