Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
Cuando la señora Ayuso y otros, y otras, representantes del PP utilizan los insultos contra sus oponentes políticos, bien sea en el Congreso, en los Parlamentos de las Comunidades Autónomas, en los medios de comunicación o en cualquier circunstancia, sentimos un estupor tan enorme, por la falta de respeto que despliegan, que, invariablemente, nos quedamos sin palabras. El nivel de descalificación, a través del insulto, es tan elevado que cabe preguntarse qué interpretación psicológica podría derivarse de estos comportamientos que, para empezar, denotan un bajo estatus moral y bastante desesperación.
Porque cuando en el PP gritan: “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, “¡Hijo de puta!”, como si se tratara de un mantra hindú, ¿qué nos están transmitiendo?
Es muy fácil.
Nos están transmitiendo la falta de argumentos sólidos que les permitan defender sus puntos de vista. La imagen no puede ser más patética, porque implica incapacidad para debatir y tal vez un bajo nivel intelectual. Así que utilizan el insulto para suplir esas profundas carencias, casi agónicas, e intentar desacreditar al adversario. Con estas actitudes se degradan tanto que casi dan pena; y van bajando, bajando, escaño tras escaño, a tal velocidad, en lo que se refiere a la decencia y el buen hacer, que, en cualquier momento, se van a hundir hasta desaparecer bajo el pavimento.
Cuando en el PP gritan: “¡Hijo de puta!” [...], ¿qué nos están transmitiendo? [...] La falta de argumentos sólidos que les permitan defender sus puntos de vista
El insulto, como todo el mundo sabe, proyecta inseguridad. Es un agravio con el que se pretende desestabilizar al interlocutor, anularlo y humillarlo para intentar mantener el control de la situación. El que insulta no sabe argumentar y, para disimular, se erige en el poseedor absoluto de la verdad y se llena de ira y de agresividad verbal, que pueden derivar en maltrato psicológico.
Si los insultos se repiten reiteradamente es posible que nos encontremos ante personas con trastornos mentales graves, pues el insulto y la ira descontrolados los convierte en maltratadores psicológicos, que pretenden mermar la seguridad del contrincante y ponerlo contra las cuerdas para degradarlo hasta el infinito.
El insulto también pone en evidencia la triste personalidad de quien lo usa. Es un fenómeno psicológico, a veces asociado a la frustración y a la baja autoestima. Expresa incapacidad para mantener el autocontrol y la ausencia de razones válidas para desmontar el discurso del otro y, por supuesto, impide la posibilidad del diálogo.
El insulto es una reacción primaria y, a veces, una forma de eludir la responsabilidad. El insulto es maltrato y, como tal, causa daño.
“El insulto deshonra a quien lo profiere, no a quien lo recibe” (Diógenes).
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Nieves Sevilla Nohales es maestra y escritora.
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