Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Vivimos rodeados de frases que no dicen nada y, sin embargo, nos hablan todo el tiempo: “sé tú mismo”, “tú decides”, “sé una mejor versión de ti”, “escoger un camino significa abandonar otros”. Son fórmulas que flotan como espejismos en gimnasios y pantallas.
Llamo Coelhismo sociológico —en alusión al universo de frases hechas que popularizó Paulo Coelho— a esta colonización de la vida por la palabra motivacional vacía. No ofrece respuestas, sino espejismos. Bajo la promesa de liberarnos, nos mantiene sujetos a un relato de insuficiencia perpetua: nunca somos bastante, nunca llegamos del todo, siempre hay un “yo” mejor que debemos perseguir. En su aparente dulzura, estas frases nos condenan a un combate íntimo sin tregua, a un diálogo interminable con un yo ideal que nunca se deja alcanzar.
El poder de lo vacío reside precisamente en su docilidad. Un significante hueco puede acomodarse en cualquier lugar, adornar cualquier muro o chat, circular en cualquier boca. Puede incluso unir a desconocidos en miradas de ensoñación, mientras se interrogan —sin saberlo— sobre el sentido del sin sentido. Lo que parece inofensivo resulta, sin embargo, el instrumento más eficaz de un poder que no manda ni prohíbe, sino que persuade y seduce. Y esto no es nuevo. Michel Foucault lo señaló con lucidez: el poder moderno no vigila desde fuera, sino que habita la subjetividad, se aloja en la conciencia de cada uno. El Coelhismo no nos oprime; nos invita. No amenaza; sonríe. Pero es una sonrisa falsa, que busca debilitar la capacidad de acción y la asunción de responsabilidad, tanto individual como colectiva.
Emanciparse quizá no consista en repetir consignas, sino en aprender a desconfiar de ellas. Y a escuchar, detrás del ruido motivacional, el silencio fecundo donde germina lo verdaderamente humano
“Decide”, nos dice, pero calla que no todos podemos decidir desde el mismo horizonte. “Sé tú mismo”, insiste, como si ser uno mismo fuera un acto transparente; como si el yo no estuviera siempre atravesado por la historia, por la desigualdad, por la herida de lo colectivo, por una infinidad de razones que desbordan incluso a la propia palabra.
Lo que aquí se celebra como libertad es, quizá, la forma más perfecta de domesticación. Pues nada esclaviza tanto como aquello que se presenta bajo el signo de lo propio, de lo íntimo, de lo elegido. Y así nos descubrimos obedeciendo no a un otro, sino a la voz dulzona que repite dentro de nosotros: “puedes más, aún no es suficiente”, “mañana saldrá otro sol”. El Coelhismo no es literatura, ni filosofía, ni siquiera pensamiento: es decoración. Una decoración banal, que recubre las grietas del presente con frases que brillan como espejos empañados. Y en ese brillo, lo que se pierde es lo esencial: la posibilidad de un pensamiento que no nos adiestre, sino que nos abra.
Porque emanciparse quizá no consista en repetir consignas, sino en aprender a desconfiar de ellas. Y a escuchar, detrás del ruido motivacional, el silencio fecundo donde germina lo verdaderamente humano. Tal vez allí, en ese silencio, se oculte la promesa que tanto buscamos.
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Anna Garcia Hom es analista y socióloga.
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