COP30 de Belém: Replantear la crisis climática desde la justicia social

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, habla durante el inicio de conferencias de la COP30 este lunes, en Belém (Brasil).

Intentando huir de la deriva fósil de las últimas conferencias del clima, la COP30 de Belém intenta sacudirse el aroma a gasolina a partir de la premisa de uno de sus principales objetivos, que es el de “conectar la acción climática con la vida real de las personas”. El desafío es importante, dado que en los últimos años la respuesta global ante el cambio climático se ha visto aún más amordazada por la pinza de intereses comunes que forman los grandes productores de combustibles fósiles, las grandes compañías que fían su crecimiento y funcionamiento a la degradación medioambiental o los propios movimientos negacionistas del cambio climático. 

Sin embargo, los discursos y compromisos grandilocuentes difícilmente se traducen en acciones reales, coordinadas y efectivas frente al cambio climático. Conviene recordar al respecto que los tres últimos años han sido los más calurosos registrados hasta ahora, y no parece que se vaya a revertir esa tendencia a partir de lo que se decida en Belém.

¿Pasar del “Antropoceno” al “Capitaloceno” en las COP?

No ayuda mucho el hablar con un tono pesimista sobre los resultados posibles de conferencias como la de Brasil, pero sí que puede ayudar esa crítica para plantear el enfoque y soluciones que la civilización humana actual esta dando al problema del cambio climático. Una forma de abordar el enfoque actual y la posibilidad de respuestas diferentes parte del concepto de “Antropoceno”.

Desde el 2000, año en que fue formulado por Paul Crutzen y Eugene Stoermer, el término “Antropoceno” se ha utilizado, tal vez de forma inocente o ingenua, como un vehículo para explicar el problema del cambio climático atribuyendo la crisis ecológica a la humanidad en general. Esto daría a entender que todas las personas y sociedades fueran igualmente responsables.

Esta fórmula “cambio climático = responsabilidad de la humanidad”, de simple pasaría por encima de cuestiones fundamentales como pueden ser la desigualdad o la injusticia. De hecho, durante muchos años, en las COP y en otros foros se ha entendido el cambio climático como un asunto técnico o ambiental aislado. Esta visión dejaría al margen problemáticas centrales como pueden ser la precariedad, el hambre, la pobreza, el apartheid climático, la lucha por los derechos humanos, el aumento de las migraciones, los derechos de las mujeres, las cuestiones democráticas o la división de clases, entre otras cuestiones. En otras palabras, se ha abordado la crisis climática como un fenómeno aislado, desvinculado de la justicia social.

En contraposición al antropoceno, el Capitaloceno se entiende como una respuesta a esa relación de causalidad directa. No es “el ser humano” quien destruye la naturaleza, sino una forma específica de organización social, económica y ecológica, entendida como “Capitalismo”.

Mas allá de terminologías, la cuestión fundamental es entender y abordar la mayor complejidad del problema del cambio climático y su componente social. Solo desde esa comprensión será posible articular respuestas más justas, que sitúen en el centro de las políticas climáticas la defensa de los derechos humanos, así como la redistribución del poder y los recursos.

Sin embargo, la hegemonía de los intereses corporativos globales en la toma de decisiones en las COP no discute el crecimiento y el consumo, disfrazándose de verde, y los mecanismos económico-financieros sepultan cualquier intento de establecer medidas sociales realmente transformadoras. Como explica Jason W. Moore, uno de los teóricos del “Capitaloceno”, se pretende crear soluciones desde las dimensiones más violentas y explotadoras de la historia. 

Brasil: liderazgo climático y contradicciones internas

La ausencia de un liderazgo por parte de otras potencias permite a Brasil erigirse como un líder, no solo debido a su papel organizador, sino también dado el teórico compromiso de su gobierno actual con el medioambiente y la lucha contra el cambio climático. 

Estados Unidos, con Trump, no va a participar de compromisos clave y China navega en la ambigüedad. Por su parte, la Unión Europea no está en condiciones de ir por el mundo dando lecciones de compromiso climático y exigir que se cumplan determinadas metas, cuando no hace sino retroceder en su compromiso climático y social.

Quienes menos han contribuido al calentamiento global son quienes más sufren sus consecuencias, y por ello deben ser protagonistas en la toma de decisiones

Por tanto, la celebración de la COP30 en Brasil genera expectativas de que la Cumbre dé mayor protagonismo al Sur Global, priorice la adaptación y el financiamiento climático y fortalezca la participación social como vía para soluciones más justas. Además, la Amazonía, como territorio clave para la regulación climática mundial, sitúa a Brasil en una posición estratégica para impulsar una agenda que combine justicia climática, preservación ambiental y bienestar comunitario.

Sin embargo, Brasil llega a la COP30 marcado por profundas contradicciones. Mientras el gobierno busca proyectarse como líder climático internacional, internamente continúa promoviendo proyectos extractivos y de expansión de infraestructura que amenazan la selva, incluyendo la exploración petrolera en la desembocadura del Amazonas. La presión por mantener el crecimiento económico, financiar políticas sociales y sostener empleos convive con la necesidad de frenar la deforestación, la minería ilegal, el agronegocio y la construcción de carreteras que fragmentan ecosistemas y territorios indígenas. Esta tensión refleja el dilema central del país: cómo garantizar desarrollo sin continuar destruyendo su patrimonio ambiental más vital.

Estas dinámicas afectan especialmente a pueblos indígenas y comunidades marginadas que viven en territorios sometidos a actividades extractivas, enfrentando contaminación, pérdida de tierras y violencia al defender sus derechos. 

Protagonismo de los pueblos: la justicia climática como punto de partida

Esta realidad nos lleva al argumento inicial de este texto: la crisis climática no es solo ambiental, sino también social y de derechos humanos. El reto para Brasil —y para la COP30— es pasar del discurso a la acción colectiva y avanzar hacia modelos económicos que protejan la Amazonía y garanticen la justicia climática, sin reproducir las lógicas extractivistas que originaron la crisis.

Durante la COP30 de Belém se pretende fortalecer los compromisos nacionales (NDCs), avanzar en adaptación y garantizar financiamiento real para pérdidas y daños en países vulnerables. 

Pero también debe haber espacio para los movimientos sociales, pueblos indígenas y comunidades tradicionales que tienen la capacidad de articular respuestas desde los territorios, impulsando propuestas basadas en justicia climática, soberanía territorial y transición justa, pero también en reformas agraria y urbana, economía solidaria, lucha contra la deforestación o la defensa activa contra el racismo ambiental. 

En resumen, es necesario hablar de justicia climática y enfatizar que quienes menos han contribuido al calentamiento global son quienes más sufren sus consecuencias, y por ello deben ser protagonistas en la toma de decisiones.

Si el objetivo es avanzar hacia una verdadera transformación, es fundamental cuestionar los marcos ideológicos del capitalismo —como el consumo ilimitado y el crecimiento sin límites— y construir nuevas formas de relación entre seres humanos y naturaleza. En este sentido, Brasil y la COP30 pueden ser espacios clave para reorientar el debate global hacia procesos sociales y políticos de cambio profundo. La justicia climática debe ser el eje y no un elemento secundario, orientando las decisiones hacia modelos que prioricen la vida y la sostenibilidad por encima del beneficio económico.

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Jesús Gamero es experto en retos medioambientales y analista de la Fundación Alternativas.

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