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Qué ven mis ojos

Que te alabe el enemigo sólo habla mal de ti

“Las banderas blancas son del color que tengan las de aquellos a quienes te has rendido”.

El cinismo consiste en poner otras cosas por delante de los principios, y es lo que los neoliberales llaman ser prácticos, defender el sistema, respetar las reglas del juego o tener un sentido de Estado, por citar algunas de las frases hechas más comunes del manual de la demagogia, ese arte que demuestra que, al contrario de lo que siempre nos dijeron, una imagen no vale más que mil palabras, pero mil palabras pueden hacerla desaparecer. En un mundo que no fuera éste, recordaríamos que la diferencia entre la moral y las matemáticas es que, en la primera, el orden de los factores sí que altera el producto; pero aquí y ahora hemos dado por bueno que nuestra realidad se divide en dos: a un lado los que suman ceros a la derecha y al otro los que son ceros a la izquierda. Unos son muy pocos y el resto casi todos, pero aun así lo seguimos llamando democracia, algo no tan raro en una época gobernada desde las alturas y con un sentido feudal del poder, que está en manos de una oligarquía cuyo fin es que sus despensas estén llenas a cambio de que, para millones de personas, el hambre sea el pan nuestro de cada día y que muchos vivan a oscuras o pasen frío para que el jefe de la compañía hidroeléctrica pueda cobrar cuarenta y cinco mil euros diarios. La socialdemocracia ha aceptado eso a cambio de las sobras del banquete, y sus antiguos rivales la tratan con condescendencia, una vez que se ha librado de banderas rojas y sindicalistas rebeldes. Puede que ni en esta España de gestoras y barones ni en el resto de Europa se hayan dado cuenta, o que les dé igual, pero deberían saber que lo que les están dando a beber no es una medicina, sino un veneno: que te alabe el enemigo habla mal de ti.

La cizaña está ahí, pero ¿quién la ha sembrado?

“Mantener la distancia es un aprendizaje / que cuesta muchos años y algunas decepciones. / (…) En la vida y en la literatura / hay que guardar distancias, / no creerse los fuegos de artificio”, dice el escritor Antonio Jiménez Millán en uno de los poemas inéditos que ha incluido en su libro Ciudades. (Antología 1980-2015), recién publicado por la editorial Renacimiento. Tiene razón, y esa idea también puede aplicarse a la política, un terreno en el que se ve muy claramente el modo en que la vanidad o la ambición mal entendida son formas de la ceguera, drogas que no permiten distinguir las palmadas en la espalda de los empujones, ni entre los abrazos del oso y los humanos, esos que en lugar de para asfixiarte sirven para encontrar refugio, apoyo y consuelo.

Los adversarios pueden ir de uniforme si hay pelea o de calle en tiempos de pacto y minorías, pero por dentro son los mismos, algo que sólo puede olvidar quien se mueva entre los suyos, igual que el protagonista de otros versos de Jiménez Millán, “como aquel que olvidó su propia imagen, / la que hicieron los años, / y ya no reconoce ni su voz. / (…) Como aquel que vendió su sombra al diablo.” Los que hoy jalean a Íñigo Errejón y lo empujan al ruedo, antes lo crucificaban a martillazos por haberse saltado unas clases en la Universidad. Los que hablan de Susana Díaz como la salvadora del socialismo, hace diez minutos la consideraban un artefacto burocrático. Algunos de los que molían a palos a Mariano Rajoy, ahora lo llevan en procesión. El único que sigue en el sitio donde lo habían sentado es Albert Rivera, tan útil, obediente y prescindible. No hay duda, existe un poder en la sombra que echa a la hoguera a cualquiera que represente un peligro para sus intereses o pueda tener madera de líder, capacidad para poner en pie a los humillados y ofendidos; y que para curarse en salud y no correr riesgos, pone de encargados o capataces a los más grises, los que no tengan carisma y acepten mandar sin pasarse de la raya: no se busca alguien que nos dirija, sino alguien que sea manejable.

Según las últimas encuestas, el Partido Popular ha aumentado en estimación de voto desde que regresó al palacio de La Moncloa. Unidos Podemos ya es la segunda fuerza para los ciudadanos y la primera de la zona roja, y lo es con más distancia sobre el tercer clasificado, el PSOE, al que le está saliendo muy caro haberse abaratado, aceptar la derrota más ignominiosa, la del que no ha caído sino que se ha tirado, y dejarse arrastrar por el pánico, tal vez porque han descubierto que su larga marcha hacia el centro los ha dejado al borde de un abismo, ese lugar donde ya sólo queda un paso para precipitarse al vacío y en el que  “el miedo se impone / (…) y sientes que la vida se repliega / y tiene más pasado que futuro”, como dice Antonio Jiménez Millán. Quizás en la calle Ferraz ya lo han descubierto: tu enemigo sólo te ensalzará / después de que te hayas traicionado. Esos también podrían ser dos endecasílabos de un poema que en el PSOE debieran leer. Quizás algún día los escriba.

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