Desterrar las políticas para pobres

Para la derecha, como se puede ser pobre y alegre, no hace falta cuestionar el orden de la desigualdad. Si puedes ser alegre y pobre, ¿por qué alguien querría dejar de ser pobre? No se debe cuestionar el orden, el reparto de roles ni la desigualdad de riqueza, es decir, no se debe cuestionar la desigualdad de poder. Hay que asumir el lugar que le ha sido asignado a cada uno en la sociedad y dar lo mejor de uno mismo dentro de ese perímetro marcado. Como la libertad es algo que se vive en el interior de cada persona, en el exterior hay que limitarse a obedecer a los que saben, porque son los que tienen y los que pueden. Esta idea, en la que no se cuestiona el orden de la desigualdad, se combina con su concepción de lo público como algo que debe ser solo “para los más pobres” (algo que ni siquiera es cierto) que se ven expulsados del mercado.

Cambiar derechos por caridad y ciudadanía por limosna. Las políticas enfocadas en convertir lo público en algo destinado solo a los más pobres, junto con las políticas que segregan y amplían la desigualdad, buscan generar resignación, cinismo y resentimiento social, para aumentar así su base socio-electoral futura. El desencanto y distanciamiento con lo público y las instituciones alimenta el sentimiento de adhesión necroliberal con el mercado y de desprecio a la democracia. El objetivo es claro: machacar a los trabajadores, encerrar a los homosexuales, silenciar a las mujeres y esquilmar el planeta. Esa es su hoja de ruta: aristocracia en lo político, necroliberal en lo económico y reaccionario en lo social.

Los necroliberales prefieren que los pobres sean más pobres con tal de que los ricos sean más ricos, al mismo tiempo que fomentan una mentalidad de esclavo envuelta en retórica inconformista. Se asume, de manera explícita, la necesidad de sacrificar a otros: hay que soltar lastre para poder ganar. Transmite la aspiración donde, aunque muchos van a tener que perder, tú formarás parte de los que van a ganar, de los que consiguen triunfar. Así se consigue el apoyo social y político para participar en su juego del calamar.

Pero, ¿qué se puede hacer para evitar esta situación? Es útil tener en cuenta la caricatura que el otro quiere dibujar de lo que quieren combatir, es decir, qué imagen de ti les viene bien construir. La idea que buscan transmitir de la democracia es la siguiente: “Te pasas el día trabajando, cobras una miseria y encima tienes que pagar impuestos para financiar el bienestar de otros que, supuestamente, son pobres. Generan pobres para darles paguitas, comprar sus votos y que tú les pagues la fiesta. Se premia por ser pobre y vago, mientras que se castiga por trabajar y aportar.”

Esa es su hoja de ruta: aristocracia en lo político, necroliberal en lo económico y reaccionario en lo social

La izquierda tiene que desterrar toda idea de que lo público solo debe servir “para los que más lo necesitan.” Es un enfoque ineficaz, que genera sensación de abandono e insolidaridad, que criminaliza a los pobres y externaliza la solución de los demás al mercado. Si lo público tiene que ser (solo) “para quien más lo necesita”, se fortalece un planteamiento que alimenta el cinismo de mercado y un ethos reaccionario.

Las políticas asistencialistas enfocadas para personas vulnerables corren el riesgo de generar, por un lado, estigmatización de los supuestos beneficiados y, por otro lado, agravio entre quienes se ven excluidos del beneficio de las medidas. El asistencialismo se usa para alimentar el falso discurso de “menudo chollo es ser pobre”. Es conocido que el mejor método para que una prestación le llegue a quien más lo necesita es la universalidad de la medida. Una política universal acaba con las trabas burocráticas que marcan a los pobres, acaba con la percepción de agravio en otros sectores y genera ciudadanía. La paradoja de la universalidad reside en que la mejor forma de defender el derecho del más pobre pasa por que también la reciba el más rico. Cuanto más se focaliza en “quien más lo necesita”, más trabas, estigmas y burocracia encuentra quien peor lo pasa y más rechazo provoca entre quienes la administración no considera vulnerable, aunque sea un precario. Lo público y las políticas públicas deben hablarles a amplias capas de la ciudadanía y deben financiarse de manera progresiva.

Pero, ¿esto significa que están bien políticas como las “becas cayetanas”? No. Primero, porque son subvenciones encubiertas a centros privados, y segundo, porque lo que debe ofrecer la administración no son becas para los afortunados que consigan una plaza en un centro privado, no son cheques para complementar el pago de la escuela infantil, no, lo que tiene que hacer es garantizar el acceso de toda la ciudadanía a una plaza en un centro público.

Se trata de ser ambiciosos y transformar lo público en la palanca que hace posible la libertad de elección, que impulsa el desarrollo de la singularidad de cada persona y sienta las bases para que cada uno pueda desplegar sus capacidades. Mientras que la derecha necroliberal quiere igualar hacia abajo en tiempo libre, en vacaciones, en salario, en derechos, en servicios públicos, etc., la izquierda tiene que igualar hacia arriba en calidad de vida y en elevar la potencia de la sociedad. Apuntar a un horizonte que invierta y convierta en seguridad lo que hoy es fuente de precariedad e incertidumbre: flexibilidad, renta básica universal e incondicional, servicios de calidad, vivienda barata y jornada de trabajo a tiempo parcial. Una sociedad con tiempo libre es una sociedad rica e inteligente.

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Jorge Moruno es sociólogo por la UCM, diputado de Más Madrid y portavoz de Vivienda.

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