El sueño de la razón Luis García Montero

No sé si el mundo acabará mañana. Y no lo digo (o no solo) abducida por la producción cultural masiva sobre ese final. Lo digo dudando seriamente. ¿Y si las cosas tal y como las conocemos cambian de forma inevitable, súbita e irresolublemente? ¿Ha pasado ya y no lo entendemos porque no podemos ver la foto completa? ¿Se puede evitar? ¿Es deseable evitarlo? ¿Tiene sentido que en medio de la traca final nos lo pasemos bien? ¿Sirve de algo la política ante el fin del mundo? ¿Nos salvará la ciencia? ¿Alguien de verdad cree aún que ahora que nuestro tiempo acaba y que hasta este final nos ha traído el gobierno de lo técnico que la ciencia no tiene ideología? La primera de mis propuestas para responder a todo ello es que vean El Eternauta. Les propongo que si las cosas se van a ir a la mierda del todo, que nos pille bailando tango con los nuestros y no comiendo comida basura en cualquier no-lugar. Podría dejar aquí el artículo, pero voy a intentar justificarlo un poco mejor. Porque es que igual, esta vez, sí que se nos va la vida en ello.
La situación da un poco de miedo. Antes de que lo piensen. Sí, más miedo me daría si viviera en Gaza. Sí, probablemente mucho de este miedo sea producto interesado de quien gana algo a río revuelto. Pero la situación da un poco de miedo. Tengo 35 años. Creí que nada me produciría más incertidumbre que la crisis económica que hizo que mi generación se quedara sin casa y sin curro. Creí que nada me provocaría más desesperanza que ver a personal sanitario sacando cadáveres del edificio de al lado durante la pandemia. A pesar de todo, creía que lo que comenzó en con el 15M, y se alimentó de mareas, municipalismos, Podemos, feminismos y que por supuesto parió al Gobierno de coalición, era gasolina de sobra para que el motor que debía transformar nuestro país se mantuviera encendido tiempo suficiente hasta terminar esas otras transiciones pendientes. Creía que esa esperanza no se acabaría. Pero hoy tengo miedo, un miedo quizás creado, sí, pero alimentado de guerras, genocidio, rearme, crisis climática que cubre de nieve, ceniza, inunda y seca nuestra tierra; aranceles, apagones, cables robados y cortados, extremas derechas y medias izquierdas, reacción, polarización, judicialización y bulos. Joder, hasta hubo un meteorito. Tengo una tremenda sensación de soledad, de extenuación que se impone de forma violenta gracias a ese capitalismo que nos mantiene hiperconectadas, hiperocupadas, hipersanas, hiperdelgadas, hiperfelices, hipercorrectas. Como si algo de eso dependiera solo de ti. Siempre a la última hasta el final. Solas, con incertidumbre, con desesperanza, con miedo. Creo que muchas personas se sienten así también porque cuando miran hacia arriba no encuentran ninguna respuesta que les satisfaga. Y no hablo de Dios, por mucho que hasta hace una semana parecían haberse convertido todos ustedes de pronto al catolicismo, hablo de las personas que nos gobiernan política y económicamente, que tienen en su mano el poder de cambiar las cosas, se lo hayamos dado democráticamente o no.
Es momento de preguntarse qué política queremos si lo que se viene se va a parecer, en cualquier declinación posible, al final del mundo tal y como lo conocemos
Es momento de preguntarse qué política queremos si lo que se viene se va a parecer, en cualquier declinación posible, al final del mundo tal y como lo conocemos. Y no solo porque es una tarea fundamental para cualquier espacio político intentar articular un proyecto de país (mundo) que interpele al mayor número posible de gente, sino porque vivimos un tiempo que interpela éticamente de un modo civilizatorio en la medida que para la mayoría de los seres humanos en el mundo, también en España, las preguntas han dejado de ser por la cotidianidad y son más bien por las condiciones de posibilidad de esa cotidianidad. ¿Qué puede ofrecernos pues ante esta situación la política? Alguna clave fundamental para rebajar ese miedo y plantar las semillas de cualquier proyecto que a futuro pueda ser esperanzador.
- Una nueva política de seguridad. Una apuesta por la seguridad para vivir, entendida como las condiciones materiales que nos permiten llevar una vida normal en la cuarta economía de la zona euro. Si vivimos un tiempo en el que fallan la electricidad, las comunicaciones, los transportes, sumado a lo que ya fallaba de antes como la falta de vivienda o de cuidados, parece que la prioridad de un proyecto político de gobierno debería ser ofrecer esta seguridad. No son tanques o mantequilla, pero claro, nadie pensó que pudiéramos empezar a tener problemas con la mantequilla. O sí, y de ahí el despropósito.
- Una nueva política comunicativa. Hace falta información de servicio. No todo es noticiable, hay cuestiones que debemos saber por pura normalidad democrática. Es preocupante la cantidad de asuntos fundamentales para la ciudadanía que llegan a su conocimiento a través de la desinformación o de información descafeinada que de poco sirve a una ciudadanía adulta en términos democráticos. Un gobierno que aspire en el 2025 a gobernar para un futuro ético y no alimentando el miedo al fin del mundo debería apostar por la transparencia, la objetividad y la información de calidad. En mi humilde opinión, eso pasa por reforzar los formatos en los que esta información llega desde el Gobierno a la ciudadanía sin que medien intereses mediáticos o de partido. Las entrevistas a las personas que conforman el Gobierno están muy bien, pero no puede ser el único formato en el que nos enteramos de las cosas, y de forma sesgada, cuando algo va mal. Con todo lo que ha pasado con nuestros teléfonos en la Dana o la radio en el apagón, deberíamos trabajar en un sistema de información apoyado por la IA y accesible para toda la ciudadanía que nos permita saber mejor qué está pasando.
- Una nueva política social, que reformule el socialismo desde la interdependencia y no desde la tecnocracia. Acabar con el falso debate entre lo ideológico y lo técnico. Otro de los errores de los Gobiernos de nuestro tiempo pasa por apostar por soluciones que aparentemente vienen respaldadas por la incuestionable validez de lo científico. No hay lugar aquí para tratar la compleja cuestión de la objetividad en la ciencia y cómo ésta es más bien un resultado de complejos intereses y contextos que se relacionan entre la comunidad científica, los poderes públicos y privados. Es imposible hacer ciencia sin tener una posición ideológica detrás que la oriente. Por ello, un gobierno para este tan extraño tiempo que nos ha tocado vivir debería hacer política apoyándose en lo científico, pero no sustituyendo el criterio político con ello, sino nutriéndolo. Escogemos unas soluciones y no otras, no porque lo diga la ciencia, sino porque son mejores para la gente. O al menos, eso era el socialismo.
- Una política ética, una apuesta por los valores. El momento de crisis entrelazadas en el que nos encontramos, que nos brinda esa sensación de que las cosas como las conocemos se pueden acabar, necesita de una apuesta fuerte por la (re)construcción ética de nuestro orden social. La tarea de gobernar y hacer política no puede ser únicamente legislar basándose en no sé qué criterios técnicos, debe ir mucho más allá del diseño de las políticas. Ocuparse de lo político, es decir, de ordenar de nuevo todo lo que nos hace humanos, desde la producción hasta la reproducción, pasando muy especialmente por los afectos. Ahora que se ha repetido aquello que no debía volver a suceder nunca más, debemos recordar qué nos hace ser lo que somos. (Y no, no son nuestros genitales, por dios)
- Una política del goce. Qué triste leer estos días las críticas a quienes tras el apagón contaron que habían pasado una tarde agradable cuando consiguieron tener lo imprescindible garantizado. Y aquí reside quizás el cambio más importante. Necesitamos una política que nos permita imaginar el futuro, pero no solo porque a veces parece que no va a existir ese futuro, sino porque la política debería servir para algo más que vivir, debería servir para vivir bien. No sé si el mundo acabará mañana, y la verdad que a veces da miedo, pero ojalá poder tener esperanza. Y por si todo se acaba, que nos pille bailando tango.
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Ángela Rodríguez Pam es exsecretaria de Estado de Igualdad.
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