¡La banca siempre gana! Helena Resano
Que la migración española a Europa central desde mediados de los cincuenta a mediados de los setenta fue ordenada y legal es otro de los mitos que perduran del relato de la dictadura. Una falsedad que no es inocua. La extrema derecha y la derecha han recordado en los últimos tiempos y varias veces lo que, en realidad, no pueden recordar. Que los españoles cuando han migrado lo han hecho con papeles y después han vuelto a su patria a seguir con sus vidas. Lo utilizan cuando comparan aquellas migraciones económicas del siglo XX con la migración que hoy llega a España por las mismas y exactas razones que empujaron a aquellos hombres y mujeres a irse a Suiza, a Francia, a Alemania, Bélgica. Pero esto no es cierto. Más de la mitad de los casi dos millones de personas que salieron de España en aquellos años lo hicieron de manera irregular y vivieron de forma clandestina en el extranjero, esperando un permiso, un contrato o legalizar su situación. La desesperación, la miseria, el hambre, la huida de la violencia es así, irregular, salta fronteras, desordena.
En un NO-DO edulcorado de entonces, grabado en Frankfurt, dicen que Alemania es un pueblo de música donde se canta siempre que hay ocasión y que allí reciben siempre a los españoles para sumarse a su fiesta. Y así los alemanes aprenden el arte del jaleo, dice el noticiero. La fraternidad se estrecha, dice también. “Se intercambia la cerveza por el Valdepeñas”. Elogios mutuos, conversaciones compartidas a la salida de misa, no falta “la sal del piropo a las guapas alemanas”. Sabemos que la realidad de esa confraternización era otra. La propia ex canciller Angela Merkel se preguntaba eufemísticamente hace unos años cómo se sentirían aquellos migrantes cuando los alemanes los miraban mal.
Más allá del mito franquista empeñado en no parecer el país subdesarrollado que éramos, aquellos y aquellas que migraron vivieron realidades muy duras, carencias relacionadas con las condiciones de vida y las condiciones de trabajo en países que los necesitaban, pero que se mostraron muy hostiles con su llegada. Los requerían para levantar la industria, pero no los querían en sus calles. Temporeros del campo, empleos domésticos, albañilería, hostelería, metalurgia. Cómo nos resuena.
Veo una fotografía de Corounge, Suiza, a principios de los años setenta. Líneas de barracones de madera que daban alojamiento a temporeros españoles de la construcción. Calles de arena, baños comunitarios. En otra, un grupo de alrededor de cincuenta jornaleros de Granada posa con la dueña francesa de la explotación vinícola que los ha contratado para la vendimia. Veo una fila de hombres mellados sentados sobre sus maletas de cartón en la estación de Jaén, a punto de tomar un tren que los sacara de las fronteras.
Somos los mismos ‘Gastarbeiter’, trabajadores invitados, los huéspedes irregulares de cualquier país que necesita mano de obra barata
Hago esta burda comparación para ver si encuentro algo de luz en ella en estos días cuando escucho de nuevo el discurso utilitarista del migrante, ese cinismo que siempre late norte-sur: Quién va a limpiar tu casa, quién va a recoger tu cosecha, quién cuidará a tus mayores. Pero somos los mismos Gastarbeiter, trabajadores invitados, los huéspedes irregulares de cualquier país que necesita mano de obra barata. A los que se requiere para empleos precarios porque alguien tendrá que hacerlos. Es la migración utilitaria, la gran palanca de los milagros económicos, la explotación.
Esta semana ha sido Isabel Díaz Ayuso, pero la izquierda también se ha sumado muchas veces a la defensa de la migración relacionada con la economía y pocas veces con los Derechos Humanos. Qué haremos cuando no se necesiten: ¿expulsarlos? Pero las personas, sus vidas, no son únicamente el recurso que pagará las pensiones, no son la mano de obra barata del tejido empresarial de ciertos sectores, su expulsión no es únicamente el suicidio económico del país. Frente al discurso de odio que se está desatando en España, no sirve ensanchar la legislación laboral que utiliza la fuerza de producción de los migrantes, no funcionan los impulsos intermitentes al país de origen mientras el norte sigue creciendo a costa de un sur global.
No hay ellos. No hay nosotros. Todos somos Gastarbeiter, antes o después, y volveremos a serlo.
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