Lo que los wasaps sugieren (aunque nunca ocurra) Cristina Monge

Un amigo y compañero de trabajo en los últimos 25 años mantiene una curiosa tesis: “Hay que comer mucha patata porque es fundamental para el rencor”. Sí, él confía en los estudios que sostienen que las patatas –los tubérculos en general– alimentan la memoria, y tener memoria es imprescindible para sentir rencor, herramienta a su juicio indispensable para manejarse en la vida. Más de una vez hemos asistido juntos a algún acto en el que alguien se acercaba a saludar, y yo saludaba mientras mi amigo le daba la espalda y luego me reñía: “¿Pero por qué saludas a este cabrón?” Yo solía responder sinceramente: “Sé que nos ha hecho algo pero no recuerdo qué”. A uno le falta capacidad para el rencor (será que como menos patatas).
El rencor ha sido desde siempre motor esencial en la acción política, tanto o más que en cualquier otra actividad que exija relacionarse con otros en términos de competencia por el poder. El que sea: político, económico, empresarial, periodístico y hasta familiar o personal. (¿Cuánto rencor genera el poder patriarcal en quienes se resisten a aceptar la igualdad entre géneros?)
Pero no pretendo alejarme hasta la antigua Grecia o el imperio romano, cuando el rencor ya provocaba incluso asesinatos políticos sin cuento. Quedémonos en el ahora, en las enormes dosis de rencor que condicionan desde la invasión rusa de Ucrania o la fatalidad del éxito del trumpismo hasta el incierto futuro del llamado “espacio a la izquierda del PSOE”. Por no hablar (escribir) de los rencores que mueven actuaciones judiciales contra Sánchez o el “sanchismo” o los cuchillos que lanza la vieja guardia socialista contra el propio Sánchez y contra Zapatero (lleva casi veinte años en la faena).
Empecemos por el final. A José Luis Rodríguez Zapatero, siempre dispuesto a pisar todos los charcos, se la tienen jurada desde el mismo instante en que ganó la secretaría general del PSOE en las primarias frente a José Bono, candidato del ‘aparato’. Pero encabronó todavía más al establishment felipista cuando visitó la sede del grupo PRISA y les soltó a Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián: “¿Sabéis lo que os digo? Que vosotros os tenéis que renovar. Yo acabo de ganar mi congreso, vosotros también tenéis que ganar el vuestro”. Dejó allí muy claro que no iba a aceptar tutelas ni de Felipe González ni de Cebrián. Ese rencor deja rastro en cada declaración de Gónzález y en cada número de The Objective, y Pedro Sánchez ha heredado la mochila de Zapatero y multiplicado en ese círculo el rencor y su consecuencia inmediata: el deseo de venganza. Les vale ya todo con tal de acabar con Sánchez. Fomentan la cantinela de la ‘gran coalición’ siempre que el líder socialista sea otro (un Page cualquiera), y conectan en ese punto con el rencor que se respira en el sector más conservador de la cúpula judicial.
El rencor que mueve a determinados jueces contra el Gobierno de coalición y la mayoría de investidura tiene su origen concreto (más allá del conservadurismo a menudo ultra que caracteriza al poder judicial) en la instrucción contra el procés y la sentencia condenatoria a los dirigentes independentistas. Sin atreverse a mantener la acusación de “rebelión” y la calificación de “golpe de Estado”, decidieron rebajar el asunto a “sedición” pero con penas mayores que las que recibieron algunos de los principales encausados en el 23F. Hay magistrados del Supremo que no disimulan su determinación de “salvar España” frente a la mayoría legislativa que ha aprobado los indultos o la ley de amnistía, todo encaminado precisamente a desjudicializar el procés y a asumir de una vez por todas la realidad plurinacional de España desde la política y no imponiendo el mazo de los tribunales y las cárceles. La Cataluña de hoy nada tiene que ver con la de hace sólo cinco años. Ha ganado la apuesta por la convivencia desde el respeto mientras el apoyo al independentismo es el más bajo de las últimas dos décadas. Nada de esto importa cuando se actúa desde el rencor: la sala segunda del TS, dirigida directa o indirectamente por Manuel Marchena, se pone en modo creativo para bloquear la aplicación de la ley de amnistía. ¿Y la separación de poderes? Imprescindible siempre que la interferencia sea desde la política, pero irrelevante cuando es el alto tribunal el que se rebela contra una decisión del legislativo.
El rencor extendido entre unos cuantos togados (“¿cómo se atreve Sánchez a ‘derogar’ nuestras sentencias?”) es la única explicación plausible sobre algunas causas abiertas contra el entorno del presidente del Gobierno o contra el Fiscal General, insostenibles desde el más mínimo rigor en la práctica jurídica. Se ofenden cuando hablamos de lawfare del mismo modo que el nacionalpopulismo trumpista se encabrita cuando es calificado de “fascista” (lean aquí, por favor, a Siri Hustvedt, porque “las palabras importan…”).
A la izquierda del PSOE “sanchista” se extiende el espacio que comparten un Sumar de Yolanda Díaz sumido en la incertidumbre, un Podemos revitaminado por la debilidad de Sumar y un montón de gente desmotivada, decepcionada ante la evidencia de que sus representantes ponen más el acento en el rencor personal que en un proyecto político movilizador e ilusionante. Se percibió rencor en el “veto” a Irene Montero en las listas de Sumar como se percibe rencor en esa malvada especie que extiende la idea de que Sumar es un simple apéndice del PSOE. Vuelve a imponerse la tesis de que la venganza se sirve fría, y al parecer no importa que lo que esté en juego sea la elección entre un proyecto de progreso o un gobierno de derecha y ultraderecha que supondría décadas de retroceso. Ya se verá en su día el resultado de la política del rencor. No viene a cuento insistir en la deseable unidad de ese espacio, porque hoy por hoy es imposible (y aquí surgirán los reproches mutuos desde todas las trincheras). Las líneas rojas están trazadas. Uno cree que hay alternativas –que han de superar precisamente los rencores que marcan hoy ese espacio– capaces de aportar un proyecto creíble y un liderazgo incontestable, de modo que quien no quiera estar en la suma se autoubique en la resta, en el rincón de los dos o tres escaños. “Tú tranquilo, majete, en tu sillón”, como cantan Celtas Cortos.
Se ofenden cuando hablamos de 'lawfare' del mismo modo que el nacionalpopulismo trumpista se encabrita cuando es calificado de “fascista”
Si alguien duda de la dosis de rencor que habita en el trumpismo, basta con que lea cualquier biografía no hagiográfica de Donald Trump (por ejemplo Fuego y furia, de Michael Wolff) o que vea The Apprentice, la película que visibiliza el rencor de Trump hacia su propio padre o la influencia del maquiavélico abogado Roy Cohn (un Villarejo de cuello blanco) en los inicios de su carrera política. O si quiere ir más aún al meollo del cogollo, revise la figura de Roger Ailes, inspirador e ideólogo del trumpismo desde la fundación de Fox News (propiedad del magnate Ruper Murdoch, amiguete de Aznar): “Si le dices a la gente lo que tienen que pensar, los pierdes. Si les dices lo que tienen que sentir, serán siempre tuyos”. La historia de Ailes se narra con precisión en La Voz Más Alta, una serie estupenda que yo mismo recomendé a Pablo Iglesias (ver aquí) y él a su vez a Pedro Sánchez.
No hace falta (creo) detallar las bases del rencor que Putin siente hacia Ucrania desde que el gobierno de Zelenski se postuló para entrar en la OTAN, en contra de los compromisos adquiridos entre EEUU y la URSS tras el desmantelamiento de esta última. Ni ese hecho ni ningún otro justifica la invasión militar de un país, pero explica en parte las exitosas campañas de propaganda con las que Putin se ha ganado el apoyo de la ciudadanía rusa a una guerra fundamentalmente absurda e insostenible. (Para qué citar el rencor que motiva a Netanyahu para cometer el genocidio permanente en Gaza, con la excusa del execrable atentado de Hamás en territorio israelí, pero con el indisimulado objetivo de exterminar al pueblo palestino).
El rencor político, personal o intelectual lleva a la venganza, y la venganza pertenece también al espacio de los sentimientos y no de la racionalidad. Lo explica muy bien Andrea Rizzi en su último ensayo, La era de la revancha, donde profundiza en las causas que llevan a amplios sectores de la población occidental a comulgar con ese veneno nacionalpopulista que “nos intoxica con potencia letal” (ver aquí). Así que no me parece utópico pensar que cada rencor puede finalmente estrellarse contra el espejo. Cada venganza con otra mayor. Desde la inseguridad que provoca la duda permanente, no conozco estrategia basada en el rencor que no termine en el cenagal de las revanchas mutuas, a menudo suicidas.
Sin el menor afán de homilía en estos tiempos de resurrección, uno confía en la fuerza de la razón, del diálogo, del respeto, de la ciencia… frente a la agresividad de los rencores, venganzas y ejecuciones sumarias (por muy “justas” que aparenten ser). Todo esfuerzo en esa línea vale la pena si nos damos cuenta de que la alternativa concluye (escribamos claro) en el neofascismo.
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