Al alba: aquel 27 de septiembre de 1975

… Y pregunto también / los nombres de los asesinos, / aunque los sepa bien, sílaba a sílaba, / pero los quiero dichos en voz alta, / a gritos…

Angelina Gatell

Final

Esta vez empiezo a escribir por el final. Al fin y al cabo, como decía Eliot, el principio y el final son casi lo mismo. O lo mismo. Los versos que Angelina Gatell había escrito y leyó en un acto celebrado en Madrid, en la Biblioteca Nacional, el 27 de septiembre de 2008. Ahí la fecha. Día 27 de septiembre, pero esta vez, echando la vista atrás, de 1975. ¿Cuánta gente sabe lo que pasó ese día en Barcelona, en Burgos, en el pueblo madrileño de Hoyo de Manzanares? ¿Dónde, cuándo y cómo se ha contado desde entonces lo que pasó? Al ritmo que va la vida, cincuenta años no son nada. Apenas treinta más que los del tango de Gardel y Alfredo Le Pera. Apenas treinta años más. Algo insignificante para un país que fue morirse Franco y apostar por el silencio y el olvido. De hecho, estamos “celebrando” los cincuenta años de democracia, ¿no? Empezó con mucha publicidad institucional sin que supiéramos muy bien en qué consistía esa celebración. ¿Íbamos a buscarle las cosquillas a Martín Villa? Vaya rima tonta me ha salido. Ni a Martín Villa ni a nadie. Se han ido muriendo los verdugos franquistas sin que les pasara nada. Al revés. Cuando llegó la democracia y casi hasta ahora mismo se los ha condecorado, se les han concedido pensiones “por los servicios prestados”, les han lavado la cara de fanáticos de la violencia y las manos con las que golpeaban a sus víctimas en las comisarías, bastantes veces hasta la muerte.

La España de los años sesenta y setenta no era la plaza tranquila que algunas miradas complacientes han querido ver. El desarrollismo y la aparente apertura que quisieron adjudicarle intentaban tapar las cicatrices de un régimen que no dejó de perseguir ni condenar la disidencia hasta el último momento, ese momento en que el dictador se murió en la cama, entubado por todos los huecos, ridículamente convertido en un despojo que no tenía nada de humano. El déspota que tanto aman los del PP y Vox, la piel pegada a los huesos como si lo que quedaba de él fuera sólo un infame pellejo endurecido por su nunca abandonada condición de matarife. Si repasamos la lista de detenciones y torturas en esos años a manos de lo que se llamaban y se llaman eufemísticamente fuerzas de seguridad (¿de seguridad para quién?) el recuento se haría interminable. Todos tenemos una víctima cercana de la que apenas se ha dicho nada, que ha sido escondida en el rincón donde se guardan las vergüenzas de un tiempo corrupto hasta las cachas. El último franquismo no fue una calma chicha. Como tampoco lo fue, y bien que lo dijo el historiador Pierre Vilar con esas palabras, la transición política a la democracia. La historia no se inventa. Tampoco la verdad. Aquí se hablaba de la reconciliación sin tener en cuenta que antes de la reconciliación se tenía que haber contado la verdad. ¿Qué verdad? Pues la verdad. ¿Que cada cual tiene la suya? Eso es lo que dicen quienes apuestan claramente por la mentira.

En marzo de 1974 un joven anarquista llamado Salvador Puig Antich fue asesinado a garrote vil en Barcelona. Un policía muerto en una refriega. El asesino no podía ser otro para un tribunal militar franquista: Salvador, como familiarmente lo llama Loquillo en una de sus canciones más conmovedoras, una canción que forma parte de la banda sonora de un excelente documental de Susana Koska titulado Mujeres en pie de guerra. Con ellos dos y Carmen, una de las hermanas de Puig Antich, anduve un tiempo rodando por algunos sitios para exigir lo que finalmente, no hace mucho, ha conseguido la familia: la nulidad del juicio que condenó al hermano porque no había contado con ninguna garantía de defensa. La farsa de los juicios franquistas desde que dieron el golpe de Estado contra la República en julio de 1936. “¡Vamos a volver a 1936!”, grita desde el escenario el grupo musical fascista Los Meconios en los mítines de Vox y en una fiesta organizada por el Ayuntamiento de València, gobernado por el PP y Vox, hace unas semanas. La farsa que denunció el 11 de septiembre de 1975 Fernando Sierra cuando se enfrentó al tribunal que lo juzgaba en el acuartelamiento madrileño de El Goloso: “Las declaraciones de la policía han sido obtenidas mediante torturas y amenazas. Este juicio es una farsa, las condenas están dictadas de antemano”.

Estábamos en septiembre de 1975. Dos meses después moriría el dictador. Y como se ha dicho y escrito tantas veces: un dictador que nació y murió matando. Ahora se cumplen cincuenta años desde aquel 27 de septiembre de 1975. Y hay un libro que cuenta la historia de ese día, de lo que pasó y de sus protagonistas. De un tiempo que si no se cuenta será como si no hubiera existido.

Dictadura es terrorismo

Así empieza el primer capítulo del libro 27 de septiembre 1975. Los últimos fusilamientos del franquismo. La generosidad de la resistencia, recién editado en El Garaje Editores por la Plataforma Abierta Al Alba. La ausencia de libertad hace que su búsqueda se articule desde diferentes militancias y puntos de vista políticos e ideológicos. Entre los grupos que defendían la lucha armada contra la dictadura estaban ETA y en los años setenta el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Los últimos estertores del franquismo llevaban tiempo resonando en el ambiente. En 1974 el dictador hubo de tomarse unos días de hospital porque ningún traje militar o civil se ajustaba a un cuerpo cada vez más flaco, pero con las mismas ganas de demostrar su crueldad que cuando abanderó el golpe de Estado de 1936 contra la legitimidad republicana. 

Pocas cosas se les escapan a las páginas de este libro necesario. Desde el contexto político de aquel año a los testimonios de ahora en las voces de algunos de sus protagonistas principales. Conozco a algunos de ellos y me siento a ratos -al leerlos ahora en papel- profundamente conmovido. También con la rabia que te entra cuando ves -aunque ya lo supiéramos desde la operación exterminio que montaron Mola, Queipo, Yagüe y compañía- que los juicios franquistas de todas las épocas fueron una pantomima, que nunca hubo desde aquel lejano año de 1936 la más mínima posibilidad de defensa con garantías de quienes sufrieron detenciones y torturas porque el fascismo no ha de dejar un cabo suelto que le pueda hacer daño: unos juicios celebrados “sin pruebas, sin testigos, sin posibilidad de defensa, imponiendo el silencio a los abogados o expulsándolos de la sala, imponiendo silencio a los acusados, incluso con amenazas policiales directas”.

Hubo en aquel septiembre de 1975 cuatro Consejos de Guerra. El primero, en Burgos, contra los miembros de ETA José Antonio Garmendia y Ángel Otaegi. Pena de muerte para los dos, aunque Garmendia vería conmutada su pena por el estado físico y mental en que quedó al ser tiroteado por la policía y luego torturado. En el acuartelamiento madrileño de El Goloso tendría lugar el segundo y, de los doce militantes del FRAP detenidos, cinco pasarían a juicio: Vladimiro Fernández Tovar, Xosé Humberto Baena Alonso, Fernando Sierra Marco, Pablo Mayoral Rueda y Manuel Blanco Chivite. Penas de muerte que finalmente vería cumplida Baena Alonso. Su familia y la de Sánchez-Bravo han conseguido la nulidad del juicio que lo condenó a muerte. Las torturas corrieron a cargo de una de las estrellas policiales de la represión franquista, condecorado luego por la democracia: el comisario Roberto Conesa. El tercer Consejo de Guerra, igualmente en El Goloso, sentó en el banquillo a los también miembros del FRAP José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz, Manuel Cañaveras, José Fonfría, María Jesús Dasca y Concha Tristán. Penas de muerte que alcanzarían finalmente a los dos primeros. En esta ocasión se lucieron con su arte para la crueldad el omnipresente Conesa y su ayudante predilecto para estos quehaceres: Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño. Por último, en Barcelona, se celebraría el cuarto Consejo de Guerra: condena a muerte para el miembro de ETA Jon Paredes Manot, Txiki. En el fondo de las acusaciones -sin que esas acusaciones fueran corroboradas por testigos fiables- los atentados que costaron la vida a los miembros de la policía y la Guardia Civil Gregorio Posadas Zurrón, Antonio Pose Rodríguez, Lucio Rodríguez y Ovidio Díaz López

Aquí se hablaba de la reconciliación sin tener en cuenta que antes de la reconciliación se tenía que haber contado la verdad. ¿Qué verdad? Pues la verdad. ¿Que cada cual tiene la suya? Eso es lo que dicen quienes apuestan claramente por la mentira

Siguiendo el hilo de los hechos, el 27 de septiembre de 1975 tendría lugar el desenlace de esos cinco Consejos de Guerra. En Burgos. En Hoyo de Manzanares. En Barcelona. Los últimos crímenes del franquismo. Nacer matando y morir matando. Las presiones internacionales no sirvieron de nada. Bueno, sí que sirvieron: al menos la dictadura franquista ocupó el escenario mundial de la indignidad y la vergüenza. Fue larga la nómina de países que se manifestaron contra esos crímenes. Algunos de eso países retiraron a sus representantes en España. Reconocidas figuras de la política, de la filosofía, del mundo obrero, del cine… se comprometieron en la contestación a las ejecuciones. Hasta al Papa Pablo VI hicieron oídos sordos el dictador y sus ministros. Los nombres de la infamia en el poema de Angelina Gatell. Salen muchos en este libro que no deja nada suelto de lo que fueron aquellos días, aquellos meses, aquellos años en que la dictadura no aflojó en su crueldad y su vileza sino todo lo contrario. En estos momentos, Pablo Mayoral, Manuel Blanco Chivite, Vladimiro Fernández Tovar y Fernando Sierra Marco han solicitado al Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática “la declaración de Reconocimiento y Reparación Personal del Gobierno de España”, lo que como decía antes ya ha sido concedido por ese Ministerio a sus compañeros Baena Alonso y Sánchez-Bravo. A esa solicitud se ha adherido Gerardo Viana Fernández-Valilla, abogado de García Sanz, sin familia que lo haga en su nombre. Especialmente emotiva resulta la correspondencia del letrado con Santiago, hermano de García Sanz, que sufría una enfermedad degenerativa y estaba ingresado en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza: “A tu hermano Ramón sólo pudimos verle cuatro veces… pero fueron suficientes para darnos cuenta de su categoría humana. Fueron entrevistas intensas, cargadas de emoción, donde Ramón nos dio un auténtico ejemplo de serenidad, valentía y honradez”.

Cincuenta años y una canción

Nada es medio siglo dentro y fuera de los tangos. Si la memoria no muere, el tiempo acabará estando de nuestro lado. A pesar de lo difícil, de que el fascismo de viejo o nuevo cuño esté haciendo estragos por el mundo, de que las redes y los medios que corrompen la verdad ocupen el espacio que antes era el de la libertad de expresión sin ninguna concesión a las mentiras. Ese día sonará por todas partes la voz de Luis Eduardo Aute. No fue compuesta Al alba para cantar los últimos crímenes del franquismo. La escribió antes y la dio a conocer Rosa León en los primeros meses de ese mismo año. Poco después esos cinco crímenes confirmarían una vez más la villanía del franquismo. Una canción de amor. O de desamor. Una canción que nos habla de la oscuridad pero también de esa luz que la ilumina en los tiempos difíciles.

Si tienen ocasión, lean este libro. Repito, en esta última línea, el título: 27 de septiembre 1975. Los últimos fusilamientos del franquismo. La generosidad de la resistencia. Habla de la memoria. De lo que no puede ni debe ser olvidado. De un tiempo en que gritábamos los sueños aunque a veces esos sueños se convirtieran en una insoportable pesadilla. Cincuenta años que caben en una sola canción. La larga noche, sí. Pero también la seguridad de que será larga la esperanza en que el fascismo de viejo o nuevo cuño no lo convierta todo en una mierda. En esa luminosa claridad nos vemos, ¿vale? En esa claridad.

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