Plaza Pública

El día de la marmota

Baltasar Garzón

“Necesitamos personas que piensen. Necesitamos personas que escuchen. Necesitamos personas que hayan estudiado suficiente historia como para no creerse los eslóganes fáciles ni las promesas simples” (Ro Khana, citado por Martha C. Nussbaun. La monarquía del miedo. Ed. Paidós)

¿Qué derecho tienen los responsables políticos a no gobernar o a bloquear un gobierno cuando han sido elegidos para hacerlo posible? ¿Con qué argumentos democráticos pueden explicar su incapacidad para ponerse de acuerdo o para negar que dirijan el país quienes más votos han obtenido por voluntad de los ciudadanos?

¿Es de recibo la actitud de mercadeo vergonzante en un reparto hipotético de puestos de poder para permitir la gobernabilidad? Todas estas preguntas son las que en estos momentos se hace la sociedad y las respuestas se pueden resumir en la percepción que trasladó el último barómetro del CIS: la política, los políticos y los partidos son el segundo mayor problema después del paro. Quién lo iba a pensar.

Esta encuesta se realizó antes del debate de investidura, pero en el imaginario de la población estaba clara la enfermedad que nos aqueja: unos políticos torpes en el discurso, ágiles en el insulto, pero muy poco profesionales y, sobre todo, que desatienden su función primordial de servicio público hacia su país. Si la encuesta se hiciera en este instante, sería, con toda probabilidad, todavía más negativa, y es que nos estamos acostumbrando a las cosas vayan a más y que no ocurra nada.

A estas alturas, con encargo de formar Gobierno desde hace meses y sin visos de que se vaya a hacer realidad, el muestrario de sondeos, operaciones de expertos en comunicación a quienes nadie ha elegido y cálculos de márketing que manejan los candidatos, no parecen sino una mera operación de maquillaje, de disfraz de una realidad vacía y una forma de ganar tiempo no se sabe muy bien para qué.  Lo cierto es que, entre tanto, ese tiempo se está derrochando frente a situaciones de falta de equidad, de aumento de los crímenes machistas, de deterioro de la economía el medio ambiente y de auténtica necesidad que urge remediar.  Y obviando una encomienda del pueblo que votó para avanzar hacia una vida mejor, objetivo que estos políticos no parecen tener entre sus prioridades primeras.  En el caso de la derecha, que permanece agazapada como un depredador a la espera de que la pieza incauta caiga en su red, horada el vacío de una izquierda enfrentada para que se haga más hondo y nos lleve exactamente al punto que quieren: el de que ellos son los únicos salvadores. Es decir el cuanto peor mejor de Rajoy elevado a la categoría de axioma.

Lo que hay que cuestionarse es hasta qué punto los elegidos tienen derecho a no ponerse de acuerdo. Entiendo que en democracia, precisamente porque optamos por quienes queremos que actúen en nuestro nombre, existe la obligación, el imperativo democrático, de que los designados obedezcan el encargo. Tienen que acordar entre minorías mayoritarias o permitir que quien haya ganado forme Gobierno. Hablo de un deber de todos, no de una opción. No creo que los políticos tengan derecho a omitirlo cuando se ha puesto la confianza en ellos para que cumplan su trabajo de conseguir o facilitar la gobernabilidad.

El filósofo marxista Antonio Gramsci en su recopilación Odio al indiferente incluía una reflexión de abril de 1917 titulada Políticos ineptos que bien puede aplicarse a lo que está sucediendo en la actualidad en España: “… Si el hombre político se equivoca en su hipótesis, es la vida de los hombres la que corre peligro, es el hambre, es la rebelión, es la revolución para no morirse de hambre. En la vida política, la actividad de la imaginación debe estar iluminada por una fuerza moral: la simpatía humana y queda ensombrecida por el diletantismo (…). El diletantismo es falta espiritual, falta de sensibilidad, falta de simpatía humana”. 

Amenaza electoral

Tales actitudes pueden conducir sin duda a situaciones indeseadas. La sociedad se puede encontrar encallada en un bucle motivado por la falta de profesionalidad y la incapacidad de decidir de sus políticos. Según una encuesta del Instituto de opinión 40DB, sólo el 5% de quienes votaron al PSOE y Unidas Podemos desea repetir las elecciones. Para la derecha esa opción es recomendable para un 64% de votantes del PP,  para poco más de la mitad de los consultados que simpatizan con Ciudadanos  y para una holgada mayoría de Vox que poco tiene que perder.

Aletea por tanto, negra como un cuervo, la sombra de una nueva convocatoria electoral, una amenaza, un tanteo, una posibilidad que, fuera de los resultados finales, se perfila como una burla cierta hacia la ciudadanía. Nada de todo esto es nuevo. Lo describió de forma magistral José Saramago, premio Nobel y buen amigo, en su Ensayo sobre la lucidez  “… Bajo la agitación política que recorre toda la capital como un reguero de pólvora en busca de su bomba, se nota una inquietud que evita manifestarse en voz alta, salvo si está entre sus pares, una persona con sus íntimos, un partido con su aparato, el gobierno consigo mismo, ¿qué sucederá cuando se repitan las elecciones? Esta es la pregunta que se hace en voz baja, contenida, sigilosa, para no despertar al dragón que duerme…”

Considero que otros comicios solo tendrían sentido si no hubiera forma posible de gobernar, y no es el caso. Aquellos que no cumplen con lo encomendado por la voluntad popular expresada mayoritariamente en las elecciones del 28 de abril deberían plantearse que, o consiguen definitivamente el acuerdo, aunque sea en la prórroga estival, o es que no sirven para dirigir un país. Tampoco los partidos de oposición serían dignos de ello y deberían reconsiderar el concepto: su función consiste en oponerse a la acción del Gobierno y a la legislativa, no en ejercer el filibusterismo preventivo, que es lo que  están llevando a cabo sin paliativos.

Otros candidatos

Si finalmente nos abocan a votar otra vez, deberían ser otros los candidatos y candidatas que se presenten y de todas las formaciones, izquierda y derecha, pues está claro que ni los que ahora se tiran los trastos a la cabeza, ni los que tratan de conseguir un Gobierno, ni los que ponen obstáculos para evitarlo son capaces de resolver este conflicto. No nos aportarán nada nuevo obligándonos además a decidir sobre algo que ya teníamos decidido sin más argumentos que hacernos partícipes de su incompetencia.

Necesitamos otras opciones. Otras elecciones deberían conllevar otros candidatos. Nuevos nombres de mujeres y hombres con experiencia política, social, con responsabilidad, ética, y sensibilidad; con una flexibilidad que les conduzca al encuentro y a luchar por el poder pero con una visión positiva y no destructiva, a buscar en el otro, incluso desde la contradicción, el respeto y la confianza para llegar, en su caso, al acuerdo. Deberán ser personas con conocimiento de la cosa pública y de la sociedad en la que vivimos, que no pretendan someternos a unos intereses muchas veces ajenos a los nuestros; con amplitud de miras y sentido de Estado. Candidatos y candidatas que sean capaces de ver la necesidad imperiosa de recuperar la normalidad y de que las cosas comiencen a andar. No tendría sentido la repetición del desfile incluidos, insisto, todos los partidos. De tener que calificarlo en términos jurídico-penales, esto sería un crimen de lesa democracia, y la sanción a aplicar, contundente y sin paliativos.

El sueño del sueño

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En este punto, suena el despertador y son las 6 am. Me restriego los ojos y me dirijo a tomar una ducha refrescante para paliar el calor de la noche tórrida de Madrid. Me doy cuenta de que todo lo anterior forma parte de un sueño en el que se repetían las elecciones y en el que no estaban como candidatos ni el presidente Sánchez, ni el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, ni el de Ciudadanos, Albert Rivera, ni el del PP, Pablo Casado.  Sólo quedaba Santiago Abascal, de Vox, y he sentido un tremendo escalofrío. De modo que me he puesto a llamar como un loco a los dos primeros para decirles que lleguen a un acuerdo antes de que acabe el mes de agosto; y a los segundos pidiéndoles que se abstengan, porque si se repiten las elecciones, lo único que va a quedar es la extrema derecha y los independentistas. Me han atendido correctamente. Sánchez e Iglesias dándome esperanzas. Con escepticismo, pero no con rechazo, Casado y Rivera. Me he quedado más tranquilo. En ese momento, ha sonado de nuevo el despertador. Son las 6am, y me doy cuenta de que estaba dormido y he tenido el sueño del sueño. ¿Acaso es el día de la marmota y estoy dentro de un ciclo electoral sin fin? Tomo una decisión drástica, no volveré a cerrar los ojos y así veré lo que sucede y podré cambiar el curso de las cosas. Suena el despertador y son las 6am en punto.

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Baltasar Garzón es jurista

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