Tres hechos clave marcan el horizonte electoral en España

Comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados

PP y Vox consolidan una ventaja cómoda y alcanzan 191 escaños y 11.940.000 votos, mayoría absoluta clara (situada en los 176 diputados). El análisis independiente de las tablas del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado este miércoles, mantiene las tendencias observadas estos últimos meses: Vox sigue sin tocar techo y PP y PSOE se disputan la primera posición, con ambos achicando agua. Podemos verlo en el cuadro siguiente.

La derecha empieza a pensar que lo útil es votar a Vox

Estimación aparte, noviembre ha servido para constatar tres hechos que a estas alturas parecen ya incontestables. El primero de ellos es que Feijóo sigue errando en la creencia de que el camino a transitar es la llamada a la unidad y el voto útil de la derecha. Esa vieja premisa fue alumbrada como necesidad en tiempos de Manuel Fraga y ejecutada en los noventa por José María Aznar, en décadas en las que había en España una mayoría social progresista que marcó en la piel de la derecha la idea de que solo juntos se podía ganar. Esa concepción rocosa, homogeneizada, fue exitosa en la medida en que llevaba a urnas a todo el espectro liberal, democristiano, conservador, incluso más tradicionalista, bajo unas mismas siglas, con independencia de su sensibilidad ideológica, formando en su conjunto un grupo que históricamente ha mostrado una lealtad electoral más alta que la izquierda, mucho más proclive a la desmovilización. No garantizaba la victoria, pero era la más posibilista.

Pues bien, esa España ya no existe, la nueva realidad social tiene muchos más matices y nos muestra, mes tras mes, que la derecha no compite ya en inferioridad numérica. Hoy hay cerca de doce millones de españoles (600.000 más que en 2023) dispuestos a apoyar un gobierno de PP y Vox. Y en ese ensanchamiento tiene mucho que ver la expansión de Vox, cuya sombra es cada vez más alargada. El PP tendrá problemas si reduce su oferta al mensaje emocional del miedo a Pedro Sánchez porque las motivaciones del voto a Vox van más allá.  

El resultado de esta estrategia es un Vox en el 20,2%, su cota más alta, y un Partido Popular en los huesos, con un 27% de los votos, lejos de esa visión (o deseo) que verbalizó el líder de la oposición la semana pasada en el Congreso, según la cual estaría en 147 escaños, 40 por encima del PSOE. Confiado en engullir a Vox como hizo con Ciudadanos, como si la última década hubiera sido solo un mal sueño.

Nadie parece mirar más allá de las próximas elecciones, pese a los avisos constantes que nos dan nuestros países vecinos. Nadie mira las causas que propiciaron el fin del bipartidismo y el auge de los populismos. Se tiende a relativizar aduciendo al desgaste lógico de los partidos históricos, a una moda pasajera, o cómo el PP hace ahora, achacándolo a los efectos de gobernar en solitario y en minoría en muchas comunidades autónomas.

Las ramas de las próximas elecciones no dejan ver el bosque de impugnación que hay tras ellas, que va mucho más allá del cambio de presidente. Para muchos de los que votan a Abascal el PP es parte del problema. Esto explica que sea Vox el que imponga el marco sobre el que discurre la conversación y el debate político. Cada vez que el PP levanta la voz, Vox le levanta los votantes (la transferencia alcanza ya 1.480.000 electores que cambiarían la papeleta azul del PP por la verde de Vox) y, sobre todo, levanta una cosmovisión alternativa que va más allá de las fronteras convencionales ideológicas y hace de agarradera a amplias capas de población descreídas del bipartidismo. Sin ir más lejos, esta misma semana Abascal apuntaba en esa dirección cuando afirmaba que María Guardiola “es la portavoz de la invasión migratoria, del terrorismo climático y de la Agenda 2030".

La fuga entre bloques se amplía por el efecto Vox

Esto nos lleva a la segunda de las constataciones: Vox alcanza el 20% de los votos porque ha inoculado su doctrina en capas de población hasta ahora reactivas al mensaje de la derecha convencional. Lo que se traduce no solo en su hegemonía entre los menores de 35 años, sino también en su ascendente en las autodenominadas como clases medias-bajas y pobres, que suponen el 30,8% de españoles en edad de votar. En este grupo Vox está ahora por delante del PP con relativa claridad, pero lo verdaderamente distintivo es que podría competir la posición del PSOE, que sólo mantendría la pole position entre obreros y jubilados.

Pese a que las tablas del CIS no permiten un análisis directo por el desvío histórico que se produce en el recuerdo de voto, los microdatos de barómetros anteriores revelan aspectos clarificadores. Por ejemplo, que la formación de Abascal logra un gran resultado entre trabajadores de servicios, vendedores de comercios, empleados de mercados, oficiales, operarios, artesanos, operadores de instalaciones y máquinas, ensambladores y ya no digamos entre estudiantes, policías y militares. Todos ellos –quitando policías y militares– territorio comanche para la derecha hasta hace muy poco. Incluso entre los técnicos de nivel medio ha avanzado ostensiblemente.

Vox se reivindica de esta manera no como socio subordinado del PP, sino como alternativa al PP… y al PSOE. En este sentido, no debe extrañarnos lo que ya señalábamos el mes pasado y se repite este: cada vez hay más votantes del PSOE que afirman que, de haber elecciones, votarían a Vox (por el camino se saltan al PP). Con las tablas del barómetro publicado hoy serían ya 250.000. No es un fenómeno exclusivo de España, sino algo que está ocurriendo en otros muchos países.

¿Por qué se produce este comportamiento electoral disruptivo con la serie histórica? Las causas son muchas y se entremezclan, pero básicamente, lo que hace una década se percibía en Podemos (incluso en Pedro Sánchez) como la promesa de un nuevo constitucionalismo, garante de regeneración, derechos expansivos y democratización económica, para una parte de estos votantes desencantados se ha quedado solo en un ramillete de medidas, algunas de ellas importantes, pero que sin embargo no han logrado articular una identidad colectiva compartida.

El votante que ya en 2015 se movía en el eje viejo-nuevo esperaba reformatear el país y hoy percibe que en esencia han cambiado pocas cosas: emancipación tardía, alquileres imposibles, empleo precario, autónomos en pie de guerra, la cuestión migratoria planeando sobre el debate público en muchos barrios del antiguo cinturón rojo (ahí tenemos el volantazo de Rufián), y en definitiva, un pacto social que no era el esperado. Ante esto, esperar un vuelco electoral con el único mensaje del miedo a la derecha extrema, parece tan insuficiente como el reduccionismo del voto útil.

Esa esperanza, que en muchos casos es hoy desesperanza o rabia antisistema, la domina, expande y canaliza Vox, que presenta una transversalidad de voto notable (incluso en ocasiones antinatura), igual que sucediera a Podemos en 2014, que, por citar un dato muy recordado, llegó a ser la primera fuerza entre aquellos que se auto ubicaban en el centro del espectro político, una parte de ellos exvotantes del PP.

La izquierda necesita un millón de votos

La tercera de las constataciones es que en estas circunstancias no existe aritmética de fórmula plurinacional, porque el buen resultado del PSOE en los territorios históricos no basta. Y aquí es donde comienzan las cábalas. ¿Qué puede hacer la izquierda en esta situación límite? En primer lugar hay que situar al lector en la comprensión de que un Vox en el entorno del 15% para arriba (y está en el 20%) supone para la derecha una prima electoral de muchos escaños que en 2023 fueron a parar a Sumar en provincias medianas, a causa de la ley D'Hondt.

La izquierda necesitaría avanzar en tres objetivos, para los que hoy no tiene respuesta:

1.- Rentabilizar mejor los votos. Solo una fuerza a la izquierda del PSOE en más de tres millones de votos podría limitar este factor. Mucho se ha escrito ya en el pasado de las consecuencias de la fractura entre Sumar y Podemos. Con la estimación que ofrecemos en este análisis una hipotética candidatura conjunta tendría muchas opciones de rescatar diputados en Málaga, Cádiz, Córdoba, Granada, A Coruña, Pontevedra, Asturias, Zaragoza, Girona, Tarragona y Las Palmas. Estamos hablando de 11 escaños, 11 plazas que hoy ayudan a decantar la balanza del lado derecho

También hemos podido leer en fechas recientes especulaciones sobre una lista conjunta imposible de PSOE y Sumar en aquellas provincias donde Sumar no logró representación en 2023. Sumando íntegramente el voto que en estos momentos obtendrían por separado en esos lugares, lo cual es un ejercicio de ciencia ficción porque en política dos más dos no son cuatro, esa hipotética candidatura lograría un escaño adicional en Albacete, Burgos, León, Orense y Lugo. Todo esto, lógicamente, se mueve mes a mes.

Dado que la fórmula de integración, o la opción de no presentarse Sumar en algunas comunidades parece una quimera de resultados además inciertos, las miras vuelven a lo que pueda pasar finalmente a la izquierda del PSOE, con las autonómicas que están por venir como próximo round en este combate interminable.

2.- Aun en la hipótesis de que el punto 1 se llevara a efecto, y más aún si no es así, la izquierda necesita rescatar de la desmovilización y del voto que “se pierde” a pequeños partidos, al menos a medio millón de electores. No es fácil, si bien ya lo logró en 2023, por lo que esta condición no es descartable. Más difícil será aumentar el botín entre aquellos que no votaron en esas últimas elecciones, pero dado que Vox está logrando de ahí muchos apoyos, el PSOE y sus socios necesitan al menos 200.000 votos más de los que hoy captan de la abstención.

3.- Por último, es inviable armar una mayoría con PP y Vox en el 48% de los votos válidos, que es lo que viene sucediendo en toda la legislatura. La izquierda necesita que las derechas no vayan más allá del 45%-46%. Estamos hablando de 600.000 votos menos de los que ahora tienen, dado que la participación estimada estaría en la actualidad en un 71%. Todo lo que sea enviar más de 300.000 electores al bloque derecho estará condenando las opciones del lado izquierdo.

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En resumen, la izquierda tiene ante sí el reto de resolver sus cuitas internas y movilizar a un millón de votantes que en estos momentos están en la desafección o se han desplazado directamente hacia PP y Vox. Lo primero que debería preguntarse es quiénes son y por qué lo hacen. La derecha, sin embargo, tiene una autopista ante sí: las dudas del PP no han hecho sino alimentar la voracidad de Vox y, si no comete errores, estará muy cerca de lograr su objetivo.

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Rafael Ruiz es consultor y analista de datos en asuntos públicos en Logoslab.

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