La Puerta del Sol es un lugar de memoria

La Real Casa de Correos, sede del Gobierno regional de la Comunidad de Madrid, en la Puerta del Sol, es un lugar de memoria, aunque no se haya puesto una placa, aunque no se haya declarado todavía. Aunque no se termine de nombrar nunca. En ese edificio, tuvieron lugar detenciones y torturas ejercidas por la Dirección General de Seguridad (DGS), la policía política de la dictadura, entre los años 1939 y 1975. Es un lugar de memoria porque los que conocemos su siniestro pasado, qué decir de los que fueron a dar con sus huesos a los calabozos, cuando cruzamos la plaza, miramos hacia atrás y sabemos que fue el epicentro de la represión. Recordamos. Conocemos testimonios que se han pronunciado: “Hay un momento en el que descubres que estás desnudo, que te tienen colgado, que te están pegando en los glúteos, en las plantas de los pies, en los genitales... Hay un momento en el que te das cuenta. Que has perdido la conciencia sobre el tiempo que llevas allí. Que quizá te has desmayado y llevas diez horas o diez minutos”. Chato Galante, militante antifranquista.

Al acabar la guerra, la DGS asumió un papel fundamental en la vigilancia, control y represión de republicanos, socialistas, anarquistas, comunistas, liberales y de cualquier persona sospechosa de tener ideas o vidas contrarias al régimen. En sus dependencias se llevaban a cabo los interrogatorios y aunque su función era asegurar el orden público, tenía facultades extraordinarias para actuar en defensa del Estado franquista. Cualquier forma de oposición intelectual, política o armada era vigilada y perseguida.

Como casi todo lo que tiene que ver con el franquismo, es imposible llegar a saber cuántos pasaron por allí, porque se cuidaban mucho de no dejar registros de entrada o salida

Como casi todo lo que tiene que ver con el franquismo, es imposible llegar a saber cuántos pasaron por allí, porque se cuidaban mucho de no dejar registros de entrada o salida o de que hoy podamos acceder a ellos, se calcula que miles de militantes descendieron a sus sótanos. Los que ejercían las torturas, aparecen en los registros sin nombre, ocultos detrás de números. A alguno, el más recordado, uno de los más crueles, lo conocemos. Billy el Niño te ponía la pistola en la cabeza, ese era su método, muy histriónico, mucho. Pasaron por allí miles y miles de personas, miles y miles de torturados. Nosotros podemos contarlo, otros no”. Sobre Antonio González Pacheco habla Rosa Alcón, activista de La Comuna de Presos del Franquismo. 

Hace unos meses, el Gobierno central, publicó en el BOE la incoación del procedimiento de declaración de Lugar de Memoria la extinta DGS, de conformidad con la Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática. A la presidenta le pareció “una barbaridad” y a alguno de sus consejeros “un ataque directo” a Díaz Ayuso. Y, aunque también dijeron que estaban de parte de todas las víctimas de regímenes totalitarios, arrancaron rápidamente una contienda legal y política, que dificultó a través de nuevas normas la declaración del edificio, y que ha llegado hasta el Constitucional, que mantiene en el aire la resolución. 

Cuando el Gobierno de la Comunidad de Madrid impide o dificulta que la Real Casa de Correos sea declarada lugar de memoria, contribuye a esconder y negar parte de la vida de estos hombres y mujeres, madrileños y madrileñas también, y parte de nuestra propia historia. “Recuerdo que estaba obsesionado con tirarme de cabeza contra un radiador que tenía delante en los interrogatorios, para acabar con tanto dolor y agotamiento”. Luis Suárez Carreño, ex dirigente universitario de la Liga Comunista Revolucionaria. 

Tal vez, si la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, descendiera a esos sótanos acompañada por algunos ellos y ellas y le explicaran cómo fueron secuestrados, retenidos y torturados, cambiaría de opinión. Podrían hablarle del pato, de la rueda, de la bañera o de la picana eléctrica. De tórax amoratados, de orinar sangre, de perder los dientes. Estoy segura de que lo último que les diría, mirándolos de frente, justo ahí, es que poner una placa es una “barbaridad”, porque se tendría que dar cuenta, quizá sí, de que la barbarie fueron las vejaciones y violaciones de Derechos Humanos a las que fueron sometidos. Pero, para eso, tendría que recibirlos. “Me encañonó, me golpeó hasta casi desmayarme”. Paco Lobatón, periodista.

La madurez democrática nos hace capaces de asumir con profundidad que miraremos todas las noches de año nuevo hacia ese reloj, sabiendo que, justo debajo, habitaba el terror. Somos capaces porque con placa y declaración o no, aquello ya sucedió y sucedió ahí. Porque somos capaces de entender, porque comprendemos los ciclos históricos, que un partido democrático de derechas puede condenar los crímenes de una dictadura y participar de una memoria colectiva porque debe ser cuestión de Estado. La pregunta es si son capaces ellos. “Me pusieron corrientes eléctricas en los pies y me tuvieron de pie varias horas, tiesa, sin poder apoyarme en nada, porque si doblabas las rodillas, te pegaban con una vara. La humillación era continua, te hacían sentir que no eras nada, que estabas en sus manos”. Matilde Muñoz, ex militante del PCE (m-l) y del FRAP.

Es inmoral que se siga utilizando la memoria nacional, porque concierne a la nación y a cómo nos entendemos como españoles y españolas y nos identificamos, como material para la batalla política. No se explica cuál es el ataque directo a la presidenta cuando se pretende dignificar la memoria de represaliados por una dictadura. No se explica, pero se entiende: estamos sumergidos, y no solo aquí, en una batalla cultural muy violenta en la que se utiliza la memoria a conveniencia de unos y otros y no con la urgencia que hace décadas debió imponerse. Y que nos lleva a pensar que nunca existirá el consenso necesario para señalar que sucedieron crímenes y que eso es tan aberrante hoy como que sigan impunes, o que hasta el año 2020 aquellos que torturaron mantuvieran todavía medallas y condecoraciones. 

Interesados muchas veces en la resistencia de otros países, nos cuesta reconocer, bajo la pátina de un olvido y un menosprecio arrojado de forma muy consciente, que aquí también se estuvo en pie hasta el final, que muchos y muchas se jugaron la vida. Y que, algunos, la perdieron. Y que, si el franquismo sin Franco no prosiguió, no fue solamente porque unos cuantos hombres se sentaron a firmar unos documentos y leyes. A toda la militancia antifranquista, a esa resistencia española, se le debe el reconocimiento conjunto de haber participado en la extinción de un régimen que mandó a medio millón de personas al exilio, perpetró cuarenta mil asesinatos en tiempos de paz y más de cien mil muertos desaparecidos. Poner una placa y reconocer la realidad pasada de un lugar son solamente símbolos de dignidad para todas y todos a los que deberían seguir otros procesos. 

*Los testimonios de Rosa Alcón, Matilde Muñoz y Luis Suárez están recogidos en el libro Memoria de la clandestinidad (Reino de Cordelia, 2024) y los de Chato Galante y Paco Lobatón, de entrevistas en La Sexta y Público, respectivamente.

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