¡La banca siempre gana! Helena Resano
El Capitán Sánchez llegó ayer a puerto, saludó, repuso fuerzas con la ovación de los asistentes –menos uno– y continuó su travesía. Siguiente parada, el Congreso de los Diputados el próximo miércoles, donde tendrá que convencer a sus socios de que sigue siendo merecedor de su apoyo. Pero, ¿a dónde va el navío?
El Comité Federal del pasado sábado se celebró según lo previsto, salvo la convulsión inicial al conocerse por eldiario.es las acusaciones de distintas mujeres socialistas de “comportamientos inadecuados” por parte de Francisco Salazar. Su renuncia era la única salida.
Sánchez anunció unos cambios en la Secretaría de Organización que saben a poco, desgranó modificaciones de estatutos de esas que nos gustan a los politólogos, volvió a lucir una excelente hoja de servicios en el Gobierno y a recordar los peligros de que gobierne la derecha y la ultraderecha. Pero le faltó lo esencial: ¿a dónde va el PSOE, qué ruta va a tomar para seguir avanzando en la agenda progresista, mantenerse como el principal referente de la izquierda en Europa y evitar un gobierno de la ultraderecha, después de lo que ha caído y sin saber hasta dónde llega la trama corrupta en el interior del partido y de las administraciones que gestiona? Resistir en medio de la tormenta no es vencer, es sólo aguantar, sobrevivir apenas.
Los cambios anunciados por Sánchez no guardan proporción con el tamaño y la profundidad de la crisis en la que están sumidos los socialistas; ni con la decepción, rabia y tristeza que muestra cualquier progresista, que no puede dejar de sacar el tema a la menor ocasión que da cualquier cena, comida o café con amigos. Las medidas anunciadas muestran, más bien, que el secretario general del PSOE o no ha entendido la raíz del problema o no está dispuesto a ponerle remedio.
Que dos secretarios de Organización hayan podido cometer –presuntamente– los actos de corrupción que se van conociendo; que un chófer, escolta y “chico para todo” se convierta en asesor del Ministerio de Transportes y miembro del consejo de administración de Renfe Mercancías mientras grababa las andanzas de unos y otros y probablemente jugaba a ser agente doble; o que alguien a quien acabas de proponer para una nueva Secretaría de Organización “colegiada” tenga que renunciar ante la publicación de las acusaciones de compañeras de su propia organización, indica que hay un problema estructural de reparto de poder en el Partido Socialista. En otros partidos también, de acuerdo, pero hoy toca hablar del PSOE.
Los sistemas de primarias –que personalmente defiendo– no valen por sí solos para democratizar la vida de los partidos. Necesitan ir acompañados de otras medidas que eviten, precisamente, el mayor de los riesgos: el hiperliderazgo, fenómeno al alza fomentado también por eso que el filósofo francés Bernard Manin llamaba la “democracia de audiencia”. Es preciso diseñar sistemas de checks and balances, de contrapesos de poder que eviten que puedan darse situaciones como las que se están conociendo.
Sánchez comenzó su explicación de las 13 medidas aprobadas hablando precisamente de “reforzar el equilibrio de poderes dentro del partido”, pero se quedó en la superficie: reducir los plazos para resolver los expedientes, robustecer el Comité de Ética y Garantías –no sabemos cómo–, mejorar el protocolo anti-acoso, actualizar el portal de transparencia (si estaba desactualizado, ¿para qué estaba?), y expulsar a los puteros (¿van a vigilar a sus militantes para saber quién paga por sexo, cómo se va a demostrar?). Medidas algunas obligadas, otras obvias, otras ambiguas… todas en la buena dirección, pero las medidas de verdad, las que reparten el poder, brillaron por su ausencia.
Cuando en un comité federal integrado por 315 personas sólo hay dos críticos, cuando ni las comisiones de garantía ni otros órganos o mecanismos conocen o actúan ante acusaciones de “comportamientos inadecuados” contra las mujeres, cuando en la dirección del partido apenas hay nombres que respondan a más de una tendencia o sensibilidad ideológica y cuando mandas a cinco ministros a “recuperar el partido en los territorios”, es que hay un problema de reparto del poder.
El Comité Federal del PSOE, cuyas reuniones antaño eran objeto de atención mediática y vivos debates, hoy se ha convertido en un organismo prácticamente de trámite, sin tensión política alguna
El comité federal del PSOE, cuyas reuniones antaño eran objeto de atención mediática y vivos debates, hoy se ha convertido en un organismo prácticamente de trámite, sin tensión política alguna. La Comisión de Garantías, como suele ocurrir en muchos partidos, carece de la independencia necesaria, y su proximidad a la Secretaría de Organización dificulta en buena medida su cometido. Las cuestiones internas de los partidos son aburridas, tediosas y pueden parecer burocráticas, pero son esenciales para una buena democracia. Si les interesa el asunto, en Más Democracia elaboramos un ranking de calidad interna de los partidos (que pueden consultar aquí), y los sociólogos Joan Navarro y JA Gómez Yáñez tienen un ensayo al respecto, Desprivatizar los partidos.
Las organizaciones monocolor, con todo el poder concentrado en cada vez menos manos, y con práctica ausencia de crítica interna, son más cómodas para el día a día, evitan tener que argumentar, consensuar, negociar y transar, en efecto. Pero son mucho más débiles, porque no detectan malas praxis, comportamientos inadecuados, corruptelas ni corrupciones. Cuando consiguen detectarlas, rara vez se les pone remedio. Ese es el reto que el PSOE tiene por delante y al que el sábado Pedro Sánchez debería haber dado respuesta.
Siguiente parada en puerto, el próximo miércoles. Lo que se ha dicho hasta aquí respecto a la vida interna del Partido Socialista podría aplicarse en un par de días al debate en el Congreso de los Diputados si el presidente del Gobierno no entiende la dimensión del problema. Si Sánchez se queda en la superficie pondrá a sus socios, en especial a sus socios por la izquierda, en una posición muy difícil, y a sí mismo y a su partido ante una lenta agonía.
El presidente del Gobierno necesita dar una respuesta proporcional a la magnitud de la crisis desatada, y eso exige reformas profundas para prevenir, detectar y castigar la corrupción. Para que nunca más vuelva a pasar. Llámenme ingenua, pero, ¿se imaginan al presidente Sánchez, el miércoles, proponiendo un pacto de Estado contra la corrupción? Me encantaría ver la reacción del PP, ese que este fin de semana ha recibido con vítores y aplausos al presidente de la Generalitat valenciana, el señor Mazón, del que aún no sabemos qué hacía mientras 228 valencianos y valencianas morían bajo las aguas de la DANA y de la gestión irresponsable y temeraria de su Gobierno.
Para que no gobierne la ultraderecha ni el PP de Mazón, el PSOE necesita comprender la gravedad de la crisis y dar una respuesta proporcional a la misma. Si lo consigue, tendrá más opciones de seguir aplicando esa agenda progresista de la que tienen motivos para presumir, y aunque no volviera a gobernar tras las siguientes elecciones, lo haría con la cabeza alta y la dignidad que da haber hecho lo debido. En caso contrario, el barco acabará abandonado a la deriva, con o sin capitán.
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