Trump y el silencio de Europa

La Unión Europea parece noqueada. Ni una palabra sobre la Riviera de Oriente Medio en la que Trump quiere convertir la Franja de Gaza, el Disneyland que piensa montar sobre miles de cadáveres, mutilados y torturados. El capitalismo del desastre vuelve a los lugares arrasados para sustituir la reconstrucción por la burda construcción y resulta sorprendente que no haya nada que decir. EEUU subvencionó el genocidio y ahora pretende pagar un resort para ricos preanunciando, además, la anexión de Cisjordania, y una Europa tibia se refugia en vaguedades. Algunos gobiernos se han posicionado en favor de los gazatíes y la promesa de los dos Estados (España ha sido el más contundente), pero es evidente que falta tanto capacidad de reacción como de acción. La Comisión Europea no levanta un dedo frente a la planificación de la limpieza étnica y el desplazamiento forzoso en Gaza, la enésima grosera vulneración del Derecho Internacional que perpetra EEUU. El silencio de Europa contrasta severamente con las claras resistencias del mundo árabe y la contundente respuesta de China que ofrecen, de momento, ciertas garantías frente a este estúpido delirio.

El plan para Gaza tiene que verse en el marco de un sinfín de decisiones inesperadas y rápidas ejecuciones con las que Trump pretende generar perplejidad y parálisis. Un plan que ha venido precedido de otras amenazas de ocupación sobre Canadá, Panamá, México o Dinamarca. Se está larvando un nuevo orden mundial basado en la guerra híbrida, el ocaso del multilateralismo, la crisis de la globalización y el fin del sistema heredado de la II Guerra Mundial.

Estados Unidos abandona el Consejo de derechos humanos de la ONU, la UNRWA, el Acuerdo de París, la OMS y, próximamente, la UNESCO. Amenaza también con abandonar la OTAN o pretende obligar a sus miembros a dedicar un 5% de su presupuesto a la política de defensa. Utiliza a las personas migrantes como moneda de cambio. Toma medidas arancelarias para doblegar a otros Estados, como una herramienta geopolítica que le permita negociar la defensa de sus fronteras y renegociar los Tratados de Libre Comercio, empezando por el de México y Canadá, de 1994.

Frente a una ofensiva global de este calado, Europa tiene el deber de reaccionar. Defender el multilateralismo, los derechos humanos, el principio de autodeterminación, la soberanía territorial y la autonomía estratégica. No es tiempo de callar, esperar ni confiar

Los aranceles no protegerán el mercado interior en EEUU ni servirán para reindustrializar el país porque nunca funcionan con toda la industria ni benefician al consumidor. La agresividad arancelaria no suele ser una medida económica sino populista que dispara la inflación y baja los tipos de interés. También afecta negativamente al mercado laboral y genera desempleo. Habrá que ver hasta qué punto los trabajadores pobres y los parados valoran más la identidad nacionalista y la expulsión de los migrantes que sus propias condiciones de vida. La extrema derecha aspira a sustituir la lucha de clases por la unión interclasista que representa la unidad nacional y en ese diseño del eje social-nacional conviven el etnonacionalismo y el proteccionismo. De hecho, las caídas en bolsa ya se han empezado a cebar con las empresas automovilísticas, peligran puestos de trabajo, y, después de tres bajadas consecutivas de los tipos de interés, la Reserva Federal ha decidido mantener el precio del dinero en la misma franja. Por eso, lo razonable sería que, en caso de aplicarse, los aranceles no se sostuvieran por mucho tiempo. La inflación es letal para cualquier gobierno y en EEUU propició la salida de Joe Biden. La cuestión es que en esta tesitura nada nos asegura una salida razonable.

Frente a los aranceles, Europa promete responder con firmeza, pero hay demasiados gobiernos trumpistas, demasiada división y complejidad. La Unión Europea puede ser, además, una exasperante maquinaria burocrática y lenta. Los motores de Francia y Alemania no están en su mejor momento para resistir según qué política arancelaria. Alemania sufre una profunda crisis económica, un apagón energético y una enorme incertidumbre política. El influyente sector primario francés no permanecerá inerme si se agrava el coste de la vida. Tanto un país como el otro atraviesan un período de inestabilidad que la extrema derecha podría resolver de la peor manera.

¿Debería la UE responder con aranceles a quienes no cumplan con ciertas exigencias ambientales o laborales en sus relaciones comerciales, por ejemplo, o, incluso, seguir los pasos de China? Pekín ha anunciado que gravará el gas, el petróleo y la maquinaria agrícola procedente de EEUU e impondrá restricciones a la exportación de metales imprescindibles para la fabricación de productos electrónicos, equipamiento militar y paneles solares. Ha abierto también una investigación a Google por posible monopolio. Su superávit comercial sigue siendo inmenso y Europa no es ni puede ser el gigante chino. Con todo, Europa puede jugar sus cartas. El comercio transatlántico representa el 30% del comercio mundial de bienes y servicios y el 43% del PIB mundial. En 2023 fue superior a 1,5 billones de euros, según datos de la Comisión Europea. De manera que la batalla no debería darse por perdida.

Frente a una ofensiva global de este calado, Europa tiene el deber de reaccionar. Defender el multilateralismo, los derechos humanos, el principio de autodeterminación, la soberanía territorial y la autonomía estratégica. No es tiempo de callar, esperar ni confiar.

María Eugenia Rodríguez Palop es ecofeminista y profesora de DDHH y Filosofía del derecho en la Universidad Carlos III de Madrid.

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