Desde la tramoya
Ninguna encuesta se equivoca por pesimista
La mayor parte de las encuestas que realizan los partidos se equivocan por optimistas, previendo un resultado mejor del que finalmente ese partido obtiene. Hablo de los estudios que hacen los partidos para sí, no los que se publican en los medios de comunicación.
En 2012, los profesores Enos, de Harvard, y Hersh, de Yale, lo constataron en una investigación sumamente interesante (Campaign Perceptions of Electoral Closeness: Uncertainty, Fear, and Over-Confidence). En colaboración con el Partido Demócrata de Estados Unidos y con operativos de la campaña de Obama, llamaron a dos centenares de equipos de campaña que en ese momento estaban defendiendo a diversos candidatos y candidatas: senadores, congresistas, candidatos a gobernadores… Con la más absoluta reserva de confidencialidad, les pidieron que anticiparan, según sus encuestas, cuál iba a ser el resultado en la campaña correspondiente. A cambio de la total confidencialidad, se les pedía máxima sinceridad en la respuesta.
Pasadas cada una de esas casi 200 elecciones, comprobaron el grado de acierto, en función del resultado real obtenido por cada uno de los candidatos y candidatas. El resultado quedó reflejado en el gráfico, y es tan sorprendente como contundente.
Unas cuantas encuestas, algo menos de la mitad, acertaron prediciendo la victoria (las vemos en el cuadrante superior derecho). Esto es más fácil cuando tu candidato lucha por la reelección (en el gráfico expresado con punto rojo). Aunque las predicciones estuvieron lejos de ser perfectas, sin embargo acertaron en el resultado general, victoria, para bien del candidato y de su encuestador. Desde el punto de vista de éste último, del técnico que hace la encuesta, tampoco es malo predecir correctamente una derrota. Pero eso sucedió muy pocas veces: lo vemos en la decena de puntos del cuadrante inferior izquierdo.
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Es curioso que (cuadrante inferior derecho) no hubiera ni una sola encuesta que se equivocara prediciendo una derrota. Ningún encuestador se equivocó diciéndole a su cliente o su jefe que iba a perder, siendo el resultado luego una victoria. Nadie se equivocó por pesimista. Pero lo más curioso de todo es que la mayoría de las encuestas cayeron en el cuadrante superior izquierdo, es decir, el lugar en el que están quienes predijeron incorrectamente una victoria de su candidato. Lo más frecuente, pues, es que los encuestadores se equivoquen por optimismo.
Quienes trabajamos en campaña lo sabemos y lo sufrimos. Incluso aplicando los procedimientos técnicos más elaborados y sofisticados, a la hora de aplicar los filtros, las suposiciones, las ponderaciones (todo eso que llamamos cocina), nuestro cerebro actúa como el de cualquier otro ser humano: tendemos a pensar que el voto oculto nos beneficia a nosotros, que las corrientes, de una u otra manera, nos favorecerán, que nuestros votantes se movilizarán en el último minuto, que la tragedia que otros anticipan es catastrofista y no tendrá lugar. El resultado es obvio: generalmente las encuestas de todos los partidos dan resultados mejores que los que se obtienen finalmente en las urnas.
Eso no quiere decir que las encuestas no acierten. En un resultado de cierta previsibilidad, lo hacen con bastante precisión. Pero de manera individual hay un sesgo muy humano que también se ve en los técnicos más preparados: tendemos a pensar que las cosas irán mejor de lo que finalmente van.