El coche no es un apéndice Cristina García Casado

Una sociedad cansada. Así nos ve el filósofo surcoreano que esta semana ha sido premiado con el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. De nombre impronunciable, Byung-Chul Han, dice que estamos en un momento de encrucijada. Todo nos parece poco, todos nos parece insuficiente, todo puede ser mejor y nos autoexigimos hacerlo todo, todo el tiempo y lo mejor posible. Y la culpa, ¿de quién es? Sí, lo han acertado, de las redes.
Para algunos, su obra, sus libros son un auténtico ladrillo, imposibles de abordar (esto lo escuchaba el miércoles, el día que se anunciaba su galardón). Para otros, es el filósofo de referencia del momento, el que se atreve a decir que este afán por enseñar todo lo que hacemos, por contar dónde estamos, qué comemos, con quién, a dónde viajamos o qué libro hemos leído, roza la pornografía. Tanta transparencia, defiende, no es buena.
Y me hace pensar un poco en todo eso que hacemos en nuestras redes, todo eso que colgamos, esa necesidad que nos autoimponemos por enseñar que estamos haciendo algo. Si llevas dos días o más sin colgar una foto en Instagram crees que desatiendes las redes. Cuando, en realidad, ése no es tu objetivo, por mucho que te digan que, ahora mismo, cuántos seguidores tengas es casi igual de importante (o más) para determinados trabajos o marcas que lo que haces o eres.
Byung-Chul Han no tiene teléfono de los llamados inteligentes. No tiene redes, por supuesto. Dice que escucha la música de forma analógica. Y puede que ésa sea la clave para volver a encontrar el sentido a todo
El día de la madre colgué un post en el que contaba lo que había hecho ese fin de semana, rocé la pornografía que denuncia Han. Conté el plan que mi hija y yo habíamos hecho y, como madre que adora a sus dos hijos, pensé que no era justo no contar nada de él, del pequeño (que ya no lo es ni de lejos). Así que busqué una foto con la que decirle lo orgullosa que me sentía de ser su madre, de lo plena que me había hecho tenerle, educarle, de lo mucho que aprendo cada día de él, porque es así. Encontré mil fotos de él de bebé, el bebé más precioso del mundo, para mí, de cuando estaba en la guarde, de cuando le acompañaba a sus entrenamientos… Ninguna foto lograba su aprobación. Ninguna. Y me explicó por qué: “mamá, no quiero aparecer en tus redes. Quiero preservar mi anonimato. No quiero que, luego, aparezca una noticia en el Hola en la que cuentan, con la foto que has colgado en Instagram, quién soy, cómo me llamo o qué estudio”. Porque esto ha pasado más de una vez. Los compañeros de la prensa social hacen noticias con el gancho de lo que nosotros les hemos enseñado. Con todo el derecho, claro.
Me pareció tan razonable y sensato, que cerré el teléfono. Desde el año pasado me ha pedido que ni siquiera le felicite en redes. Y, qué quieren que les diga, sólo puedo decir que, de nuevo, ha conseguido ganarme. Quizás usted piense que es más sensato que yo. Puede ser. Una madre siempre está orgullosísima de sus hijos y quien diga lo contrario miente. Ya pueden ser los más cafres, los más desgarbados, tus hijos son tus hijos. De los míos hablaría durante horas pero en privado. Siempre he preservado su intimidad, no encontrarán ni una foto en las que se les vea la cara. Siempre hemos buscado que crezcan siendo sólo ellos. Y, ahora que está a punto de ser mayor de edad, más aún.
Byung-Chul Han no tiene teléfono de los llamados inteligentes. No tiene redes, por supuesto. Dice que escucha la música de forma analógica. Y puede que ésa sea la clave para volver a encontrar el sentido a todo. Según Han, la sociedad del cansancio tiene que buscar en la esperanza la forma de orientarse. Esperanza. Una palabra que usamos poco y que olvidamos demasiado a menudo. Una palabra que encierra cierto anhelo de que, lo que tenemos ahora, sea aún mejor. Persigamos ese sueño.
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