Los otros 8 de marzo

Miremos más allá de nuestras fronteras. Este 2025 se cumple el treinta aniversario de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing. Aquella IV Conferencia que reunió a un grupo de líderes de 189 países y más de 30.000 activistas consiguió crear una hoja de ruta adelantada a su tiempo, una hoja de ruta que se proponía avanzar a pasos grandes y firmes en la igualdad de derechos para las mujeres y niñas de todo el mundo.

Esta hoja de ruta se convirtió en la agenda por los derechos de las mujeres con el mayor respaldo a escala mundial. Sirvió además de escenario para que feministas de todas las regiones geográficas del mundo se organizaran y defendieran la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW).

Se abordaron en aquella cita la pobreza, la educación, la salud sexual y reproductiva, el uso de las mujeres como instrumento de guerra o la paridad en política o en la economía. Se trabajaron muchos aspectos de las necesidades de las mujeres en todos los rincones del planeta y el lema “los derechos humanos son derechos de las mujeres y los derechos de las mujeres son derechos humanos” se convirtió en un clamor para el público feminista que asistió a aquella IV Conferencia Mundial sobre la Mujer.

Treinta años después, nos encontramos con que muchas de esas aberrantes desigualdades continúan, por lo que sigue siendo más necesario que nunca aquel grito. Este 2025 será un año clave para el feminismo internacional, para la lucha por los derechos de las mujeres y niñas a lo largo y ancho del planeta. Por una parte porque desgraciadamente treinta años después de Beijing, las desigualdades de género persisten en niveles alarmantes. Nos faltarían 300 años para acabar con el matrimonio infantil, 286 años para cerrar las brechas en las protecciones legales y 140 años para alcanzar la paridad en roles de liderazgo.

El feminismo, que por definición es internacionalista, como los derechos humanos, tiene el reto de plantear discursos y acciones que desafíen las lógicas de poder imperantes, que aborden los grandes temas de la agenda global

En África las mujeres siguen siendo las que llevan el peso de las cuestiones domésticas y no tan domésticas. Millones de mujeres africanas comparten las desigualdades de género que les acompañan desde el mismo instante en el que nacen: acceso a la educación, a la salud o al agua, derecho a la vivienda, a un empleo digno o a participar en decisiones políticas o económicas.

En América Latina a los feminicidios se suman las dificultades de mujeres para decidir sobre su cuerpo y su maternidad, o la persecución que sufren las defensoras de derechos humanos.

En Asia, en países como India o Pakistán, el peso de las tradiciones culturales hace que sean consideradas inferiores a los hombres, a lo que se suma que el honor de ellos depende de las acciones de ellas. Por no hablar de Afganistán y la crueldad extrema impuesta por los talibanes a las mujeres, silenciándolas literalmente hasta el punto de no permitir ni su voz.

Y no es victimismo. Son datos. Datos objetivos.

Pero no solo la lentitud en los avances en igualdad es desesperante, también el contexto geopolítico, con una ultraderecha y su ideario anti-igualdad en todo su apogeo, hace más necesario que nunca un enfoque feminista de las relaciones internacionales.

El feminismo, que por definición es internacionalista, como los derechos humanos, tiene el reto de plantear discursos y acciones que desafíen las lógicas de poder imperantes, que aborden los grandes temas de la agenda global. El feminismo, desde todos los continentes, con sus propios ritmos y batallas culturales específicas, debe conseguir que se equilibren las estructuras de poder de modo que todas las personas gocen de igualdad de oportunidades en el mundo.

Debemos prestar atención a este nuevo contexto global que, a toda velocidad, impone sus lógicas imperialistas y neoliberales, y que va siempre acompañado de un patriarcado feroz que azuza un discurso machista que consigue penetrar en jóvenes y perpetuarlo en los no tan jóvenes.

Pero al igual que persiste toda esta desigualdad de género a nivel global, sabemos de la fuerza y la valentía de tantas compañeras feministas en Africa, Asia o América Latina. Mujeres que ejercen liderazgo y activismo feminista y arriesgan incluso su vida a favor de la lucha por la igualdad de derechos y que son referentes para tantas mujeres y hombres.

Del empoderamiento de nuestras compañeras de otras latitudes, de su lucha por participar en la vida pública, económica y social también debemos aprender las feministas de los países del Norte geográfico. En contextos mucho más duros que los nuestros, su fuerza y su valentía son un ejemplo.

Todas somos imprescindibles e imparables, y nuestra obligación como socialdemócratas, con esa visión internacionalista de la solidaridad y la igualdad, es reconstruir las agendas de lo internacional desde la perspectiva de la igualdad de género para que no caiga en esencialismos o se limite añadir “la mujer y sus problemas” a esas agendas.

En este contexto tan hostil, debemos trabajar en red, con escuchas activas y proactivas. Solo así conseguiremos dar la relevancia internacional que se merece a las problemáticas específicas y diferenciadas de exclusión en cada rincón del planeta y a la invisibilización de más de la mitad de la población del mundo.

Debemos integrar la voz, las ideas y la acción de mujeres diversas de todos los lugares para continuar la lucha por una igualdad real, efectiva y duradera.

Solo así todos los 8 de marzo serán posibles.

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María Guijarro es diputada por el PSE.EE de Bizkaia. Portavoz de Cooperación Internacional y Ayuda Humanitaria del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso.

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