A la mierda con la autoestima Luis García Montero

El “ogro naranja”, “macho alfa de una manada de gorilas” (así descrito por González Pons, en contraste con la benevolencia con que le trata la líder del PP, Isabel Díaz Ayuso), es un maestro poniendo nombres. El que nombra las cosas evocando su concreción en la memoria, domina la realidad. Y Donald Trump ya nos ha hecho imaginar un modernísimo enclave turístico en el magnífico litoral de la franja de Gaza. Tendrá, quizá, un Gran Hotel Trump, buenos campos de golf, un aeropuerto internacional Benjamín Netanyahu, con sus tiendas de grandes modistas franceses e italianos y algunos puertos deportivos.
No es una mera ocurrencia del individuo que los estadounidenses, para vergüenza de la mitad del país, han elegido como presidente. Su yerno, Jared Kushner, agente inmobiliario, ex asesor del suegro en su primer mandato en la Casa Blanca y marido de su hija Ivanka, ya lo propuso en una entrevista en la Universidad de Harvard hace un año, cuando ya morían los niños palestinos bajo las bombas de Israel: el listo de Jared elogió el “muy valioso” potencial de “las propiedades frente al mar de Gaza”, para cuya construcción sería necesario “desplazar a la población” y “limpiar” la franja.
Trump solo le ha puesto nombre al proyecto, “la Riviera de Oriente Medio”, al lado del primer ministro israelí, que salivaba a su lado: “el mejor amigo que Israel ha tenido en la Casa Blanca” y un hombre capaz de pensar “fuera de la caja”. Recordemos que pesa sobre el primer ministro asesino de Israel una orden de arresto por crímenes de guerra y de lesa humanidad, decretada por la Corte Penal Internacional.
¿Es Donald Trump un loco, o finge serlo? ¿Será su propuesta una bravuconada más que convendría ignorar, como la pretendida toma de control del Canal de Panamá, la compra de Groenlandia o la anexión de Canadá como el estado 51 de la Unión? No, Trump habla en serio más de lo que parece: no finge. Y como ha ocurrido con otros chalados de la Historia que llevaron a sus países a la destrucción con el aplauso inicial de sus pueblos, cree en su papel como visionario, como profeta y como comandante en jefe de la primera nación libre del mundo.
¿Cuál es la alternativa que le queda a los palestinos de Gaza? Han sido brutalmente asesinados unos 70.000 ciudadanos, casi todos civiles, y el 59 por ciento de ellos mujeres, niños y ancianos. El 80 por ciento de las construcciones (viviendas, hogares, hospitales, mezquitas, carreteras, escuelas…) han sido destruidas, y la población que no ha sido masacrada, sin vías de evacuación por Egipto o por Israel, se ha visto encerrada en lo que ya era el mayor campo de concentración del mundo. Allí siguen resistiendo en condiciones infrahumanas casi dos millones de ciudadanos que habitan esas tierras desde hace milenios, aunque “Palestina” no fuera descrita como tal hasta el siglo V de nuestra era.
Como ha ocurrido con otros chalados de la Historia que llevaron a sus países a la destrucción con el aplauso inicial de sus pueblos, Trump cree en su papel como visionario, como profeta y como comandante en jefe de la primera nación libre del mundo
¿Alguien cree hoy que de pronto se hará la paz y miles de voluntarios del mundo, con recursos de la comunidad internacional, acudirán a ayudar a esa gente a reconstruir sus casas y sus carreteras? ¿Hay alguien que crea todavía que Palestina e Israel serán dos Estados vecinos conviviendo en paz? A la vista de todo el mundo se está ejecutando uno de los crímenes más atroces de la historia contemporánea: la limpieza étnica del pueblo palestino. A Israel y a Estados Unidos solo les queda ahora “finalizar el trabajo”, es decir, “limpiar” y apropiarse de la franja. La apuesta de máximos es que se marchen de allí esos dos millones de seres humanos y se asienten en Egipto o en Jordania, para que “gentes de todo el mundo”, en palabras de Trump, disfruten del clima y el mar de Gaza. Resulta tan increíble como improbables parecían las cámaras de gas o la invasión de Polonia.
En el mejor de los casos, Israel terminará sumando territorio palestino ignorando los acuerdos y las normas del derecho internacional. Seguirán expandiéndose también Rusia y quizá China en Taiwán. Otros sabrán que la comunidad internacional ha perdido ya su capacidad de presión. Que poco pueden hacer ya la Unión Europea o las Naciones Unidas, únicas esperanzas de un mundo cada vez más agresivo y autoritario.
No sé si veremos esa vergonzosa Riviera oriental imaginada por Trump, pero sí que Palestina no será el Estado prometido, y que no volveremos a confiar en el derecho internacional y en la paz entre los pueblos hasta que reaccionemos ante las tropelías de estos cretinos. Cuando queramos hacernos valer, quizá sea demasiado tarde.
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