A la mierda con la autoestima Luis García Montero

Escribía la periodista Ángeles Caballero en su perfil de LinkedIn que marzo es el momento en el que llegan “150.000 correos con propuestas de entrevistas con mujeres, como si acabaran de florecer y estuvieran en oferta”. Lo que dice es tan real que estomaga. Y luego estamos las mujeres no blancas, aquellas de las que solo se acuerdan cuando alguien mira el cartel listo para el Día D y se da cuenta de que es tan blanco que podría tratarse de un anuncio de lejía.
Entonces, comienza el pánico: ¿qué dirán del acto, de quienes lo organizan y del mensaje de una mesa en la que se supone que se va a abordar la igualdad si falta color? ¿Y qué hacen para tratar de enmendar su error? Me gustaría decir que llamarnos, pero la realidad es que, más que eso, nos queman el teléfono a horas del evento, en el Last Minute, como dice la asesora legal y amiga afromadrileña Ana Bibang. Nos necesitan como bomberas con el objetivo de que prevengamos futuros fuegos. Y lo peor es que nos quieren siempre dispuestas, pendientes de sus llamadas y necesitan nuestras pieles pero les dan igual nuestras palabras durante todo el año e incluso en esta semana mágica. Tampoco les importa lo que tengamos que contar, de lo contrario, se molestarían en conocer nuestros discursos antes de invitarnos. Pero hay espacios en los que nos solicitan en calidad de negra, como si eso, en lugar de una maravillosa casualidad, fuera un título estudiado en la universidad de “Negriland” que nos confiriera conocimientos. Como si no tuviéramos profesiones, oficios y saberes que parten no solo de lo vivencial, que también, sino de las lecturas, de la investigación y de desenterrar, que es lo que nos ha tocado porque muchas veces están ocultos, los hechos, las vidas y las teorías a las que echaron tierra para ocultar nuestra presencia y nuestras reivindicaciones. Tanto es así que no es raro que, a escasas horas de que comience el acto, es cuando nos preguntan de qué vamos a hablar. Y les entran los nervios por si tenemos un discurso demasiado radical. A saber eso qué será.
Tú currándote el currículum y resulta que en ese día en el que se acuerdan de que existimos, vale más la melanina que los másteres
¿Y por qué vamos? Pues porque si no asistimos en estos días, ya no podremos hacerlo el resto de las 53 semanas que tiene el año, básicamente porque no nos van a invitar a según qué foros en los que más que en ningún sitio tendrían sentido nuestras palabras. Cuando, no obstante, no podemos acudir porque ya tenemos otros compromisos, nos piden el contacto de otras mujeres negras. Y no añaden nada más. El perfil profesional es negra. Tú currándote el currículum y resulta que en ese día en el que se acuerdan de que existimos, vale más la melanina que los másteres y/o las décadas de militancia y trabajo. Hay compañeras que no pasan contactos porque entienden que las organizaciones tienen que hacer sus deberes de pesquisa, yo sí suelo compartirlos ya que considero que cualquier oportunidad es buena para que se escuchen discursos que suelen estar abocados a nuestros microcosmos, sin embargo, cada día me planteo más si esto tiene sentido.
¿Por qué? Porque, de repente, pasas de ser la negra ignorada a la negra única. Lo decía también hace bien poco Perla Obama, Afropoderossa en redes sociales: te ves exponiendo o, casi siempre, defendiendo posturas en una soledad absoluta, con la falta de comprensión, la estupefacción, la negación o la confrontación directa como respuesta y estando en minoría, sin nadie alrededor que pueda apoyar tus intervenciones o, al menos, no contradecirlas todo el rato. Y, por mucho que nos haya tocado ser guerreras, fuertes a la fuerza, no es agradable ser la nota discordante, la incómoda, la que rompe las dinámicas de armonía y coincidencia discursiva sin alguien que asienta a nuestro lado.
Pero la dinámica de la negra única es algo más profundo. Implica pensar que solo existe una corriente dentro de una comunidad, pese a su enorme diversidad y complejidad. A la negra única, además, se le infiere una todología sobrenatural y, por supuesto, que conozca cada uno de las fechas, acontecimientos históricos y entresijos varios del racismo, aunque ella sea experta en física cuántica o en astrología. Así pues, a pesar de que esté hablando de osos pandas u ornitorrincos, en algún momento, le preguntarán no cómo se expresa el racismo en esos ámbitos si no si existe el racismo porque, a estas alturas seguimos planteándonos esa pregunta como sociedad. Por otro lado, incluso si la negra única va a hablar exclusivamente de racismo, creerán que puede tocar todos los palos y tratar cuestiones vinculadas al ámbito jurídico, a la representación en medios de comunicación, a la IA, la medicina, las canciones protesta de Soweto o la gastronomía, cual todóloga experta. Y, además, da igual el contexto, en principio en el Estado español, pero, en un momento dado, como debes saberlo todo, porque para eso eres negróloga, te pueden preguntar por Zimbabue, Papúa Nueva Guinea o Groenlandia. Y, en muchas ocasiones, tu único currículum necesario para que te infieran tremendo e ingente conocimiento es haber hecho unas historias en instagram o un vídeo en tiktok, algo importante, útil y hasta profesional en esta época pero no como voz omnímoda. Y esto vale también para mi gremio, el periodismo, que en lugar de hacer sus deberes y racializar la agenda buscando en asociaciones o en colegios de profesionales, como se ha hecho toda la vida, tirará siempre del mismo contacto debido a que tiene “fologüers”. Quizá sea porque no espera profundidad, palabra o reflexión, es suficiente con la piel y si encima tiene algo que decir la mujer, pues oye, mira, ¡genial!. Pero si no, pues na.
Imaginen que ese fuera el criterio de búsqueda para cualquier otra persona, dónde quedaría el rigor y cuántas voces válidas y expertas se opacarían. Porque, además, el problema no es que se dé pábulo a cierta gente sino que tanto a medios, como a podcast como a organizadoras de eventos, festivales y demás les valga con una. Con la única. Con la que está de moda en ese momento y luego, una vez haya aparecido, ya se puedan quitar el marrón de las racializadas de encima hasta el próximo año o lustro. La negra única puede no citar las fuentes en las que se inspira, debido a que siente una presión enorme derivada de tener que ser un oráculo y le toca fingir que las ideas recicladas de mil pensadoras, de mil orillas, de mil pueblos negros paridas ya no hace años sino hace siglos, son suyas. A la negra única la endiosan y exprimen a la vez y la pasearán no tanto para que se la escuche como para que se la vea. La drenarán hasta dejarla seca para luego ir a por la siguiente y operar de igual forma. Y después… NEXT.
Este tipo de comportamiento, además de poco riguroso, implica incurrir en lógicas individualistas y capitalistas, que borran de un plumazo la primera persona del plural, los discursos que nacieron hace siglos, nuestro acervo histórico comunitario y nuestras luchas, en pasado y en presente que, si en algunos casos se ganaron, es porque fueron muchas las mujeres que se dejaron la piel (negra) y no solo una.
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