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El auge de la ultraderecha

Vox se viste de "partido protesta" ante el creciente malestar social por la crisis

El portavoz del grupo parlamentario de Vox, Alejandro Hernández.
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Durante un tenso enfrentamiento con la presidenta de la Cámara, Marta Bosquet, de Ciudadanos, el portavoz de Vox en el Parlamento andaluz, Alejandro Hernández, lanzó un “a la porra” y acto seguido un “a tomar por culo”. No se sabe bien si mandaba a tal lugar y sugería tal tarea al mundo en general o a la presidenta en particular. Lo seguro es que sí lo hizo con su presencia en el pleno, ya que lo abandonó con sus compañeros para no volver. Todo ello acompañado de un agresivo golpe a su micrófono. Quizás poco puede sorprende ya en un partido que acumula un largo historial de gestos de desprecio hacia sus adversarios y hacia los usos comunes del funcionamiento democrático. Vox, no en vano, se inserta en lo que el profesor de Ciencia Política Víctor Lapuente ha llamado el “embrutecimiento de la política”, un fenómeno de escala global que tiene su broche en el trumpismo.

Pero el desplante de los parlamentarios de Vox se inserta en una creciente tendencia de desapego hacia las instituciones del tercer partido en representación en el Congreso de los Diputados, que durante la segunda ola de la pandemia y en paralelo al recrudecimiento de la crisis económica acentúa dos rasgos: el primero, su vis de partido-protesta, al mismo tiempo alentador y receptor de un descontento social que puede ir a más si se cumple lo que el periodista Enric Juliana ha descrito la “apuesta” de Vox, el 21 negro; el segundo es su cada vez más indisimulada inclinación por lo simbólico, lo cultural, lo mediático, lo espectacular, lo ruidoso, incluso a costa de despegarlo por completo de la realidad, en una forma de hacer la política, ordenar las prioridades y comunicar a la opinión pública donde el qué se subordina del todo al cómo.

En las “colas del hambre”

El sociólogo Guillermo Fernández, autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional, cree que, a pesar del “varapalo” de la moción de censura, presentada pese a sus nulas posibilidades de éxito, “Vox ha sentido que el discurso de Pablo Casado le deja un gran espacio libre, tanto desde el punto de vista político como desde el punto de vista simbólico”. Esta va a ser una palabra clave en todos los análisis sobre Vox: “simbólico”. En ese terreno, el simbólico, el discurso de alejamiento Casado permite a Vox reivindicarse como el auténtico valedor de todas las causas y banderas propias de la derecha. Y eso lo extrema en las formas.

“Más allá de los vaivenes diarios, ese discurso de Casado deja poso entre una parte de los votantes de la derecha, que no lo entendieron. Además, Vox piensa que esta postura del PP ni siquiera va a ser sólida, porque va a seguir dando bandazos. De tal modo que piensan que pueden ganar la batalla dentro de la derecha”, señala Fernández. ¿Cómo? A juicio de Fernández, con dos cartas: la agudización de sus rasgos de partido-protesta y lo que el sociólogo llama la “venezuelización”. Vox “explicita muy claramente su oposición sin concesiones al gobierno”, al mismo tiempo que da voz “al descontento social de parados, hosteleros, gente que no está recibiendo prestaciones”. “Creo –continúa– que es importante el acento que pone Vox en las 'colas del hambre' y en 'la miseria que trae el gobierno social-comunista'. En esto Vox sigue jugando con el léxico y la escenografía venezolana”. Y añade: “Lo relevante es que Vox está persuadido de que este posicionamiento dudoso del PP, esta indefinición, unida a una estrategia de oposición dura y presencia en las 'colas del hambre', les va a servir para liderar la oposición; o sea, para liderar la derecha. Más específicamente: para atraerse a la derecha ideológica, movilizar a los abstencionistas y visibilizar a los 'obreros de derechas”.

Números y símbolos

La “venezuelización” del discurso de Vox entronca con la iberoesfera, un nuevo concepto fetichizado por Vox, con un doble dimensión. Por un lado, ideológicamente se acopla al nacionalismo exacerbado con con nostalgia imperial del partido. Por otro, aproxima a Vox a las derecha radical Latinoamericana. “El término 'iberoesfera' y proyectos como La Gaceta de la Iberoesfera van a continuar [ver aquí, aquí y aquí informaciones en detalle]. Y a Vox le va a seguir interesando hacer pie en Hispanoamérica. Lo que ocurre es que probablemente ahora sea más difícil, o, como mínimo, más lento” por la derrota de Donald Trump, señala Fernández, que recuerda que, “más allá de Bolsonaro, hay una incipiente derecha radical en Latinoamérica con la que Vox está en contacto y que además admira el crecimiento de Vox y su producción intelectual”.

Vox ha rescatado esta semana la idea de la “iberoesfera” en la culminación de sus negociaciones presupuestarias en Andalucía. En la comunidad del sur el partido de ultraderecha ha cerrado su tercer presupuesto en menos de dos años, lo que a priori apunta a un partido de estabilidad y orden. Y lo es, en cierto modo. El Gobierno andaluz de PP y Cs tiene a la postre en Vox un socio fiable. De hecho, en Madrid y en la Región de Murcia Vox se muestra mucho más reticente a los acuerdos presupuestarios. Pero, al mismo tiempo, Vox se presenta también en Andalucía como un partido ajeno a todas las formas. Hay que mirar la letra pequeña del presupuesto para ver es utilizado por Vox como una caja de herramientas para su guerra simbólica y cultural. Ha sido así desde el principio de la legislatura, que Vox ha vivido de bomba mediática en bomba mediática, a menudo con medidas de escaso impacto real [ver aquí información en detalle]. Un dato. Las cesiones a Vox en el presupuesto andaluz suponen la modificación de partidas por un coste de 38,6 millones de euros en un presupuesto de más de 40.000 millones. Es menos de un 0,1%.

¿Qué obtiene Vox? Repercusión. Los presupuestos permiten al partido de Santiago Abascal incidir fuertemente en la agenda andaluza, poniendo en el punto de mira a los menores inmigrantes no acompañados ("mena", en el acrónimo que utiliza el partido), a las políticas de género y a Canal Sur. El nivel de concreción e impacto real de las medidas arrancadas por Vox es relativo. Será difícil de cuantificar y evaluar. No es lo más importante. Vox ha entregado los presupuestos (números) a cambio de la agenda (símbolos). Esta forma de actuar no es exclusiva de Andalucía. En el acuerdo de presupuestos de 2020 en Murcia se ponía en el punto de mira a un centro de menores extranjeros, concretamente uno situado en la pedanía de Santa Cruz, del que se acordaba que tenía que dejar de servir a ese fin. Ese era el precio del acuerdo.

Vox también utiliza con fines claramente propagandísticos sus trasvases presupuestarios. En el presupuesto final para 2019 en Andalucía logró quitar 600.000 euros del programa 31J, "para la promoción e inserción de personas inmigrantes", y adjudicárselo a la construcción de infraestructuras judiciales. En una de las pocas cuantificaciones incluidas en el acuerdo para 2021 se recoge que 3 millones de la Consejería de Igualdad destinados a cooperación internacional pasarán al Banco de Alimentos. “Primero lo nuestro”, proclamó Vox.

Tampoco Vox ha dado mucho tiempo a que se hable del acuerdo presupuestario. Al día siguiente del acuerdo, su portavoz mandó el pleno “a tomar por” cierto lugar. Hay algo curioso. Su espantada materializó el mismo recordatorio que su apoyo del día anterior: el carácter imprescindible de los 11 diputados de Vox para la mayoría derechista. Sin ellos en el salón de plenos, el Gobierno andaluz de PP y Cs perdió varias votaciones, entre ellas una en forma de proposición no de ley que implicaría 250 millones de euros en ayudas a los hosteleros. O sea, de cumplirse esta proposición no de ley, la salida de Vox del pleno tendría más impacto económico que su acuerdo parlamentario.

Los parlamentarios de Vox se largaron, según explicó Hernández más tarde, porque consideraban insultante para el partido y sus votantes que Susana Díaz los hubiera supuestamente comparado con Bildu. La líder del PSOE se refiere habitualmente a Vox como “ultraderecha” y “herederos del franquismo”, mientras Vox suele meter a toda la izquierda en un ámbito “filoterrorista”. No es que pasara nada diferente a lo habitual en el pleno del jueves. ¿Hubo sobreactuación en el desplante de los parlamentarios de Vox? Lo cierto es que oportunidades para tener una reacción similar ha habido otras muchas. Pero Vox ha elegido ahora el camino del abandono del pleno, cuando la escalada del partido hacia posiciones de “protesta” parece imparable y justo a tiempo para eclipsar su apoyo a los presupuestos.

El aliento de las protestas

Esta etapa de Vox ha incluido el traspaso de una línea roja. Vox ha hecho de altavoz en el Congreso de los disturbios por la pandemia, negándose a condenar actos violentos en manifestaciones que, en ocasiones, han apuntado contra los menas. El partido ha practicado un doble juego, exaltando a los manifestantes y en paralelo acusando de lo sucedido a la ultraizquierda y los inmigrantes. Ahí queda el tuit lanzado en el arranque de los disturbios por Ignacio Garriga, candidato de Vox a la Generalitat de Cataluña. “Los llaman negacionistas. Son trabajadores en el paro, padres sin nómina para alimentar a sus hijos, autónomos que no tienen trabajo y que hoy han vito su cuota aumentada. Españoles corrientes de Barcelona, hasta las narices de ser encarcelados y condenados a la miseria”.

El periodista Xavier Rius, autor de un blog de referencia sobre ultraderecha, cree que la “ruptura” con el PP, aunque tenga mucho de simbólico, ha permitido a Vox salir del “trifachito” y destacarse como una figura única, que intenta capitalizar desde la derecha el creciente descontento social. “Ahora se la puede devolver a Pablo Casado. Ya no son parte de nada, ahora pueden decir 'somos nosotros y nadie más es como nosotros y nadie más habla de lo que hablamos nosotros'. Sin elecciones generales a la vista, tienen tiempo desarrollar esta estrategia, que va a consistir en liarla, en ser la oposición más dura de las más duras, en ganar titulares todos los que puedan y atrapar el voto del descontento por la crisis, el confinamiento, los cierres... El malestar que eso causa es transversal, ahí hay votantes de todos los sectores”, señala Rius. Cuanto peor, mejor, resume el periodista. “El cabreo le va a permitir optar a gente de todo el abanico político, para eso necesita alimentar y alentar las protestas”, añade. A su juicio, juega con la ventaja de que Podemos e IU “están pillados” por su posición en el Gobierno, por lo que han perdido capacidad impugnatoria.

Más que un “flash party”

“A Vox ahora no le interesa ir por ningún tipo de acuerdo en detalle. Son capaces de condicionar la agenda de otras formas. En Andalucía, por ejemplo, con unas pocas partidas sobre temas concretos logran una repercusión terrible en temas que les interesan”, razona José Rama Caamaño, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid, coautor de The Baskerville's dog suddenly started barking: voting for VOX in the 2019 Spanish general elections, un análisis de investigadores en Reino Unido y España que señala como clave del éxito la mezcla del hartazgo por la política y un nacionalismo exacerbado. Ese sigue siendo, a juicio de Rama, el suelo político donde se asienta Vox. “Aunque en Vox hay algo de escisión del PP, estructuralmente Vox es un partido-protesta, que hace de las redes sociales algo fundamental. Fíjate, además, en que son de los más seguidos en redes, y los que más en Instagram, donde hay mucha gente joven”, señala Rama, que añade que el descontento social sube las expectativas de un partido que, a diferencia de otros de su ámbito, no sufre de un liderazgo excesivamente personalista. “Junto a Santiago Abascal cabalgan otros jinetes que también tienen mucha visibilidad y repercusión. En términos de supervivencia, esto es bueno para Vox, ante el que ahora se abren unas serie de fracturas que puede aprovechar para llegar al elector desencantado con las instituciones”, señala Rama, coautor del ensayo académico Vox: the rise of the Spanish populist radical right, que se publicará previsiblemente en 2021 en la serie Extremism & Democracy de Routledge. Rama advierte que está equivocado quien piense que Vox será flor de un día; o, utilizando la jerga del análisis de partidos, un “flash party”.

A juicio de Rama, los incentivos empujan a Vox a posiciones anti-institucionales y de protesta. Por ejemplo, con su renuncia a presentar enmiendas parciales a los presupuestos generales del Estado, práctica sustituida por la elaboración de vídeos. Vox considera que los presupuestos traerán la “ruina”, pero en vez de enmendarlos en el Congreso los trata de “desmontar” en las redes sociales. Vox, explica Rama, suele centrarse en arrastrar a los demás a sus temas, tratando siempre de condicionar la agenda. “Aquí hemos estado hablando de armas en campaña electoral, acordémonos. Son especialistas en sacar temas que dividen, porque tienen mucho apoyos en los medios. El dominio del simbolismo, eligiendo en cada momento qué atacar, les permite colocarse en las primeras planas de los medios, que es lo que importa para canalizar sentimientos”, explica.

“Estética de protesta”Estética de protesta”

“Vox juega con la estética de un partido protesta mientras sigue ajustando las tuercas de un entramado que va más allá de sus siglas”, explica el sociólogo Iago Moreno, atento observador de los movimientos del mundo radical, que ve al partido de Abascal inmerso en un proyecto de largo aliento. “Una red –añade– que mantiene vivas terminales mediáticas como Okdiario, El Toro Tv o Estado de Alarma y despliega de forma más sumergida las estrategias de desinformación digital más corrosivas e ilegítimas”. A juicio de Moreno, Vox pretende “nutrirse de la legitimidad de sindicatos verticales como Solidaridad y hacer suya la fuerza de actores que ya estaban en marcha como Jusapol, Hazte Oír y demás carros de combate de la derecha más radical”.

Moreno cree que la “iberoesfera” es valiosa para entender el momento de Vox. La idea tiene “dos matrices”, explica. “La primera es ideológica, y tiene que ver con cómo Denaes, uno de los think tanks más cercanos a Vox en sus orígenes, concebía la hispanidad y la iberidad. Algo más cercano a la nostalgia imperial y a la crisis de la masculinidad que a la actividad teórica, pero que tuvo mucha huella sobre Vox. La otra, y me temo que es más importante, es de carácter político. Vox sirve a los intereses de una red de capitales, poderes políticos y redes de influencia que actúan a un lado y al otro del charco bajo el hospicio de organizaciones como Atlas Network”, añade.

Mejores perspectivas

El sociólogo Narciso Michavila, especialista en análisis electoral, ve a Vox “mejor en la segunda ola que en la primera. “Yo era de la tesis de que los partidos nuevos saldrían perdiendo con la pandemia. En la primera ola, nos salía que baja muchísimo. ¿Qué ocurre? Que están volviendo a surgir nuevas capas de indignados, que colocan a Vox probablemente en los niveles de noviembre”, cuando obtuvo 52 diputados, señala el presidente de GAD3. Michavila también observa un marcado perfil protesta en Vox, pero que no discute lo que considera rasgos esenciales básicos del partido, a saber, su carácter de partido muy conservador y castellanoparlante, lo que limite severamente sus opciones en las comunidades bilingües. El sociólogo considera que, si las cosas se ponen económicamente muy feas, Vox puede salir beneficiado, pero alerta. “Puede ser Vox o puede ser otra cosa. No lo sabemos. En la primera ola, como se vio en Galicia y País Vasco, salieron reforzados los partidos de gobierno tradicionales. Ahora notamos que vuelven a crecer los extremos. Pero, al mismo tiempo, como continúe la indignación es previsible que baje la participación. Podría haber un crecimiento de Vox o un actor nuevo que capte indignación”, apunta Michavila, que cree que una evolución positiva de la realidad o de las expectativas empujaría en sentido contrario, por ejemplo con el desarrollo de una vacuna que empezara a encauzar parcialmente la crisis sanitaria.

El último CIS le da a Vox una mejoría tras la moción de censura fallida. Está en el 13,2%, cuando llegó a estar en el 11,3%. Y ha vuelto a superar a Unidas Podemos.

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La caída de Trump

¿Y la caída de Trump? ¿No afecta? “No ayuda, desde luego”, responde Michavila. “Se quedan sin un referente”. Sería ingenuo pensar que no ha dado alas a partidos como Vox el hecho de que durante cuatro años el presidente del país más poderoso del mundo sea alguien que “ha normalizado el racismo, el sexismo y el desprecio por la izquierda, los defensores del medio ambiente y todos los que representan la agenda liberal de diversidad y derechos humanos que se desarrolló desde los 60”, como ha escrito Mariano Aguirre en Esglobal. A la derrota de Trump le da Guillermo Fernández la siguiente lectura: “Creo que el fin de su presidencia no va a influir tanto en la política nacional de Vox como en su estrategia internacional. Vox tiene aspiraciones de convertirse en un actor relevante entre las derechas latinoamericanas. Y tenía la pretensión de llegar a ser el enlace entre el mundo de Trump y las derechas radicalizadas en Latinoamérica. Sin embargo, la derrota de Trump dificulta este paso considerablemente”.

Está por ver si a la “iberoesfera” le ha llegado su momento o es un proyecto más en el cajón. En Vox, tercera fuerza política nacional, las herramientas van entrando y saliendo de la caja, en un continuo ensayo-error. “Pese a proyectarse como un partido de ideario monolítico, dada su organización piramidal es capaz de ser dúctil a la hora de modificar su discurso y captar apoyos mediante las redes sociales. Puede así introducir propuestas y temas que polaricen a la opinión pública y le otorguen gran visibilidad”, analiza en su blog Xavier Casals, doctor en Historia por la Universidad de Barcelona, que añade: “En tal escenario, los calificativos empleados para definir a Vox tienen un valor limitado, ya que Vox es una fuerza 'en construcción'”. Ahora coloca los ladrillos sobre el descontento social.

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