Cinco mil quinientas mujeres deben parir el próximo mes en Gaza. Cincuenta mil están embarazadas. Los bombardeos israelíes han matado ya a quinientos ochenta y tres niños palestinos. Dos millones trescientas mil personas están atrapadas en una estrecha franja de tierra entre Israel, Egipto y el Mediterráneo. A la mitad que vive en el norte, Israel le ha dado el imposible ultimátum de desplazarse al sur en 24 horas antes de desatar el horror total. En esta columna no aparecerá ningún número expresado en cifras que se refiera a personas. Un minúsculo ejercicio para obligar a los ojos a no pasar tan rápido sobre este inasible dolor humano.

“Para las democracias como Estados Unidos, como Israel, es de vital importancia que respetemos el derecho internacional, el derecho humanitario”, dijo en Israel Antony Blinken, el jefe de la diplomacia del único país que podría frenar la masacre ordenada ya por Benjamín Netanyahu. “Los civiles –dijo también Blinken– no son el objetivo de las operaciones de Israel en Gaza”. El cinismo cotiza alto estos días en occidente. El portavoz del PP, Borja Sémper, escribió que somos “la Civilización”, así con mayúsculas. Occidente, esta división del mundo a la que pertenecemos, lo que es ahora mismo es una vergüenza de dimensiones históricas. Un día tendremos que decir que asistimos a los crímenes de guerra contra la población palestina por Twitter, que los que pudieron pararlo no hicieron nada, que hasta estaban en Israel (tremendo el papel de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen) mientras los tanques se colocaban a las puertas de Gaza y los gazatíes morían en los hospitales sin luz, sin agua corriente, sin nadie que pudiera tirar de sus manos bajo los escombros.

Hemos visto los Instagram de las chicas blancas asesinadas por Hamás en el festival. Nos han dicho sus nombres, conoceremos sus historias. Los quinientos ochenta y tres niños palestinos asesinados pasan por el procesador occidental como un dato asumido

La población palestina no es Hamás. El horrífico ataque del grupo extremista Hamás a civiles en Israel no justifica la deshumanización de los palestinos por parte de Israel, que es un Estado. A decir esto lo llaman ahora equidistancia, yo lo considero mínima humanidad. Es más: me cuesta asimilar que tantísima gente exhiba una empatía selectiva. Que lamente la muerte de un niño israelí pero obvie la de un niño palestino. La de centenares de niños palestinos. Como si no fueran, como si la desgracia les perteneciera por nacimiento. Como si hubiera una parte del mundo adscrita al dolor, donde el dolor no es noticia. Los nadies, escribía Eduardo Galeano: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.

Las vidas de los negros importan, Black Lives Matter, dijeron en 2013 los negros de Estados Unidos para denunciar la brutalidad policial contra ellos. Las vidas blancas importan, replicaron los infames dispuestos siempre a no entender nada. Hemos visto los Instagram de las chicas blancas asesinadas por Hamás en el festival. Nos han dicho sus nombres, conoceremos sus historias. Los quinientos ochenta y tres niños palestinos asesinados pasan por el procesador occidental como un dato asumido. Sentir empatía por unas víctimas y no por otras es muy poco civilizado. Es inmoral, es inhumano. Los nadies: que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

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