¡Bienvenida Mrs. Reynoso!

De algún modo, persiste en España la caricatura que dibujó magistralmente Berlanga en la clásica película Bienvenido Mr. Marshall (1953). Una suerte de complejo nuestro con respecto del imperio al que pretendemos agasajar y que nos responde con arrogancia y desprecio. Por eso cada cierto tiempo resurgen las controversias a propósito del tiempo que nos dedican los presidentes estadounidenses o sus representantes, o los símbolos de esos encuentros. 

Tal como en la película la comitiva de los americanos pasa con sus coches por el pueblecito Villar del Río sin siquiera detenerse, Biden no se paró tampoco en su primer encuentro con Sánchez, con quien paseó en junio en la cumbre de la OTAN durante unos 30 segundos. Luego volvió a verse con él en Roma en otra cumbre del G20 y aunque las imágenes mostraban mucha cordialidad, tampoco el momento llegó al minuto. A los medios y los analistas españoles les obsesiona cada detalle de esos encuentros, en los que tratamos de descifrar el nivel exacto de aprecio que nos tienen: Aznar poniendo las piernas sobre la mesa en Toledo delante de Bush hijo en plan colegas, Zapatero que no se levanta ante las tropas y la bandera de EEUU durante un desfile, las hijas de Zapatero en una cena privada con los Obama… 

Pero como también sucede en Bienvenido Mr. Marshall, pasado el evento, sea cual sea el resultado, el pueblo vuelve a sus quehaceres de inmediato y se olvida del asunto. Hay que recordar que durante muchos años, especialmente a partir de la Guerra de Irak, y también durante la Administración Trump, los españoles éramos los europeos más críticos con respecto de los Estados Unidos y su ejercicio del poder en el mundo. 

Hay, por otro lado, una asimetría en las percepciones sociales que tienen los estadounidenses de España, y la que tenemos los españoles de Estados Unidos. La política española apenas ocupa segundos allí, donde se nos percibe como un país menor en comparación con el interés que se tiene por Reino Unido, México o Israel, por ejemplo. 

Durante muchos años, especialmente a partir de la Guerra de Irak, y también durante la Administración Trump, los españoles éramos los europeos más críticos con respecto de los Estados Unidos y su ejercicio del poder en el mundo

Por estos motivos, la llegada hace unos días de Yulissa Reynoso a Madrid, como nueva embajadora, es un acontecimiento prometedor. Nacida en República Dominicana, criada en el Bronx, impecablemente bilingüe, con una trayectoria profesional admirable como abogada y como diplomática, formada con beca en Harvard y luego en Cambridge y Columbia, abogada en Manhattan, subsecretaria con Obama, embajadora en Uruguay, jefa de Gabinete de la primera dama… Hay que remitirse al James Costos (con un perfil mucho más empresarial, sin embargo y con un español de principiante) para buscar un embajador tan interesante. Ya antes de llegar, mientras se esperaba la ratificación del Senado de la embajadora, Reynoso se había convertido en la última famosa de la ciudad. 

Sucediendo en el puesto a un completo desconocido nombrado por Trump, la embajadora puede hacer un trabajo muy productivo para que los españoles no mantengamos ese malsano complejo, ni tampoco una reacción displicente, con Estados Unidos. A fin de cuentas, las primeras muestras de Occidente en América del Norte son esas artificiosas reconstrucciones de pequeñas iglesias en Florida o en California, nítidamente españolas. La embajadora tiene un potencial extraordinario para evitar ese ancestral y algo acomplejado antiamericanismo español latente, siempre dispuesto a manifestarse si se le provoca. Bienvenida, Sra. Reynoso.

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