El alcalde de Nueva York

Los neoyorquinos acaban de hacer edil a un señor de Al Qaeda. «Como alcalde vuestro que soy, Allahu akbar». Así lo aseguran los más sensatos comentaristas norteamericanos. «¡Un moro!», dicen, espantados. Se ve que es el único: en una ciudad de nueve millones de habitantes, los pérfidos yihadistas han logrado infiltrar a uno de sus secuaces y, para colmo… ¡va el tío y gana las elecciones!

Trump ha tenido que interrumpir sus tareas como decorador para comparecer tras el resultado electoral (¿han visto qué preciosura está montando en el ala este de la Casa Blanca? No se veía cosa igual desde que palmó Liberace). «Esta gente», ha dicho con su habitual templanza, «no va a parar hasta convertir a los Estados Unidos en una Cuba comunista». La advertencia parece fundadísima: ya se sabe que los burgueses se meten en política (no nos engañemos: en el país de las oportunidades no llegas ni a ujier si papá y mamá no están el dólar) para colectivizar su propia riqueza y convertir el World Trade Center en un paraíso socialista. En fin. El análisis no se ha quedado ahí: por lo visto, la victoria de los demócratas sería «muy mala» (término técnico), pero haciendo las cosas «como él dice» (jerga de politólogos) nunca regresarán al poder, porque va a aprobar «muchas leyes buenas» (hallazgo semántico). 

La noticia también ha desconcertado a los analistas patrios. «La ciudad que vio el derrumbe de las Torres Gemelas tiene un alcalde musulmán. […] Va a multiplicar todos los males», arrullaba Herrera la otra mañana. Créanme, poco escupo el bizcocho del disgusto. Mientras me recomponía de la tragedia, el locutor proseguía: les va a pasar como en Londres, que se han ido los millonarios y ha bajado el precio de la vivienda. El acabose, coño: ojalá todos los apocalipsis vengan así.

La advertencia de Trump sobre Mamdani parece fundadísima: ya se sabe que los burgueses se meten en política para colectivizar su propia riqueza y convertir el World Trade Center en un paraíso socialista

En el costado contrario, los diputados de Más Madrid celebran a «su alcalde». ¿Chamberí? Una pedanía de Manhattan. Bocanada de aire para los extenuados socialdemócratas. «Les aconsejo que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia de dos liderazgos progresistas a ambos lados del Atlántico», dijo Leire Pajín a propósito del binomio Zapatero-Obama. ¡Hay que reeditarlo! Los gabinetes de campaña buscan entre sus filas al próximo Zohran Mamdani y abocetan lemas electorales. Entusiastas de Tomelloso, Fregenal y Navalcarnero sientan la victoria como suya. Agoreros de Villafranca, Monesterio y Albacete les replican que seguro que tampoco deroga la ley mordaza.

Del otro lado del mundo (y de la humanidad), el ministro para Asuntos de la Diáspora (admito que el título me entusiasma) israelí asegura que la ciudad de los rascacielos se ha entregado a Hamás y pide a sus correligionarios neoyorquinos que se compren un pisito en Tel Aviv. Confío en que la próxima maniobra del célebre Estado genocida sea presentar a Netanyahu a cuanta circunscripción electoral se oferte en Occidente. «El mundo correrá un grave peligro si no lo gobernamos nosotros», asegura un vocero del Gobierno blanquiceleste mientras se echa Cebralín en las manchas de sangre.

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