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Nochevieja desde la redacción

2022, pórtate, por favor

En cada cena de Nochebuena, en cada comida de Navidad, en mi casa siempre han faltado un plato, una copa y dos cubiertos. En 2021 faltaron, en cambio, dos platos, dos copas y cuatro cubiertos. La sorpresa llegó, como supongo que le ha ocurrido a media España, en forma de dos rayitas rojas pintadas en un test de antígenos. Hace poco —aunque no lo parezca, hace poco de verdad— no sabíamos lo que era y ahora se ha convertido en un aparatito indispensable en cada casa. En el caso de mi familia fue sobre la bocina, a las 20.20 —más o menos— del día 24 de diciembre. ¡Y pensábamos que lo estábamos esquivando en un movimiento más flexible que el de Neo!

Imagino que probablemente haya más de uno, más de dos y más de tres que se sientan identificados con esta historia. Por muy personal que sea, la maldita sorpresita ha sido colectiva

Probablemente, como me ha pasado a mí, muchos llevan desde marzo de 2020 esquivando el virus desde la equidistancia. Esa que, al menos en mi caso, me ha situado en un punto intermedio entre el miedo incontrolable —que lo he tenido en algún momento, para qué engañar— y el arriesgarme de más. “Si no lo he cogido ya, ya no lo pillo”, he dicho mil veces. Por suerte, el virus sigue decidiendo rechazarme, pero aun así he sido de esas muchísimas personas que han pasado el día 25 de diciembre sin su familia. El positivo vino de quien menos lo esperábamos, pero tampoco voy a decir que me sorprenda porque mi umbral de asombro está ya a la par del telescopio James Webb que lanzaron, precisamente, el día de Navidad. 

Decíamos cuando veíamos cerca las vacunas que volverían los abrazos, que volverían los besos. ¿Os acordáis de cuando nos hacíamos fotos recién vacunados y decíamos que ya estábamos acabando con la pandemia? ¿Que ya era el final? A ver, tampoco hay que ponerse dramáticos, en cierto modo ha sido así —ahora doy fe de que la vacuna funciona—, lo que pasa es que ómicron ha roto un poco todos nuestros planes. Espero, lo deseo de verdad, que quien lea esto, si ha tenido la misma mala suerte que yo, recuerde esto cuando pasen unos meses como una anécdota, como unas navidades un poco extrañas, nada más. Y que se ría. 

Espero, lo deseo de verdad, que quien lea esto, si ha tenido la misma mala suerte que yo, recuerde esto cuando pasen unos meses como una anécdota, como unas navidades un poco extrañas, nada más. Y que se ría

También deseo que el virus no nos deshumanice. No nos haga más individualistas de lo que ya lo éramos antes. 2020 fue un año de mierda. 2021 era la esperanza de la vuelta a la normalidad. Y joder, ha terminado por todo lo alto. 

No sé dónde voy a recibir al 2022, solo sé que intentaré que sea lo más parecido posible al fin de año de 2019. Mascarilla mediante, bajaré a animar a los corredores y corredoras que subirán la Avenida de la Albufera exhaustos en la San Silvestre, reservaré algo de ropa roja, me pondré algo de brilli brilli, miraré si tengo algo de oro para meter en la copa de champán —y no meteré nada, como siempre—, terminaré de comerme las uvas a las 00.10 tras el habitual ataque de risa de los cuartos y brindaré mientras me asomo a la ventana a cumplir con una tradición familiar que se queda en las cuatro paredes de mi casa. 

Al 2022, por otro lado, no sé qué pedirle. No me atrevo a pedir que vuelva la normalidad porque ya no sé lo que era eso. Pero estaría bien que se portase. Por mí y por todos mis compañeros.

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