Bajo las ruinas de Gaza

Según el artículo II de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de la ONU, el genocidio se define como cualquier acto cometido con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal. ¿Se puede saber en qué se diferencia esto de lo que está ocurriendo en Gaza? En realidad fue así desde el principio; pero si alguien albergaba alguna duda, el lanzamiento de la operación Carros de Gedeón que llevó a Netanyahu a declarar que a su fin controlaría toda la Franja de Gaza las despeja con rotundidad.

Bajo las ruinas de Gaza se esconde una vergüenza histórica que acumula décadas de violencia, injusticia y terror. 77 años después de la creación del Estado de Israel en territorio palestino tras un terrible genocidio ejecutado industrialmente por la Alemania nazi y sus aliados europeos contra el pueblo judío, la única solución viable, la de los dos Estados, parece más lejos que nunca. Desde el primer momento, todo fue un terrible error y una injusticia inconcebible. ¿Qué culpa tuvo la población palestina del Holocausto? ¿Por qué hubo de pagar en sus carnes la visión colonialista de Gran Bretaña —administradora de Oriente Medio al término de la Segunda Guerra Mundial— o la mala conciencia de quienes sí llevaron a los hebreos a las cámara de gas?

Encontrar ahora una solución razonable es casi imposible. Pese a todo, en un esfuerzo diplomático in extremis, el Gobierno español ha convocado y liderado este fin de semana el Grupo de Madrid, con la participación de representantes de los principales países europeos –Alemania, el Reino Unido, Francia, Italia, Portugal, Irlanda, Noruega, Islandia, Eslovenia, Malta y un representante de la UE– y países del mundo árabe –Arabia Saudí, Egipto, Turquía, Marruecos, Jordania, Catar, Baréin y un enviado de la Organización para la Cooperación Islámica–, más Brasil y, por supuesto, Palestina. Objetivo, liderar una ofensiva para lograr el alto el fuego y buscar una salida hacia la constitución de los dos Estados.

Bajo las ruinas de Gaza se encuentran hoy, según los últimos recuentos, 53.475 muertos​, 121,398 heridos,​ 14.400 desaparecidos y​ 1.900.000 desplazados​. Todo esto es presente. Pero bajo las ruinas está también la ira, la rabia y la comprensible sed de venganza que teñirá todo el futuro. ¿Durante cuánto tiempo? Las novelas de Amos Oz ni siquiera podrían ya imaginarlo.

Bajo las ruinas de Gaza está el derecho internacional, con Netanyahu burlando a la Corte Penal Internacional (CPI). Como se describe en este artículo, el abogado británico Karim Kahn solicitó órdenes de arresto contra líderes de Hamás, contra el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, acusándoles de estar cometiendo crímenes como el exterminio, la hambruna y la persecución “como parte de un ataque generalizado y sistemático contra la población civil palestina en el marco de una política de Estado”. Tras meses de demoras y renuncias, la Sala Preliminar aceptó por unanimidad la petición en noviembre de 2024. Nada de esto ha surtido efecto.

Bajo las ruinas de Gaza se encuentra también la coherencia de esos valores europeos que defendemos ante la amenaza de los totalitarismos y los nuevos populismos de ultraderecha. Aún esperamos un pronunciamiento claro de la presidenta de la Comisión. 1.900.000 desplazados y 54.000 muertos después, lo máximo de lo que ha sido capaz la UE es de decir que va a revisar el acuerdo de asociación con Israel. ¡Qué valentía y determinación! Y aún hay quien pretende defender que Israel es una democracia por mucho que de vez en cuando ponga las urnas. ¿Desde cuándo un sistema democrático acomete un genocidio? ¿Tanto hemos degradado ya la idea de democracia? Sí, también ella está bajo las ruinas de Gaza.

1.900.000 desplazados y 54.000 muertos después, lo máximo de lo que ha sido capaz la UE es de decir que va a revisar el acuerdo de asociación con Israel. ¡Qué valentía y determinación!

Si seguimos escarbando bajo las ruinas de Gaza hallaremos el cinismo de líderes europeos como Macron, que ha recordado que Netanyahu, pese a ser un fugitivo de la justicia (la Corte Penal Internacional ordenó su arresto por crímenes de guerra y de lesa humanidad) podría invocar su inmunidad como jefe de un Estado y evitar ser detenido; del nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, quien no ha dudado en decir que buscará la manera de recibir a Netanyahu; de la ultra Meloni, que ha mostrado dudas jurídicas sobre su posible arresto, o de Orbán, que recibió a Netanyahu con honores y anunció su retirada de la CPI.

A su lado, bajo las ruinas de Gaza, se encuentra también una derecha española dividida entre quienes son conscientes —encuesta en mano— de que no pueden apoyar a Netanyahu aunque eso signifique compartir espacio con el “sanchismo”, y quienes, como FAES en este editorial, siguen manteniendo su apoyo a Netanyahu y ven como única salida la rendición de Hamás, o la presidenta de la Comunidad de Madrid, que nunca deja de sorprendernos: “¿Qué hacen las autoridades palestinas por proteger a su gente? Ni agua, ni educación. Túneles para bombardear sistemáticamente a Israel. Cuando hay genocidios contra esos católicos, como pasa en África, no dicen nada”, espetó hace unos días en la Asamblea de Madrid.

Finalmente, bajo las ruinas de Gaza se hallan también dos elementos que no podemos olvidar: En primer lugar, la limitación intelectual de quienes son incapaces de entender que quien ayer fue víctima de un genocidio en el siglo XX, hoy es el verdugo del genocidio en el siglo XXI, y, por otro, la crueldad humana y la capacidad para mirar hacia otro lado de muchos, demasiados. Como si el juicio de Eichmann en Jerusalén, tan bien analizado por Hanna Arendt, jamás hubiera existido.

La reunión del Foro de Madrid que se celebró este domingo puede ser un revulsivo para que, bajo las ruinas de Gaza, además de todo esto, se pueda hallar un mínimo de esperanza. Aguardemos a ver sus resultados, aunque mucho me temo que no tardaremos en constatar, una vez más, la reacción airada de quienes son capaces de alejarse de los más mínimos gestos de humanidad con tal de ser fieles a su antisanchismo.

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