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Cataluña y los riesgos de la izquierda

Escribir cartas pensando más en el público que en el destinatario y dando por descontado lo que responderá el otro es un método de diálogo tan eficaz como el de dos locos hablando solos mientras caminan por distintas aceras. Mariano Rajoy anda (más seguro que deprisa) por la senda de la legalidad constitucional, escoltado por Pedro Sánchez y por Albert Rivera, mientras Puigdemont y sus aliados han decidido avanzar saltándose esa legalidad e incluso la que ellos mismos aprobaron en el Parlament y dan por refrendada en un referéndum sin Sindicatura Electoral y sin garantías mínimas que lo hagan homologable o vinculante.

Al margen de factores de carácter judicial que pueden trastocar el escenario catalán en cuestión de horas, como ocurre con la prisión incondicional decretada este lunes para los máximos dirigentes de Assemblea Nacional Catalana y Òmnium, la mayor incógnita en este momento consiste en la magnitud exacta de las medidas derivadas del famoso artículo 155 que el Gobierno llevará al Senado y en el grado de virulencia de la reacción de las organizaciones independentistas. Nadie duda que el encarcelamiento (sin fianza siquiera) de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart inflamará las calles y colocará a Puigdemont todavía más cerca de proclamar la suspendida Declaración Unilateral de Independencia (DUI).

Mientras se va despejando (o no) esa incertidumbre, queremos poner hoy el foco en una cuestión preocupante en el medio plazo: los riesgos que la izquierda afronta a raíz del estallido catalán y de su onda expansiva. Se quiera o no, asistimos a una batalla de comunicación política, y las fuerzas progresistas no tienen fácil ganarla cuando los mensajes-fuerza están tan polarizados que no admiten matices.

El 'procés' catalán agudiza la división de la izquierda

El 'procés' catalán agudiza la división de la izquierda

Pedro Sánchez ha intentado durante mes y medio compaginar la responsabilidad de Estado en defensa de la legalidad con la presión sobre Rajoy para abordar vías políticas de solución a través de una profunda reforma constitucional. A medida que el independentismo iba ignorando leyes, Sánchez se ha visto más presionado desde dentro y desde fuera del partido para colocarse al lado del Gobierno. Por más que el líder del PSOE insista en que es él quien contiene a Rajoy para evitar las medidas más duras y contraproducentes, el problema es que una vez que empiece a aplicarse el 155 nadie sabe en qué desembocará la intervención de Cataluña. Sánchez, que recuperó el liderazgo interno con una contundencia fuera de todo pronóstico porque las bases lo apoyaron frente a todos los referentes del PSOE y de las élites económicas y mediáticas, tendrá difícil girar, dar marcha atrás o salirse del sendero que ahora comparte con Rajoy y Rivera. Inició su segunda etapa al frente de los socialistas con el encargo de la militancia de recuperar el “no es no” a Rajoy y abrir un entendimiento colaborativo con Podemos, pero Cataluña va ubicando a Sánchez más cerca de Rajoy que de Pablo Iglesias. El “monotema” tiene bloqueada la colaboración parlamentaria que se anunció solemnemente a principios de verano.

Pablo Iglesias, por su parte, ha afrontado la crisis de la mano de Ada Colau y desenganchándose de los actuales dirigentes de Podemos en Cataluña, más cercanos algunos al independentismo de las CUP que a la España plurinacional. La base de su discurso es la defensa del ‘derecho a decidir’: un referéndum pactado y con garantías, en el que Podemos defendería un Estado plurinacional (cuyo proyecto detalla el propio Iglesias en el capítulo de un interesante ensayo colectivo recién publicado: Repensar la España plurinacional) en el que la mayoría de los catalanes podría sentirse cómoda. Ni Iglesias ni Colau son independentistas. De hecho ese dibujo de un Estado plurinacional, federal o confederal, no estaría muy alejado del concepto de plurinacionalidad que también Pedro Sánchez asumió en las primarias que le devolvieron la secretaría general. Pero las detenciones de altos cargos de la Generalitat, los registros de imprentas, la prohibición de actos en defensa del ‘derecho a decidir’ y, muy especialmente, las cargas policiales del 1-O, fueron ubicando a Iglesias y a Colau en el mismo marco del independentismo. Se puede culpar exclusivamente al bombardeo mediático que se esfuerza en mostrar a Colau y a Iglesias como peligrosos radicales antiespañoles sin explicar sus diferencias con los independentistas, pero incluso dentro de Podemos hay muchas voces que admiten que ese marco ha sido facilitado por los propios dirigentes morados. Han sido muy contundentes en la defensa (justificada el 1-O) de “democracia frente a represión” pero no tanto en la denuncia del atropello antidemocrático ejercido por los independentistas al saltarse las leyes e imponer la independencia sin tener siquiera una mayoría suficiente que lo respalde. Colau ha estado sometida a las acusaciones de “equidistante” desde el nacionalismo catalán y de “cómplice de los indepes” desde el nacionalismo español y sus baterías mediáticas. Iglesias es consciente de que sin un voto suficiente en Cataluña la izquierda no podrá ganar el Gobierno del Estado a la suma de PP y Ciudadanos, pero arriesga mucho en el envite porque fuera de Cataluña no son pocos los potenciales votantes de Podemos que apoyan un modelo plurinacional pero rechazan sin ambages la fase insurreccional en la que ha entrado el independentismo catalán.

En tiempos tan polarizados y convulsos son aún menos fiables las encuestas puntuales, pero a día de hoy empieza a cundir el temor en distintos ámbitos de la izquierda, de forma transversal y por encima de las diferentes siglas, acerca de las consecuencias electorales que podría provocar la crisis catalana. Si Sánchez se ve maniatado para compartir con Rajoy la responsabilidad de intervenir Cataluña sin saber cómo deshacer ese ovillo, y si Iglesias sufre el castigo de tantos votantes de izquierda que exigen una oposición firme contra los nacionalismos excluyentes, una vez más sería la derecha la gran beneficiada. Ya se sabe que Rajoy es especialista en alentar conflictos, sacarles provecho electoral, dejarlos pudrirse y luego reclamar consensos para solucionarlos. (La metáfora del pirómano-bombero no procede en estos trágicos días).

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