¡insostenible!

Ese partido verde y feminista que necesitamos

Zua Méndez | Alberto Rosado

Una vez pasado el ciclo electoral, toca llenar nuestras lecturas de intentos de comprensión. Cada rincón periodístico, académico y twittero lanza una pieza del puzle que, solo con el tiempo, seremos capaces de armar. Comprender el pasado tan reciente y complejo es tarea titánica. Quizá sea mejor poner la mirada en lo que viene, o debe venir, para que, sean los que sean los porqués que nos han traído hasta aquí, logremos desviarnos de ese DeLorean de verde militar y sangre de toro que quería vendernos un oxímoron de “progreso al pasado”. El mayor obstáculo no ha sido el desmesurado tiempo en nuestras rutinas y en los medios que consiguió un estrecho −aunque potente− imaginario tan reaccionario, sino ver cómo todas las derechas se subían al caballo perdedor y empezaban a competir entre ellas por ser los pistoleros más rápidos de la península ibérica.

Lo político hoy se mueve entre identidades católico-nacionales y el menú casero de siempre. Menos mal que la mayoría de las personas que fuimos a votar el 28A no tenemos mala dieta y finalmente escogimos más ingredientes democráticos que testosterónicos.

Sin embargo, el neofranquismo sigue al acecho y el muro de contención no puede mantenerse en pie solo a base de antifascismo. Para superar ese imaginario reaccionario −e impedir que ningún compañero de viaje lo adopte− no basta ni con su negación ni con recuperar otro escenario ya manido. Y aquí entra en juego la política verde y el feminismo.

Arrojemos unos cuantos datos a modo de cimientos:

En las pasadas elecciones europeas, Los Verdes consiguieron un 40% más de escaños que en 2014. En Alemania, de hecho, han sido segunda fuerza duplicando sus votos. Los #FridaysForFuture han conseguido reunir a cientos de miles de estudiantes −y no tan estudiantes− en más de 2.000 ciudades del mundo para reclamar poder vivir en el Planeta A, porque, recordemos, no tenemos ningún Planeta B.

Por otro lado, seis millones de mujeres secundaron la huelga del 8M este año en España y, solamente en la ciudad de Madrid, se duplicaron las cifras de participación de 2018; el gobierno liderado por Sánchez y nacido de la moción de censura a Rajoy tuvo once ministras y seis ministros; además, las elecciones del 28A han perfilado un congreso con el 47,4% de los asientos ocupados por mujeres.

Según el barómetro del CIS de enero de 2019, la ciudadanía española cree que la falta de voluntad política, seguida por la corrupción, es la principal causa de que no consigamos los objetivos de desarrollo sostenible y solo un 0,6% cree que las razones son culturales (Spain is different, pero no tanto como nos han hecho creer siempre), es decir, la ciudadanía española sí se preocupa por el medio ambiente.

Por último, el 82% de los/las españoles/as cree que en este país existe desigualdad entre mujeres y hombres con respecto a sus derechos sociales, políticos y/o económicos.

Pero no solo de datos crudos vive un análisis. Entre los desafíos conseguidos, el feminismo ha logrado que todo personaje político deba posicionarse o aislarse, logrando incluso que asuman esa etiqueta los que más lejos se veían de ella. Además, tanto la marea morada como la verde han conseguido meterse en el mundo económico, con el necesario riesgo de que su discurso, sus vindicaciones y sus objetivos sean "lavados" (greenwashing o femwashing), pero siendo conscientes de que cuando el enemigo tiene que asumir tu discurso es porque las conciencias están cambiando. ¿Quién está en contra de respirar aire limpio? ¿Y de cobrar menos por el hecho de ser mujer? ¿Quién se opone a llenar los tejados de nuestras ciudades de paneles solares? ¿Quién defiende que los cuidados de hijos y dependientes son cosa de mujeres? ¿Quién necesita seguir yendo en coche a comprar el pan? ¿Quién quiere seguir manteniendo un IVA de lujo a los productos de higiene femenina? ¿Cuántos defienden que una dieta de hamburguesas es mejor que una mediterránea? ¿Qué mente pornográfica sigue creyendo que rodear entre cinco adultos a una chica en un portal para violarla no es agresión porque no hay "violencia explícita"? ¿Quién ve un jolgorio en una violación? ¿Cuántos prefieren aplaudir la tortura a un toro que las notas musicales de un concierto? ¿A quién le encanta comprar productos envueltos en varias capas de plástico? ¿Quién quiere que El cuento de la criada sea la realidad en la que tenga que vivir su hija? ¿Quién no prefiere aerogeneradores a quemar petróleo? ¿Quién va a seguir defendiendo a los puteros cuando es su demanda la que provoca que se explote sexualmente a mujeres y niñas y niños? En definitiva: ¿cuántas personas quedan en España que quieran a las mujeres en la casa, y a nuestra casa común inhabitable? Las respuestas a estas preguntas no solo demuestran que España −y buena parte del mundo− está cambiando, sino que esas mismas respuestas son la solución a los problemas cotidianos a los que nos enfrentamos: tiempo perdido en ir a trabajar, precio desorbitado del alquiler, miedo a llegar por la noche y sola a casa, enfermedades respiratorias, una denuncia por violación cada 4 horas, desplazamientos migratorios forzados por el cambio climático, afrontar la subida constante de la factura de la luz, los atascos y el coste del transporte público, etc.

La política y los partidos políticos (los existentes y los que están por venir) no pueden desoír estas nuevas preguntas y, menos, sus nuevas respuestas. Los moldes con los que construir soluciones son los que el nuevo sentido común pone encima de la mesa de la acción política: lo irrenunciable es la desaparición de toda forma de opresión, sea hacia un sexo, una especie o un espacio. La pregunta que emerge entonces es si lo ya existente será capaz de absorber sin filtros partidistas ni clientelismos políticos el presente que viene, o tendrá que ser una fuerza nueva la que impulse desde la transversalidad y horizontalidad la España que seremos y que, de hecho, ya somos.

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Si miramos fuera hay ejemplos que marcan el rumbo: Alexandria Ocasio-Cortez, Katrín Jakobsdóttir o Greta Thunberg han conseguido erigirse como referentes políticos haciendo sombra a los proyectos en blanco y negro de los Trumps, Salvinis o Bolsonaros. Estas tres mujeres mezclan el rigor técnico, la capacidad comunicativa-política y un enorme compromiso político con el bien común por encima de los intereses individuales para paliar problemas y proyectar soluciones mediante herramientas verdes y moradas. Porque la presión migratoria no se soluciona dejando morir a seres humanos en el Mediterráneo sino enfrentándonos al cambio climático que mueve forzosamente a millones de personas. Porque el dilema laboral de quedarse embarazada no se soluciona renunciando a ser madre, sino controlando a las empresas que castiguen a sus trabajadoras por ello e implantando medidas de corresponsabilidad, como el permiso de paternidad y maternidad igual e intransferible. Porque la bajada del precio de la luz no llegará pidiendo más préstamos a lo Aznar, sino utilizando gratuitamente el Sol. Porque gozar de una mejor salud no se conseguirá privatizando hospitales, sino alimentándonos mejor. Porque contra la contaminación no vale ponerse mascarillas, sino dejar de ensuciar nuestro aire. Porque para prevenir agresiones sexuales no sirven sentencias judiciales que legitimen una visión pornográfica de las relaciones sexo-afectivas en las que las mujeres sigan siendo las que consienten mientras los hombres desean. Porque todos esos problemas a los que nos enfrentarnos pasan necesariamente por los nuevos prismas del ecologismo y el feminismo. Ni el conservadurismo rancio, ni la socialdemocracia centenaria ni ningún nuevo neocomunismo podrán encarar los retos que el destino de la historia ha dejado para este siglo XXI. Lo que tengamos que abordar hoy, que sea aportando soluciones de hoy.

El panorama mundial, y también el español, lo pide a gritos: necesitamos imaginarios morados y verdes que trasciendan los reaccionarios para no subirnos a esa nave hacia el pasado y asegurarnos una convivencia −inspirada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible− (1) sin pobreza, (2) sin hambre, (3) saludable, (4) formada, (5) feminista, (6) con recursos hídricos, (7) con energía limpia, (8) con trabajos decentes, (9) con innovación e infraestructuras al servicio de la mayoría, (10) menos desiguales, (11) con ciudades y comunidades más sostenibles, (12) de producción y consumo responsable, (13) combativa contra el cambio climático, respetuosa con la vida (14) bajo el agua y (15) sobre la tierra, (16) justa y transparente y (17) aliada con todos los lugares del mundo. Ninguna forma de dominación puede empujarnos a la quietud política o al desastre inevitable.

Transformemos esta violenta e incómoda realidad en una oportunidad para crecer como sociedad y no en emisiones y residuos. No incentivemos la desigualdad con nuestra indiferencia. España es uno los pocos países europeos sin un partido verde y feminista autónomo, transversal y con vocación real de gobernar. No es que lo necesite solo nuestro planeta, lo necesita también nuestra democracia.

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