Vox: entre Berlanga y Camus

Juan Manuel Aragüés

Tengo la impresión de que, en ocasiones, nuestros análisis sobre Vox pecan de una cierta simplicidad y que responden más a posiciones de evidente rechazo que a una reflexión más profunda sobre lo que el fenómeno supone. Por ejemplo, llevados por el soniquete de unos medios de comunicación en los que la superficialidad y la ausencia de análisis es la tónica, repetimos que el próximo ciclo electoral pudiera llevar a una experiencia de gobiernos inéditos de PP y Vox. Sin embargo, nada más alejado de la realidad, pues esa combinación política es la que se mantuvo en el poder en España durante el periodo más largo de su historia reciente, entre 1939 y 1975. Lo que representan ambas formaciones fue —cualquier análisis histórico mínimamente serio lo pone de relieve— el núcleo central de la política de la dictadura. Los griegos hacían de la genealogía una de las estrategias de la aristocracia para justificar su poder. Si el aristócrata acaparaba el derecho a la política era porque sus antecesores, entre los que finalmente se hallaba un dios, ya lo habían detentado. Si miramos los apellidos de nuestra derecha veremos que la realidad es muy semejante y que los ilustres apellidos de ahora, en la política, en los negocios, en la judicatura, en el ejército, marcan un hilo de continuidad con el poder del caudillo de España por la gracia de dios.

Si miramos los apellidos de nuestra derecha veremos que la realidad es muy semejante y que los ilustres apellidos de ahora, en la política, en los negocios, en la judicatura, en el ejército, marcan un hilo de continuidad con el poder del caudillo de España

Pero quisiera referirme a un episodio más concreto y que ha tenido lugar hace escasas fechas. Me refiero a la aparición de Vox en las diferentes manifestaciones que se convocaron en defensa del campo. Especialmente a la forma de su aparición, a la indumentaria que sus dirigentes eligieron para acudir a la movilización. Ya sabemos que las clases altas son muy de vestirse “para la ocasión” y que, así, se cambian para cenar o saben qué tipo de ropa es preciso lucir en función del acontecimiento al que se acuda. De ahí que, como es lógico, los dirigentes de Vox (no voy a utilizar un lenguaje inclusivo en este caso, creo que no les importará) decidieran vestirse “como se viste en el campo”. Y ahí es donde nuestros análisis críticos han sido muy poco finos.

En ese afán de criticar a Vox todo lo que hace, desde la izquierda han sonado muchas voces que señalaban que nadie en el campo viste de la manera en la que la hicieron los dirigentes de Vox; alguna de ellos, al parecer experta cetrera, con ave de presa en el puño incluida. Aunque en este caso, el de Rocío Monasterio, sí que hay un vínculo muy estrecho con el campo, en su Cuba de origen, donde su familia explotaba impunemente a los trabajadores de sus plantaciones en los buenos tiempos de Batista. Pero esa apreciación, la de que nadie viste así en el campo, es profundamente errónea y parece mentira que salga de la boca de una izquierda tan familiarizada con el buen cine español. No hace falta más que repasar una parte de nuestra filmografía para que ver que, efectivamente, en el campo hay gente, las élites dirigentes, que sí viste de ese modo. Es cierto que ningún agricultor o ganadero, en el ejercicio de su trabajo, acude a sus explotaciones de esa guisa (sería el hazmerreír de sus vacas y vecinos), pero no es menos cierto que, cuando los “señoritos” acuden a sus fincas, lo hacen de ese modo. Y de “señoritos” estamos hablando.

Mario Camus y Miguel Delibes así lo retrataron, de manera atroz y magnífica, en Los santos inocentes, obra en la que se puede apreciar a la perfección la relación paternalista, de dominio, brutalidad y menosprecio, que se produce entre los señoritos y los habitantes y trabajadores del campo. Como si de una broma con proyección de futuro se tratara, el señorito de la película, interpretado maravillosamente por Juan Diego, se llama nada menos que Iván. Y a su espinosa finca va, exclusivamente, de montería. No sabemos si los falsos planos de la casa solariega los firmó su esposa.

Por su parte, en los albores de la democracia, en 1978, Berlanga nos regaló otra de sus obras maestras, La escopeta nacional, en la que, además de reproducir la misma relación de las urbanitas élites políticas del franquismo con el campo, nos muestra cómo se llevaban a cabo los negocios en la época, la manera en la que se amañaban los grandes contratos. Si la imagen típica para estos menesteres en una película norteamericana es una partida de golf, en España la cacería fue, y sigue siendo en algunos ambientes, el lugar privilegiado para cerrar grandes negocios.

No nos engañemos por tanto. Vox acudió a las mencionadas manifestaciones con un atuendo milimétricamente ajustado a su visión del campo. Señoritos guapos y ufanos, plenos de derechos y prerrogativas, que acuden a "sus" tierras a poner orden, hacer negocios, divertirse y recordar quién manda. Porque el campo es suyo. Si algo nos pudiera sorprender es que en el imaginario de esa derecha tan rancia, su visión del campo no se haya modificado en cincuenta años. Sorpresa que se atenúa si nos hacemos conscientes de que el proyecto político de Vox es, precisamente, retornar a ese orden social jerárquico, brutal y represor que se encarnó en el franquismo y que nuestro cine mostró de manera sublime. Aunque, si de cine se trata, seguro que los de Vox, más que de Berlanga y Camus, son de Leni Riefenstahl.

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Juan Manuel Aragüés es profesor de Filosofía, Universidad de Zaragoza.

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