La gota gorda

El verano más fresco de lo que nos queda de vida (maldita sea la gracia) ha empezado a achicharranos. En Huelva, con cuarenta y seis grados, pescan las gambas ya cocidas. En el costado opuesto, las aguas del Mediterráneo se caldean hasta los treinta grados. «Se tropicaliza», dice la prensa. Agárrate, que vienen danas.

Los datos son obstinados: cada año, patadita a la media histórica. Aquí no hay FOMO (fear of missing out, temor a perderse algo) que valga: con la llegada del solsticio, una nueva oportunidad de disfrutar del agosto más cálido desde que hay registros. ¿Aterrador? Anda, anda, «siempre ha hecho calor en verano». Los de la generación de cristal, según me cuentan, no aguantaríamos ni dos minutos en el horno de Babilonia. Indiferentes a las arengas negacionistas («el calentamiento global es un invento del lobby de las renovables», brama Losantos cada mañana; por lo menos no es cosa de la ETA), trescientas y pico personas han decidido morirse a cuenta del calor. Lo que hace la gente por quedar bien con Greta Thunberg, sapristi.

Montse Aguilar trabajaba en el servicio de limpieza del Ayuntamiento de Barcelona, que, como buena institución pública, lo había dejado en manos de una contrata. Los señores de FCC, gente abnegadísima, dijeron a sus currelas que menos quejarse y más barrer. «He tenido una tarde muy mala», escribió Montse a un amigo que, preocupado por el calor, quiso saber de ella. «Pensaba que me moría, me vienen unos dolores de brazos, pecho y cervicales. Vamos, calambres». Veinte minutos después, cayó muerta. Consternado por el infausto acontecimiento, el director de los Servicios de Limpieza y Recogida de Residuos del Ayuntamiento, de nombre Carlos y de apellido Vázquez, ha decidido no abrir ninguna investigación porque, tras revisar los protocolos (palabra mágica) ha comprobado que no ha habido ninguna negligencia. He buscado en qué partida de liquidadores trabaja el mozo, pero todo apunta a que (oh, sorpresa) maese se pasa el día en un despachito que, no me cabe duda, hasta estará climatizado. Bien mirado, hay funcionarios que arriesgan casi tanto como los empresarios, viva mi dueño.

Bien mirado, hay funcionarios que arriesgan casi tanto como los empresarios, viva mi dueño

Las invivibles temperaturas estivales también han inaugurado la temporada de incendios. En Lleida, uno se ha llevado por delante a dos agricultores que fueron alcanzados por el «pirocúmulo», nueva incorporación al diccionario de los horrores de esta vida moderna. Según tengo entendido, un fuego que dispone de mucho combustible muy repartido puede, por la rápida expansión de la bolsa de calor que produce, crear «su propio clima» y propagarse a toda velocidad. Los medios, siempre al quite del interés humano, han aderezado la noticia con la voz de finado. Habría que darle una vueltita. Sirva la comparación: los whatsapp de Montse nos confirman que se vio obligada a trabajar aun encontrándose mal. Tiene, por así decirlo, un interés informativo. Los del agricultor son los de un hombre que sabe que se muere, resultado que nosotros conocemos sin necesidad de hurgar en la intimidad de sus últimos momentos. No sé, compañeros, por qué habréis considerado que las palabras con las que un hombre se despide de su familia deben pregonarse desde las rotativas.

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