Exagera que algo queda

La hipérbole se ha instalado en el discurso político. Como una espoleta para activar conciencias, no es ya el discurso establecido en base a unos hechos considerados de manera objetiva, ni la razón con la que se impregna un juicio crítico dentro de la batalla dialéctica entre contrarios, sino que es el momento de lo hiperbólico, de la exageración para medir la capacidad de acción electoral de la derecha. 

Cervantes, con la voz de su Quijote, ese hombre de La Mancha que se puso el Don sin merecerlo, utiliza también la hipérbole para atraer la atención del lector, para simpatizar con una literatura fresca y cercana donde los compromisos con la verdad quedan en el territorio de la ficción. Así las cosas, el escritor facilita, en esa astucia literaria, un tono de burla para comunicar la acción que está intentando describir.

Pero el territorio de lo literario tiene poco que ver con la política, se puede pensar. ¿O no?

Los recursos que se dan en la escritura pueden ser un foco de atención dentro del contexto de las mensajes de los partidos en liza. Las estrategias penden de la asimilación de mensajes para calar de manera definitiva en el otro, en ese interlocutor que es el hooligan, el votante, el militante de base, etc.

Si quiero vender un coche, pongamos por caso, mi mensaje va a ser definido por su tecnología, su capacidad para dar el confort necesario, la fuerza de su motor y, sobre todo, los niveles de consumo y la eficacia en carretera. ¿Dónde quedaría aquí el concurso de lo hiperbólico para acercar al comprador a mi producto? Quizá no en lo que quiero vender sino en aquello que quiero que no compren. 

Hagamos un esfuerzo y supongamos que el coche es la fuerza de una ideología, de un partido político, de un líder. La destreza del mensaje de venta viene definida por hablar en términos moderados de nuestro producto, calificándolo de envidiable o de necesario, pero nunca exagerando sus características. El líder político no soportaría, ni sus votantes tampoco, una estrategia en la que se valorara demasiado efusivamente su contexto y su imagen.

Pero si se trata del contrario, del coche chino o del americano, podemos establecer una gran mueca para comunicar, una estrategia de ficcionalidad que nos permite, por un lado denigrar el producto y, por otro, amplificar sus defectos. Lo hiperbólico es aquí el gran elemento a tener en cuenta.

Por eso cabe ese compromiso con la frase esdrújula. Cuando el PP habla de la directora general de Protección Civil como de una pirómana, no se tiene en cuenta nada que tenga que ver con la moral, sino que es una estrategia de venta de su producto; no les importa atacar desmedidamente, con calificativos gruesos en tiempos de incendios, para hacer llegar el mensaje de lo hiperbólico, porque esa es su estrategia de venta. Cuando activan la maquinaria de la crítica, nada les es más útil que el chisme o la exageración. Y nadie (o muy pocos) se paran a pensar en el tamaño de la barbaridad, en la falta de moral que acarrea.

Cuando desde el PP activan la maquinaria de la crítica, nada les es más útil que el chisme o la exageración. Y nadie (o muy pocos) se paran a pensar en el tamaño de la barbaridad, en la falta de moral que acarrea

Porque tenemos una sociedad que disfruta con la hipérbole, de la misma manera que los numerosos lectores de la primera parte de Don Quijote disfrutaron con las cuitas del loco caballero andante y su escudero. Y eso es algo que la derecha sabe. 

Nuestra idiosincrasia es hiperbólica. Desde ahí hemos dejado caer el peso mayoritario de nuestra civilización.

Y ahora vendemos coches en vez de políticos que trabajen en el bien común y en la calidad de vida como asunto de Estado. Ahora es el mejor momento para exagerar porque tenemos una capacidad magnífica para que funcione la idea de cargar las tintas sobre el coche de la competencia. 

Acabo de empezar la lectura del libro de Pino Aprile Nuevo elogio del imbécil, en el que ya en el prólogo dice: “Es como cabrearse por los resultados electorales que no nos gustan, cuando deberíamos tener presente que los votantes no eligen al mejor, al más honrado, al más capaz, sino a quien más se les parece. Y como los imbéciles son mayoría, ya sabemos quién gana”. Pura estrategia de marketing desde lo hiperbólico. 

Touche.

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Javier Lorenzo Candel es poeta.

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