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El 'agujero Sémper' y el misterio de Ciudadanos

Más pronto que tarde se escribirán tesis doctorales que intenten explicar el misterioso empeño de Ciudadanos por desaparecer del escenario político casi con la misma rapidez que surgió. Se trata de un fenómeno a caballo entre la ciencia política y lo paranormal. Justo hace un año parecía increíble que Albert Rivera estuviera dispuesto a compartir manifestación y fotografía en la Plaza de Colón junto a Casado y Abascal (ver aquí). Cuando se preguntaba a los dirigentes de Ciudadanos por los altos riesgos de esa estrategia, aludían a unos estudios “cualitativos” que les confirmaban que ese galope hacia la extrema derecha era un acierto que convertiría a Rivera en líder del espacio conservador español.

Pese al fracaso en el intento de sorpasso en abril, Rivera se apoyó en su crecimiento en escaños y en el descenso del PP para autoproclamarse jefe de la oposición en lugar de ofrecer a Sánchez una cómoda mayoría parlamentaria. Y después de las autonómicas de mayo remachó en el mismo clavo al imponer la fórmula andaluza en Madrid y Murcia: gobiernos con el PP gracias a Vox pero negando esa evidencia. Incluso en Castilla y León, donde el PSOE fue la lista más votada y la campaña se desarrolló a cara de perro entre el PP y Ciudadanos, Rivera obligó al díscolo Francisco Igea a pactar con los de Casado. No permitió el más mínimo guiño hacia el centro. Tampoco las renuncias de intelectuales fundadores de Ciudadanos en su origen presuntamente socialdemócrata y claramente antinacionalista catalán, ni las dimisiones de Toni Roldán y de otros dirigentes espantados por la derechización obsesiva de Rivera (ver aquí) le llevaron a recapacitar. “Arrancaremos muchos más votos al PP de los que podemos perder hacia el PSOE”, aseguraba Rivera en presencia del arriba firmante a un mes de la repetición de elecciones generales, confiado de nuevo en sus enigmáticos “cualitativos”.

Como todo el mundo sabe, Ciudadanos perdió 2,5 millones de votos entre abril y noviembre (ver aquí), más de la mitad de los apoyos que lo habían convertido en tercera fuerza parlamentaria. Los 57 escaños en el Congreso se quedaron en 10. La inevitable dimisión de Albert Rivera (ver aquí) pudo ser interpretada entonces como una oportunidad de rectificar al borde del abismo, pero lo que se ve y escucha de la formación naranja indica que está decidida a dar un paso hacia delante, al más puro estilo de Groucho Marx.

Inés Arrimadas, candidata a suceder a Rivera, ha mantenido el discurso apocalíptico sobre la inminente ruptura de España sin aportar un argumento sólido que explique por qué no ha evitado ese “desastre” aportando (patrióticamente) los diez votos que habrían evitado la dependencia evidente que el Gobierno de coalición tiene del independentismo. Sobre el mal llamado pin parental, Ciudadanos dice que no en Madrid pero en Murcia sí pero en Andalucía ya veremos… pin parental(ver aquí). Podría haber utilizado ese veto que atenta contra la ley, contra la educación pública, contra los valores constitucionales, contra los tratados internacionales y contra el sentido común para trazar una línea roja definitiva que cabría interpretar como una recuperación del centro moderado y como un freno a la voracidad extremista de Vox. Hasta Díaz Ayuso le ha comido la tostada de esa presunta moderación (ver aquí).

Arrimadas no muestra el menor ademán de desviarse de la hoja de ruta que le costó a Rivera su carrera política, ni de ese argumentario que aplica el antinacionalismo catalán a todo lo que se mueve. La última ocurrencia, respaldada este mismo miércoles por una gestora a su medida (ver aquí), es proponer alianzas preelectorales con el PP para presentar candidaturas comunes en Cataluña, País Vasco y Galicia, las tres comunidades en las que habrá cita con las urnas este mismo año. Quiere llamar a la cosa Mejor Unidos, que viene a ser una acepción cursi del España Suma de Casado que hasta ahora producía urticaria en Ciudadanos (ver aquí).

No hacen falta muchos focus group o análisis cualitativos para entender lo ocurrido el 10 de noviembre. Redondeando las distintas encuestas postelectorales, unos 800.000 votos naranjas se fueron al PP, más de medio millón a Vox y más de un millón a la abstención. Alrededor de 1,5 millones de votantes calculan los expertos que se han quedado huérfanos en la enigmática travesía de Ciudadanos desde el centro hasta la extrema derecha (justo el recorrido inverso e interminable que en España caracteriza al espacio conservador desde el final de la dictadura).

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Es lo que algunos estudiosos de la dinámica electoral denominan el agujero Sémperagujero Sémper. En estos tiempos gaseosos, caracterizados por la volatilidad y la aceleración con la que crecen y se estrellan siglas y liderazgos políticos, algo o alguien intentará cubrir en los próximos meses ese espacio que dejan lo que pudo haber sido y no fue Ciudadanos y lo que reivindicaba el dirigente del PP vasco Borja Sémper en su reciente anuncio de retirada de la política: menos trincheras y sectarismos y más respeto al adversario (ver aquí).

Uno, que no es jugador ni aficionado a los vaticinios, apostaría lo que no tiene a que cualquier estudio cualitativo riguroso advertiría a Arrimadas hoy mismo del enorme riesgo de ser fagocitada por el PP de Casado, instalado en la ansiedad de sumar por donde sea y como haga falta frente al ascenso de Vox. Una carrera autodestructiva que sigue dejando pendiente la existencia en España de una derecha moderna, homologable a otros grupos conservadores tan alejados del extremismo nacionalpopulista como defensores de los valores que sustancian la identidad europea. Alguien, desde la izquierda, recordará aquella máxima adjudicada a Napoleón: “Si el enemigo se equivoca, no lo distraigas”. Pero si asumimos el cambio de época que afrontamos y los intereses cívicos, es prioritario que la oposición no termine en manos de quienes están dispuestos a falsificar la realidad y a negar derechos y libertades para llevarnos a formatos edulcorados del fascismo.

P.D. Quizás Arrimadas pretenda aplicar (mal) la reflexión que hace el personaje protagonista de una de las mejores series políticas recientes, Baron Noir, en HBO: “La política es como el jazz. Si tocas una nota que no es, tienes que insistir en ella, y se convierte en una improvisación de culto que todos querrán imitar”. El consejo es sagaz, es cínico, es pragmático. Pero, incluso en el jazz, su ejecución puede dejar vacía la sala.

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