El argumento de nuestra tragedia

El argumento de las tragedias está marcado por la fatalidad. Hay un destino que envuelve a los personajes de manera irremediable, un destino escrito por los dioses. Ya sea debido a un error de los propios seres humanos, ya sea por una ocurrencia de la divinidad, los acontecimientos suceden de forma rigurosa sin que ningún personaje pueda evitarlo. Fueron Atenea y Hera quienes facilitaron a Ulises el poder de destruir Troya para vengarse de Paris. No le perdonaron la debilidad de ponerse en manos de Afrodita para seguir los caminos del amor. Las Troyanas sufren como mujeres su derrota, pero asumen de forma inevitable las consecuencias de que Hera y Atenea no sean mujeres, sino diosas.

El poder de las redes sociales ha convertido la realidad en un campo de esclavas y nos ha obligado a vivir de nuevo bajo el sentimiento de la fatalidad. El amor por la libertad que circula como una farsa en las comunicaciones teje nuestras vidas y facilita una forma de escribir el destino que parece decidirse más allá de la voluntad humana. Las cosas ocurren, los farsantes ganan elecciones, la ilustración se oscurece, los instintos y las supersticiones trabajan al servicio de las nuevas categorías de la divinidad, los datos personales circulan por los confesionarios para poner al mundo de rodillas, y no parece que haya posibilidad humana de solventar nuestros propios errores o de tomar decisiones sobre los acontecimientos del futuro. La fatalidad ha sustituido al deseo de una justicia internacional y a su declaración universal de derechos humanos.

Leo el libro Los irresponsables. Una historia de poder, codicia y falso idealismo (Península, 2025) de Sarah Wynn-Williams, directora de políticas públicas de Meta y Facebook entre 2011 y 2017. Y desde el campamento de esclavas en el que vivimos, recuerdo en la bruma de lo que sucede la argumentación de las Troyanas, y la invierto, para comprender que detrás de la fatalidad no están los dioses, sino los seres humanos. Leo el libro con un sentimiento de tragedia, pero vuelta del revés, porque los que quieren declararse irresponsables en la religión neoliberal de la libertad global, los que forman el cónclave en la dictadura de los millonarios, son unos seres humanos sin alma que, amparados por falsos idealismos, degradan por dentro la democracia, determinan las elecciones, pactan con dictaduras, facilitan el desprestigio de las conciencias críticas, animan al odio, alimentan el racismo y manipulan los tumultos o los movimientos populares. En una historia muy cambiante se repite por desgracia el argumento de siempre: el poder de la riqueza a la hora de regular la vida y de conseguir que el malestar de las víctimas se ponga al servicio del orden establecido por ella. Las víctimas del feudalismo creían en el dios de la nobleza.

Personas con nombres y apellidos ejercen la religión de la tecnología y el dinero para comportarse como dioses y, al mismo tiempo, conseguir no sentirse responsables de lo que ocurre en el mundo

Uno siente miedo a la hora de sentarse con Sara Wynn-Williams en una reunión machista de la directiva de Facebook. Personas con nombres y apellidos ejercen la religión de la tecnología y el dinero para comportarse como dioses y, al mismo tiempo, conseguir no sentirse responsables de lo que ocurre en el mundo. Sustituyen con sus mensajes programados el poder informativo de la prensa tradicional, determinan resultados electorales, pactan con dictadores, animan genocidios, pero no se sienten responsables de sus acciones, porque el mundo es como es y parece posible tomarse con naturalidad los acontecimientos. Se trata de admitir que las cosas son así y que la barbarie no tiene nada que ver con la manipulación y las malas decisiones. El libro de Sarah Whynn-Williams es una tragedia, provoca terror al comprobar lo que la ley salvaje del dinero hace con la palabra libertad. Y con la palabra responsabilidad. Y con la conciencia de sus devotos.

Ulises ha vivido la luz del paraíso y la oscuridad del infierno hasta el punto de aprender de los errores humanos que es peligrosa la inmovilidad. Se equivocan los que pretenden únicamente seguir en los mismo. La democracia no puede hoy abandonarse a sus viejas costumbres, seguir en lo mismo. Pero conviene aclararle a la cólera de Ulises que la movilidad no tiene por qué decidirse entre la luz absoluta de los fanáticos propietarios del todo y la oscuridad trágica de los que no se siente responsables de nada. Son pertinentes otro tipo de decisiones. Existen otras formas de ser vigilantes. Hay recursos humildes como la política que, con todos sus defectos, nos responsabiliza de la sociedad y de nuestras vidas. Devolverle el respeto a la política, tan deteriorado de forma estratégica por los millonarios que no quieren pagar impuestos, es el único modo de responder a los nuevos dioses del dinero que, como en el fondo son humanos, demasiado humanos, no se sienten responsables de nada en el argumento de nuestra tragedia. Respetar y responsabilizar.

Aprobar normas, regular la convivencia, es un derecho político que no puede confundirse con las interferencias dictatoriales. Se trata de darle a la ley común la fuerza, el derecho y el deber en su tarea de defendernos de la barbarie

La libertad no es la economía, estúpidos.

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